Piensen en un país feliz. ¿Listo? Seguramente habrán pensando en un país nórdico, ya que estas naciones suelen coronar este tipo de rankings. Nos podemos imaginar un maravilloso paisaje, quizá con fiordos, gente alegremente viviendo su día a día, vendedores de grandes sonrisas y música a tono de fondo. Pero hay algo que no tiene sentido.
Si miramos índices de suicidios, alcoholismo y depresión (cosas definitivamente no “felices”), países como Noruega, Dinamarca, Suiza y los Países Bajos, si bien no los coronan, se posicionan bien arriba de la lista. La depresión en Suiza está tan generalizada que impacta de forma notoria la economía; Finlandia tuvo por años las tasa de suicidios más alta del continente; e Islandia es el segundo país que más consume antidepresivos del mundo.
¿Qué está pasando acá? El Dr. Richard Burns, investigador australiano especializado en salud mental, decidió utilizar datos de la Encuesta Social Europea, un multi-estudio que incluye a 43 mil personas de 23 países del continente, para llegar al fondo del asunto.
Primero, echemos un rápido vistazo a posibles razones de por qué este tipo de estudios de la felicidad definida por países podrían resultar muy limitados o derechamente erróneos (aunque las variables a medir pueden variar, por lo general incluyen tanto percepciones de las personas como también datos económicos personales o nacionales).
Primero, está la cultura. El hecho de que seamos chinos, canadienses o franceses impacta de forma muy notoria la forma en que vemos la felicidad y cómo la evaluamos. Burns menciona, por ejemplo, la diferencia entre sociedades colectivistas de occidente e individualistas de oriente.
Otras variables no reflejan la felicidad de la misma forma en todo el planeta. Un estudio señala, por ejemplo, que las variables económicas impactan el bienestar mayormente en países en vías de desarrollo, mientras que su influencia es casi nula en países ya desarrollados.
Una muestra poco representativa también puede dar resultados engañosos. ¿La felicidad de los chilenos sería igual en Estación Central que en Las Condes, o en Santiago y Coyhaique?
Burns tomó datos de la encuesta antes mencionada y aplicó correcciones estadísticas para medir los factores de bienestar (asociado a la felicidad) de forma más exacta a nivel entre países como también dentro de cada país.
La Encuesta Social Europea, aunque limitada a países europeos, también tiene representantes de todo el espectro, con países tradicionalmente muy “felices” y desarrollados (Finlandia, Países Bajos, Noruega) y otros no tanto (Rusia, Ucrania, Bulgaria).
En ella, el bienestar de cada país se midió de acuerdo a 11 indicadores diferentes: dimensiones psicológicas (sentimientos positivos y negativos, vitalidad, autoestima), funcionales (competencia, autonomía, compromiso) y sociales (apoyo social, confianza social, sentido de pertenencia). Como predictores de bienestar, se utilizaron niveles de confianza en el sistema político y judicial, y capital financiero doméstico (salario) y nacional (PIB y desempleo).
Según el modelo de Burns, una vez que se comparan los niveles de bienestar entre países, los 23 presentan variaciones cercanas a 0. Los resultados desafiaron al Informe Anual de Felicidad Mundial 2017, que se basó en definiciones más restringidas de bienestar, explica el investigador.
Nótese la diferencia del modelo estadístico más exacto de Burns (en amarillo) a simplemente los promedios. Ni el peor (Eslovenia) ni el mejor (Austria) muestran una gran distancia.
"Considerando todo, la felicidad en realidad no varía mucho entre las naciones", señala el investigador. "El sentido de propósito, vitalidad y compromiso, o de pertenecer a una comunidad, indicadores fuertes de la felicidad de las personas, en realidad no están relacionados con la nación en la que viven", agrega.
Factores nacionales como el PIB, el crecimiento del PIB y el desempleo tienen efectos muy, muy pequeños, a diferencia de lo que podríamos pensar. “Con respecto al análisis de factores financieros y económicos, las diferencias entre naciones no tienen una asociación fuerte con los resultados de nivel de bienestar”, explica el estudio.
¿Y si nos fijamos dentro de cada país en la dimensión económica? Es ahí donde está la papa, porque variables domésticas como el sueldo fueron indicadores mucho más fiables. “Fueron las diferencias dentro de la nación en el ingreso familiar neto las que se relacionaron más fuertemente con el bienestar, en la mayoría de los indicadores”.
Los resultados no son realmente una sorpresa para quienes han leído más en profundidad sobre la esquiva felicidad. Estudios de Sonja Lyubomirsky, la “científica de la felicidad” que entrevistamos hace unos años, concluyen que el 50% de la fórmula viene dada por la genética, 40% por las actividades que hagamos (ej. ejercicio, cultivar relaciones, meditar, expresar gratitud y aprecio) y apenas un 10% por las circunstancia bajo las que vivimos.
La autora Emily Esfahani Smith, de quien hablamos recientemente, también propone 4 pilares claves para la felicidad que poco y nada tienen que ver con el país donde vivimos: sentido de pertenencia, tener propósito, trascender y contar nuestra historia.
Esto no quiere decir que la nación donde habitamos no puede fomentar condiciones favorables para nuestro bienestar. Sí que puede, pero no a través de los números del PIB, sino brindando oportunidades para todos e igualando más la cancha porque, como vimos con estos datos, serían las desigualdades dentro del país (y no fuera) las que impactan nuestro índice de bienestar.
"Los resultados mostraron que si la política del gobierno ayudaba a mejorar la capacidad de las personas para vivir cómodamente con sus ingresos, podría conducir a una mejora en la felicidad de las personas", concluye Burns.
Burns señala en su estudio: “Abordar las desigualdades dentro de la nación en términos de factores sociales, económicos y culturales es un mecanismo importante que mejora el bienestar individual y claramente debe ser la prioridad de las políticas públicas”.