Existen una serie de características que definen a los millenials. Amor por las selfies, las redes sociales, la comunicación inmediata, apertura hacia la diversidad e intolerancia al gluten. Bueno, quizás eso último no, pero es cierto que un montón de personas entre 18 y 30 años se consideran intolerantes a esta proteína.
Decimos “se consideran” porque muchas veces se autodiagnostican. De hecho, se estima que solo el 1% de la población chilena realmente padece de celiaquismo y cuando el gluten entra en sus cuerpos, sufren de hinchazón, dolor abdominal, náuseas, fatiga, vómitos, diarrea, pérdida de masa muscular, etc. Son síntomas fuertes… un celíaco no puede decir: bueno, hoy como pan no más, me aguanto el dolor de guata.
Sin embargo, cada vez se ha hecho más popular la idea de adoptar una dieta libre de gluten para ahorrarse una serie de molestias que conlleva consumirlo en algunas personas. ¿Es realmente esta proteína la culpable de nuestro pesares?
Un estudio reciente insinúa que no.
Científicos de la Universidad de Oslo en Noruega y la de Monash en Australia publicaron una investigación en la revista de la Asociación Americana de Gastroenteorología que podría cambiar cómo vemos al, supuestamente malvado, gluten. Su nombre lo dice todo: El fructano, en vez del gluten, induce síntomas en pacientes autodiagnosticados con sensibilidad al gluten sin ser celíacos.
La idea del estudio fue determinar si realmente es el gluten quien causa tantos malestares al estómago y para esto lo compararon con el fructano, un polisacárido de la fructosa (es decir, muchas uniones de fructosa), que es un tipo de azúcar que se puede encontrar de forma natural en frutas, vegetales y la miel. Esto fue lo que hicieron.
Armaron un grupo de 59 personas que estaban con una dieta libre de gluten pese a no ser celíacas, pero que sí estaban autodiagnosticadas con intolerancia al gluten. Después se separaron por grupos a los que se les entregaron distintas barras de comida a través de un método de doble ciego (es decir, nadie sabía qué tipo de barrita le tocó a quien).
Eran tres tipos: una con una mayor concentración de gluten (5,7 g), otra con un mayor nivel de fructano (2,1 g) y finalmente un placebo. Esto lo hicieron durante una semana, después esperaron otros siete días más para posteriormente retomar el estudio, pero con otro tipo de barrita.
Al final, todos los pacientes consumieron durante siete días los tres tipos de barras, pero como todas se veían y sabían igual, nunca supieron cuál estuvieron comiendo.
Lo que encontraron los sorprendió. Las barritas de fructano hicieron que el 15% de quienes las probaron presentaran síntomas de hinchazón y el 13% tuvo molestias gastrointestinales en general. Todo esto en comparación con la barrita de placebo… ¿y qué pasó cuando probaron la de gluten?
Nada. Nada de nada. Literalmente ninguno de los pacientes evidenció un malestar tanto en los días que consumieron gluten como en la semana que le siguió. Aunque claro, esto no significa que el gluten no afecte a los celíacos, porque como dijimos, se trataba de pacientes auto diagnosticados con intolerancia a esta proteína.
Así, sus conclusiones se acercan a las de la evidencia científica que sugiere que el 70% de quienes padecen síndrome del colon irritable se sienten mejor cuando dejan de consumir fructano.
Entre los alimentos ricos en fructano, podemos encontrarnos con: cebollas, ajo, chalotes, espárragos, coles de Bruselas, remolacha, brócoli, repollo, trigo, barras de chocolate, bebidas embotelladas, chirimoya, durazno, sandía, caqui. También se puede encontrar en alimentos más procesados como salsa de tomates, pastas, platos congelados y sopas.
Pero ojo, que no es malo per sé. De hecho, es básicamente fibra, que nos ayuda a ir al baño con regularidad y, por lo mismo, a tener un mejor sistema digestivo. Y claro, el estudio tampoco es 100% concluyente. Después de todo, la muestra fue de 59 personas, pero sí ayuda a trazar algunas líneas para descubrir quién es el verdadero culpable de nuestros malestares estomacales.
Como sea, parece que el gluten y el fructano no son los únicos en la mira de quienes tienen un estómago sensible. Una investigación de la Universidad Johannes Gutenberg arrojó que el ATI (o inhibidores de la amilasa-tripsina) podría estar ligada a la inflamación del intestino, entre otros órganos como el cerebro, los riñones y el bazo.
El estudio también sugiere que los malestares que sienten las personas intolerantes al gluten pero que no son celíacas, en verdad se podrían deber a las ATI y no a la proteína del gluten. Aunque como tanto el gluten como las ATI suelen encontrarse juntos, los expertos creen que se podría estar culpando únicamente a este último.
Pero eso no explica por qué la gente que deja de comer gluten se siente mejor, ¿no? En este libro llamado La mentira del gluten, escrito por Alan Levinovitz, se argumenta que este bienestar podría deberse a un factor psicológico y a los cambios de comportamiento que implica cambiar una dieta.
Para esto se basó en lo que mencionó el director de gastroenterología de la Universidad Monash, Peter Gibson, quien ayudó a escribir un estudio de 2013 que concluyó que la intolerancia al gluten en pacientes no celíacos “probablemente no es nada”.
Ahora, así como que “nada, nada”, no. Pero hay evidencia científica que argumenta que el verdadero culpable en estos casos podría ser otro y no el tan vapuleado gluten.