Las batallas de Waterloo o la de Lepanto podrían ser un chiste al lado de la lucha por dejar ciertas malas costumbres. Y es que para algunas personas que atraviesan momentos de estrés, pena o rabia, la necesidad de un cigarro o un pedazo de torta bien dulce aparecen como la opción irresistible para pasar el mal rato. Lo que hace casi imposible dejarlos.
Pero ¿por qué pasa eso? El psiquiatra experto en adicciones, Judson Brewer, quien además es profesor y director de Investigación en la Universidad de Massachusetts, explica este fenómeno en una charla para TED.
Todo se remonta a uno de los procesos más básicos de nuestro sistema nervioso: el reforzamiento positivo y negativo. Y el experto lo grafica así: cuando vemos un dulce que nos gusta, nuestro cerebro salta y dice “¡Calorías!”, como un mecanismo de supervivencia. Así que terminamos comiéndolo y ahí se desarrolla una secuencia que se divide en: ver comida, comérsela, sentirse bien y después repetirlo.
El razonamiento detrás de esto es que existe un detonante, un comportamiento y una recompensa. Pero después de un rato, al cerebro se le ocurre que este mismo proceso podría ser utilizado en otras circunstancias. Como por ejemplo, cuando estamos bajo el efecto del estrés. Y la lógica es que si comemos ese dulce que nos hizo sentir mejor antes, debería entregarnos resultados similares si lo empleamos en un momento así.
Y por supuesto que funciona. De esa forma, terminamos dándonos cuenta que comer cosas ricas si tenemos pena, rabia, estrés, etc., nos hace sentir mejor.
Brewer también explica que cosas así suceden en la época de la adolescencia. Cuando los compañeros más populares comenzaban a fumar cigarros, la tendencia entre los demás alumnos era imitarlos para poder ser populares. Así que de nuevo nos encontramos con la lógica de ver a alguien popular, comportarnos como él, sentirnos bien al respecto y luego repetir.
La cosa es que con esto, el cigarro también termina transformándose en una especie de salida cuando nos encontramos en otro tipo de situaciones (tal como pasó con el dulce ese). De esa forma, terminamos usando un mecanismo originalmente empleado para propósitos de supervivencia, en algo que literalmente nos está matando.
El tema es serio. Brewer explica que la obesidad y la adicción a fumar son las principales causas de muerte que pueden ser prevenidas en el mundo. Y ante la dificultad de dejar esos hábitos, el psiquiatra sugiere una salida alternativa.
¿Qué pasaría si en vez de luchar contra nuestro cerebro para abandonar los malos hábitos, usamos el mismo procedimiento de reforzamiento positivo y negativo, pero con una pequeña trampita?
La idea es que llevemos a cabo aquellas costumbres que queremos desechar, pero haciéndolas con la curiosidad de entender qué pasa en nuestro cuerpo y mente en ese determinado momento.
La trampa se llama mindful thinking (o pensar a conciencia) y se trata de ver claramente lo que ocurre cuando estamos atrapados en estos comportamientos.
En su charla, el psiquiatra da a conocer el ejemplo de una paciente fumadora que hizo este ejercicio. ¿El resultado? “El cigarro huele a un queso hediondo y a químicos. Qué asco”, fue la respuesta de la fumadora que hizo lo que siempre hacía, solo que esta vez a conciencia. Básicamente, lo que “descubrió” fue que el cigarro sabe horrible. Algo que probablemente sabía a nivel intelectual, pero de lo que ahora era consciente a nivel casi visceral.
Ahora, lo más probable es que teniendo hambre, nunca vayas a encontrar malo un pedazo de torta (por mucho que te lo comas a conciencia). Pero en este caso, lo que el proceso del mindful thinking busca solucionar, es que dejes de comer cuando no tienes ganas realmente. Es decir, si comes un dulce porque tienes pena, lo más probable es que no sea tan satisfactorio si lo haces conscientemente.
No es como que mágicamente dejemos, por ejemplo, de fumar. Pero con el tiempo, a medida que vamos redescubriendo los resultados de nuestras acciones, dejamos los malos hábitos a un lado y aprendemos nuevos y mejores.
Y todo parte en la corteza prefrontal: la parte más joven de nuestro cerebro en términos evolutivos. Es la que sabe que un hábito es malo y hace lo que pueda para hacernos sentir eso, a través de algo que se llama control cognitivo. Lamentablemente, cuando estamos estresados, esta es una de las primeras áreas que deja de funcionar. Y esa es la razón por la que no podemos dejar de pensar que queremos un pastel de chocolate cuando tenemos pena.
Por eso mismo es importante desencantarse de las cosas malas. Así, no tenemos que obligarnos a dejar de hacer algo sólo porque sabemos que está mal, sino que, pensando a conciencia, simplemente lo sentimos como algo malo y dejamos de estar interesados. Como aquella paciente que “descubrió” lo asqueroso que era realmente fumar.
La paradoja es que el mindful thinking es sobre estar súper interesado y adentrarse en lo que pasa con nuestros cuerpos y mentes en ciertos momentos. Así que requiere que realices los hábitos que quieres dejar. La idea es entender una experiencia interior, en vez de tratar de hacer que nuestras costumbres desagradables se vayan de nosotros.
Y la voluntad de hacer eso está apoyada en la curiosidad, algo que es naturalmente reconfortante. “¿Cómo se siente la curiosidad? Se siente bien” dice Brewer. Y agrega “¿Qué pasa cuando nos ponemos curiosos? Empezamos a ver que nuestros deseos de están hechos de sensaciones físicas”.
Finalmente, a través de las ganas de saciar nuestra curiosidad, terminamos dándonos cuenta de lo desagradables que son aquellos malos hábitos que tenemos. De esa forma, ya no queremos dejar de hacerlos porque sabemos que son malos, sino que porque dejaron de ser atractivos.
Algo que por cierto ha traído buenos resultados. Según el experto, el mindful training es dos veces más efectivo que los tratamientos tradicionales para dejar de fumar.