*Esta nota fue originalmente publicada en 2017.
Antes de comenzar este artículo, dejemos algo claro: hay quienes adoran las matemáticas tal y como las aprendieron en el colegio, se divirtieron durante su infancia y adolescencia haciendo ecuaciones de segundo grado, y cuando llegó el momento de aprender cálculo, estallaron de felicidad. Pero convengamos; ¡son los menos!
Un porcentaje importante de tu curso en el colegio, seguro se vio frustrado más de una vez cuando el profe tituló “Logaritmos” en el pizarrón… Y luego comenzó a “hablar en lenguas”, cual víctima de exorcismo. Quizás incluso muchos de esos jóvenes pusieron lo mejor de sí y se esforzaron por comprender la lógica tras esa seguidilla de signos, pero fueron igualmente “premiados” con un cuatreli. ¿Eran incapaces? ¿”Porros” rematados? ¿O es que la educación no está sabiendo aplicar un conocimiento milenario, como las matemáticas, al mundo de hoy?
El físico británico Conrad Wolfram tiene una idea muy crítica sobre como hoy se imparte en las escuelas la clase de matemáticas, y está planteando desde 2010 una forma absolutamente revolucionaria de enseñarla. ¿Un pequeño adelanto? Dejarle el trabajo pesado a los computadores y dedicarse a resolver problemas importantes para la vida.
Wolfram cree que actualmente el entendimiento de las matemáticas se reduce al mero cálculo, un “chorizo” de números y signos que conducen a un resultado. ¡Pero la matemática es mucho más que eso! Es utilizada por modelos aplicados en diversas disciplinas: ingeniería, sismología, biología, etc. y debe ser enseñada de la misma forma, ¡aplicada!
“Toda aplicación matemática se inicia con una buena pregunta respecto a la realidad, por ejemplo, “¿qué póliza de seguro es la que más me conviene?”. Para poder darle respuesta, hay que transformar esa duda en un ejercicio matemático, y este es el segundo paso. El tercer paso es el cálculo duro, el desarrollo de la operación matemática y, el cuarto, devolver y aplicar el resultado en el mundo real: “ya sé cuál es la póliza que me conviene, ¡la contrato!’”, señalaba en una charla TED (2010).
Hasta aquí, muchos podrían estar de acuerdo, lo revolucionario se viene ahora…
El experto, tiene la convicción de que el 80% de las clases de matemáticas que todos tuvimos en el colegio, son basura (y de la más maloliente). Tanto así, que él calcula que si se sumaran todas las horas que diariamente alguien pasa enseñando a niños y jóvenes a sacar cálculos a mano, se completarían 106 vidas. ¿Es realmente necesario que nuestros niños y jóvenes pasen tanto tiempo en esta práctica?
Él cree que es un absoluto desperdicio, porque el paso número tres que define a la matemática –el cálculo- debe suplirse por el trabajo de un computador. Si el equipo sabe realizar operaciones infinitamente complejas y superiores a lo que nosotros jamás lograríamos, ¿por qué insistir en enseñar a un adolescente de 16 años a desarrollar un logaritmo? ¡Lo más probable es que jamás le sea útil! (por favor, si a alguien le han sido útiles en su vida doméstica –que no sea científico ni ingeniero espacial- deje su gentil comentario abajo).
Conrad argumenta que el cálculo es el trabajo pesado de la matemática, es la forma en que se viene enseñando desde la antigua Grecia, pero eso ya lo hemos superado. ¿Qué enseñar entonces?
Aquí está la clave, porque el físico no apunta a niños flojos que utilicen la calculadora para pasar las pruebas, sino al contrario. Es necesario que los alumnos aprendan a desarrollar al máximo, con ayuda de los computadores y de profesores astutos, los otros tres pasos: hacerse buenas y útiles preguntas, transformarlas a un lenguaje matemático (que hoy se llama “programación”), dejar que el computador haga su magia, y luego aplicar ese resultado a modelos reales, que nos faciliten la vida a todos. ¿Resultado?
El físico dice que el primer país que aplique esta innovadora y radical reforma, verá como su economía explota y supera al resto apenas estos chicos acaben la universidad (Wuau!).
No, y ahora viene el por qué. Conrad compara a la matemática con la conducción de un auto: a inicios del siglo XX, había que conocer el detalle mecánico del funcionamiento de un auto, para aventurarse al volante, porque si alguien se quedaba en pana en medio de la nada, tenía que saber actuar. Sin embargo, hoy los exámenes de conducción no contemplan la mecánica (o muy a grandes rasgos) porque ya no es necesario. ¿Por qué? La tecnología se ha desarrollado a tal punto, que el auto solito es el que hace el trabajo pesado, nosotros solo conducimos.
Hoy, el ser humano trabaja siendo un conductor de software, que tiene su ingeniería interna (compuesta de miles de cálculos), pero que no es necesario que manejemos al detalle. Basta saber programar y aplicar esos resultados a la vida real. “Lo básico” ya está resuelto, por lo que Conrad cree que debemos aprovechar este tiempo en desarrollar otras áreas.
¿Realmente creemos que esas horas con el lápiz a mina y la goma, sentados en el escritorio, nos ayudaron a desarrollar el pensamiento lógico? Conrad argumenta que, aunque muchos tienen facilidad para las matemáticas y los ejercicios les salen fantástico, no tienen una “conceptualización”, es decir, una aplicación práctica del resultado en la vida doméstica o en un trabajo técnico. Repiten procedimientos aprendidos una y otra vez, que racionalmente no tienen sentido para ellos.
El niño bueno para las matemáticas queda “chocho” con el resultado de esa ecuación de segundo grado, un bello 367. Pero, ¿y qué? ¡Qué hacer con ese 367! Eso es lo que Conrad quiere cambiar con su nueva propuesta.
Él quiere una clase de matemática que se pueda “sentir” en la vida real y para ello desarrolló una plataforma digital llamada Wolfram, cuyo objetivo es revolucionar el aula. Por ejemplo, trabajar con fórmulas matemáticas aplicadas para interpretar una novela de Sherlock Holmes; demostrar matemáticamente que las letras que mayormente dan inicio a las palabras en inglés, no coinciden con las letras más presentes en el idioma y, por último, construir matemáticamente un mapa con la distribución de los terremotos en el mundo.
¿No preferimos que nuestros niños aprendan a hacer esto, antes que un ejercicio de trigonometría que ni siquiera tiene un “para qué” claro?
Este físico no está solo en su cruzada contra las clases de matemáticas old school, hay más personas que intentan llevar a cabo esta revolución en otras latitudes del mundo.
Jo Boaler, por ejemplo, es una profesora de la Universidad de Stanford, que critica el hecho de que a los niños de nueve años se les enseñen las tablas de multiplicar, incluidas la del 11 y la del 12. Dice que esto desencadena tempranamente un cuadro de ansiedad en los niños, en que se sienten incapaces de entender lo que se les plantea, y pierden tempranamente la confianza en sí mismos y su interés por las matemáticas.
Agustín Carrillo, secretario general de la Federación Española de Sociedades de Profesores de Matemáticas, también está de acuerdo con este juicio. “En secundaria, el programa académico está muy centrado en el cálculo, en la parte más abstracta de las matemáticas y muchos alumnos no entienden para qué sirven”, dice y agrega que “la clave es dar mayor protagonismo a los alumnos a través de la experimentación, y no basar la metodología de enseñanza en clases magistrales con una pizarra como principal elemento”.
Hoy, el programa de estudios de matemáticas de Conrad se está utilizando en un 10% de los colegios públicos de Estonia, uno de los países mejor rankeados en cuanto a la educación de sus alumnos. Además, ya está en conversaciones con Australia e Irlanda. El experto sigue insistiendo en que su idea ayudará a democratizar esta ciencia, y a entusiasmar a los estudiantes con una de las asignaturas consideradas más “pesadas” en el colegio.