¿Te lo perdiste? Regularmente republicamos contenidos vigentes que pueden resultarte interesantes. Esta nota fue originalmente publicada el 31 de marzo de 2016.
En Occidente y en casi todo el mundo en realidad, hace ya mucho tiempo que estamos viviendo la cultura de lo desechable. Todo objeto tiene una vida útil con fecha de caducidad o tecnologías que sólo duran por un período determinado, ya que si se echan a perder, encontrar un repuesto o alguien que lo repare, es como encontrar una aguja en un pajar, porque o el producto ya está descontinuado o simplemente cuesta mucho más caro arreglarlo que comprar uno nuevo.
Poniéndonos más analíticos, se dice que lo mismo está pasando con las relaciones en las nuevas generaciones. Hoy, las personas estamos cada día más individualistas y cuesta que nos demos el tiempo de arreglar problemas, de lograr consensos, y a pesar de eso, estamos en la época de los antidepresivos, de eternas horas en el diván, de gimnasios repletos y de cirugías plásticas por montones. Y nos llama la atención y nos cuesta entender cómo nuestros abuelos conservan sus mismos muebles y objetos desde hace más de 40 años, a los que tienen un gran apego sentimental, o el cómo logran matrimonios eternos.
En resumen, hoy en Occidente, más vale maquillar, operar o eliminar de alguna forma cualquier tipo de imperfección, ya sea sicológica, física, relacional o material. Así es, en Occidente, porque en Oriente, la cultura es diferente. O al menos lo era hasta la llegada de la modernidad, aunque notables ejemplos de su sabiduría siguen presentes en la cultura actual. Un ejemplo de esto es el Kintsugi: un arte milenario japonés que consiste en restaurar una pieza que se ha roto, agrandando incluso la fractura con oro, plata o platino para enaltecer las cicatrices. Y más allá de un arte, es una filosofía oriental.
Kintsugi (金継ぎ) en español significa carpintería de oro. Y la técnica, como mencionamos antes, consiste en arreglar fracturas de cerámica con barniz de resina mezclado con polvo de oro, plata o platino. Y como pueden ver, el resultado es maravilloso y el objeto adquiere inmediatamente una apariencia mucho más atractiva, además de volver a ser útil.
Pero esta técnica cuenta con una intención más allá de la estética y utilidad. Los japoneses plantean que las roturas o los daños cuentan una historia particular, y esto lo hace único, especial, más fuerte y hermoso, porque lo convierte en un “guerrero del camino”, por lo que las cicatrices del objeto deben enaltecerse y mostrarse en lugar de ocultarse, para manifestar así su historia y transformación.
Este arte no trata de arreglar los defectos, no intenta perfeccionarlos, simplemente vuelve a convertir la pieza rota en algo completo. Celebra la dialéctica de la totalidad y la fragmentación, la idea de que la auténtica belleza está compuesta por ambas, es decir aquello que se ha roto siempre puede ser más fuerte.
Creen que no es suficiente reconocer las heridas, sino que es necesario aprender a sanarlas con dedicación y cariño, realizando un trabajo interior que nos permita celebrarlas y/o olvidarlas.¿Qué lindo no?
La historia del kintsugi se remonta a finales del siglo XV, cuando el shōgun, Ashikaga Yoshimasa envió a reparar a China, dos de sus tazones de té favoritos. Los tazones volvieron reparados pero con unas feas grapas de metal, que los volvían toscos y desagradables a la vista. El resultado no fue de su agrado, así que buscó artesanos japoneses que hicieran una mejor reparación, dando así con una nueva forma de reparar cerámicas, lo que rápidamente se convirtió en arte.
Y defienden positivamente la clásica frase, que en Occidente vemos como negativa: lo que se rompe una vez, por más que se repare, jamás quedará igual. Y si bien es cierto, la cultura oriental cree y demuestra con esta técnica que, si bien ese cambio es irreversible, con trabajo y dedicación, este siempre es para mejor.
Además, al reparar las cerámicas con esta técnica, el objeto queda mucho más fuerte que antes y es bastante más difícil que se vuelva a romper, porque los materiales que se usan son finos y de larga duración. Y por otro lado, su valor también aumenta. Una linda metáfora que se vuelve literal con el kintsugi y que como bien dijo Ernest Hemingway: “El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos”.