En Swampscott High School existe una extraña combinación. Extraña, porque hoy es poco común ver a adolescentes compartiendo con ancianos, sobre todo si ni siquiera son sus abuelos, pero eso es justamente lo que pasa en este lugar.
Por lo general, ambos grupos etarios suelen incomodarse mutuamente (al menos en occidente). Los jóvenes encuentran retrógrados los pensamientos de los viejos y éstos, a su vez, se espantan por la tardía madurez o escasa preocupación de los jóvenes por cosas que ellos –dicen– se responsabilizaron a su edad.
Pero esa diferencia generacional no fue un problema en este colegio de Boston (EE.UU.), sino una oportunidad, y lo que comenzó como un simple aprovechamiento práctico de un edificio, terminó siendo una experiencia enriquecedora para todos.
Originalmente no habían planeado esto, pero se dio naturalmente. El tradicional centro de ancianos ya se hacía pequeño e insuficiente, y cuando el arquitecto Philip Poinelli comenzó a diseñar el futuro edificio, se hizo evidente que tenía mucho en común con los espacios que se utilizan en un colegio.
"Había tanta superposición, que simplemente parecía tener sentido", asegura a City Lab, explicando cómo llegaron a la idea de combinar el centro con una escuela secundaria.
Los ancianos participaban de una programa de baile, actividad que también realizaban los escolares, por lo que les servía a ambos un mismo lugar si es que se organizan los horarios. Igualmente, una sala de arte puede ser útil para las clases de los alumnos y para un curso de cerámica de los adultos mayores o para qué decir el comedor.
Dentro de los casi de 17.500 m2 de instalaciones, hay espacios para que los adultos mayores almuercen, tengan cursos, jueguen bingo y bailen, y para que los alumnos vayan a clases y hagan deportes. Hay salas para compartir o usar en diferentes horarios y otros más independientes. Su construcción no solamente significó un uso más eficiente de los recursos, sino una oportunidad para la comunidad.
Naturalmente, con el paso del tiempo, se comenzó a dar un nuevo tipo de convivencia entre los ancianos y los jóvenes, una "vecindad positiva", según la directora del colegio, Ed Rozmiarek.
Los miembros del grupo de tejido le han enseñado a varios estudiantes a hacer diferentes puntos con los palillos, y los veteranos de guerra han dado charlas para contar su experiencia de servicio militar a los jóvenes. El año pasado, el grupo de baile de los jubilados participó en el concurso de talentos del colegio.Los alumnos deportistas invitan a los ancianos a sus partidos y antes de los enfrentamientos les comparten sus estrategias de juego. Los jóvenes que deben cumplir horas de servicio comunitario, lo están haciendo con las mismas personas del centro y le sirven el almuerzo.
Estos son solo algunos de los ejemplos de cómo este lugar se ha transformado, dando paso a un encuentro intergeneracional que es positivo para ambos grupos: "De vez en cuando pienso que sería bueno tener una asociación más formal. Es una especie de recurso sin explotar", dice.
Esto va más allá que una alternancia utilitaria de espacios y demuestra el valor de la arquitectura y el diseño al servicio de las personas. Cuando se comparten lugares, inevitablemente, comienzan a generarse relaciones.
Poco dice la investigación formal del beneficio psicológico del vínculo entre ancianos y jóvenes, pero una vez establecido, es fácil ver sus ventajas.
En primer lugar, dialogar permite entenderse, conocer las diferencias y aceptarlas de mejor manera, derribando prejuicios comunes que pueden existir de un grupo hacia otro. La amabilidad de los jóvenes ha sorprendido a los mayores, por ejemplo, y la energía de estos últimos para bailar tap ha impresionado a los alumnos, dicen estos testimonios.
Los jóvenes conocen una nueva perspectiva de la vida, de personas con experiencia que pueden transmitir sus conocimientos (bien lo sabe y predica la filosofía oriental). Además pueden desarrollar mejor algunas virtudes como la paciencia, el aprender a escuchar, a observar, entre otras.
Los ancianos entran en el mundo de las nuevas generaciones y sus gustos, algo que contribuye a su rejuvenecimiento psíquico, al menos como primera consecuencia.
"Es divertido burlarse de ellos", comenta Eddie Cohen (89), que no solamente los observa sino que suele hablar con ellos. "Se mantiene la mente activa."
Alice Campbell (86) comenta que tener el colegio a su lado le da a ella y sus amigas la sensación de ser parte de la gran comunidad: "Nos gusta ver a los jóvenes", dice. "Es una sensación encantadora tenerlos cerca. Creo que es algo que cualquiera que construye un centro para mayores deberían considerar".
Además enseñarle a los jóvenes diferentes cosas que conocen, puede ser un factor importante que los ayude a sentirse útiles y necesitados en una sociedad que aún relega a las personas mayores, disminuyendo su sentimiento de abandono.
Swampscott High School es uno de los ejemplos de espacios intergeneracionales que se han desarrollado este último tiempo. En las próximas décadas se duplicará la población de ancianos en el mundo y las ciudades deberán saber adaptarse para generar espacios para los adultos mayores, una oportunidad que Boston supo aprovechar, demostrando lo beneficioso que puede ser.
"Es sorprendente. Una escuela secundaria es probablemente el mayor gasto de capital que una comunidad pueda hacer", indica Poinelli. "¿Entonces por qué no habría de servir a todos, desde el cuidado de niños a los adultos mayores?".