Jacqueline Roberts vivía una vida ajetreada y tenía un trabajo a tiempo completo, como la mayoría de nosotros. Para colmo, era madre de trillizos, y su marido trabajaba en el extranjero. Su rutina era intensa.
Un buen día se vio tomando fotografías como una forma de liberación y eso cambió su vida: “Fotografiaba porque me encantaba, simplemente, sin esperar nada a cambio. Tenía que hacerlo, implacable y egoístamente. Tenía que alimentar la parte derecha de mi cerebro que llevaba mucho tiempo desatendida. Así es como me lancé y como lo sentí en aquel entonces. Sigo sintiendo lo mismo hoy en día”, nos cuenta la fotógrafa española.
En El Definido descubrimos uno de sus nuevos y más fascinantes trabajos, titulado Nebula (Niebla, en latín), la contactamos y con nos habló de su propuesta, del significado de la fotografía y su especial mirada sobre la infancia.
Jacqueline Roberts |
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Nebula es un trabajo que representa a los niños, nada raro para una madre de trillizos que encontró en la fotografía su propio escape. Su obra para muchos resulta “inquietante”, lo que a ella no la incomoda: “Entiendo que en cuanto uno se aleja de la insulsa representación de los niños como seres inocentes, causa malestar. Más que dar respuestas, prefiero plantear preguntas. La inquietud, al fin y al cabo, hace que nos cuestionemos”, señala.
Tal como dice el prólogo de su libro Nebula (escrito por Frank Kalero), los niños para Jacqueline son “bestias de la naturaleza”, no criaturas angelicales que hay que retratar siempre riendo o jugando. La infancia es mucho más que un tránsito hacia la vida adulta; es una realidad en sí misma y, por ello, Jacqueline se la juega por retratarla en toda su profundidad. Para la fotógrafa, el arte tiene una deuda con los niños, pues su representación es casi inexistente hasta el siglo XIX. Y por fin, cuando aparecen, son estereotipados.
“Personalmente, pienso que ver a los niños simplemente como seres inocentes, es una noción condescendiente y reductora. El mundo de la infancia es tan complejo como el del adulto, sino más. Esa complejidad me fascina, me emociona”.
Jacqueline Roberts |
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“Los individuos que fotografío ya no son niños, tampoco son adolescentes. Quería que estos retratos emergiesen de ese estado de limbo y así evocar ese momento transicional por el que están pasando. Nebula refleja las turbulencias que conlleva el crecimiento con todos sus cambios psicológicos y emocionales. Una mirada sobre el incipiente sentido de sí mismo”.
Cualquiera que vea sus fotografías se dará cuenta que hay algo que no encaja, parecen imágenes antiguas, desempolvadas de un baúl olvidado, pero con ciertos rasgos contemporáneos. Es porque Jacqueline utilizó una antigua técnica del siglo XIX llamada colodión húmedo.
Ésta consiste en cubrir una placa con colodión, para luego sensibilizarla en un baño de nitrato de plata. Luego se expone la placa aún húmeda (es decir, se toma la foto), se revela la imagen y se fija. De esto se obtiene un negativo sobre una placa de vidrio, a la que se le pone un fondo negro para convertirla en positiva. También se puede usar una placa de metal lacada en negro, para obtener una imagen positiva directamente.
La razón por la que eligió la técnica no es azarosa. Parte importante de los metales preciosos que existen en la Tierra, fueron producidos en el espacio exterior, en enormes colisiones de estrellas y nebulosas. Es así como, en una época en donde la fotografía se ha convertido en algo instantáneo y hasta insignificante (nuestros celulares disparan y disparan), las placas requieren de metales como la plata para fijar las imágenes, elementos que literalmente llegaron al planeta “cabalgando meteoritos”, como cuenta su prologuista. Mediante esta reflexión, Jacqueline pretende darle un sentido más profundo a sus fotografías, que captan momentos importantes y trascendentes, no banales.
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Esta técnica artesanal, Jacqueline debió aprenderla en un taller. “Es fotografía casera de principio a fin. Es una técnica que se adquiere con la práctica, aprendiendo de los errores. ¡Cuanto más me equivoco, mas aprendo!”, agrega.
Así, cada placa funciona como una imagen única, con mínima intervención digital, pues someramente corrige niveles, brillo y contraste tras escanearlas, para así acercarse al aspecto de una placa real a la luz del día.
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La misma manualidad de la técnica significa para Jacqueline algo mucho más profundo que una imagen disparada desde una cámara digital: “es de alguna manera un viaje interior”, nos confiesa. “Antes, las fotografías eran unos de nuestros bienes más preciados, de aquellos que salvaríamos de una casa en llamas. Estamos perdiendo el vínculo emocional con la fotografía. Quiero que la imagen recobre su valía. Busco imágenes únicas, con valor intrínseco. Imágenes que recordar y preservar. Para ello, creo que es necesario entrañar con la persona que retratamos para intentar capturar algo de las emociones que nos recorren”, agrega.
Pero esas imágenes del siglo XIX que Jacqueline utiliza como inspiración, antiguamente eran puestas en escena llenas de poesía y de alegorías (algunos ejemplos: Julia Margaret Cameron, August Sander o Heinrich Kühn). En cambio, Jacqueline busca en sus imágenes acercarse a la realidad, no despegarse de ella, por eso quiere, aunque pueda resultar inquietante, retratar a los niños en toda su brutalidad, no como ángeles fuera del mundo. “Si bien la técnica es la misma, el contexto cultural, social e histórico es otro”, nos aclara.
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Si te gustó el trabajo de Jacqueline, puedes encargar su libro en este link, visitar su Instagram, su página web y su Facebook.
¿Qué te parecen las fotografías de Jacqueline Roberts?