En 1976 el ex-Beatle, George Harrison, fue demandado por la productora Bright Tunes por supuesto plagio. La compañía argumentaba que la canción de Harrison, My Sweet Lord, usaba "melodías idénticas" a la canción He's So Fine, escrita por Ronald Mack e interpretada por el grupo The Chiffons.
El juicio, que incluyó un análisis nota por nota de las canciones, terminó con un fallo a favor del demandante, Bright Tunes, sugiriendo a Harrison pagar alrededor de un millón y medio de dólares. Lo curioso del juicio fue el veredicto, que constató que el ex-Beatles había cometido plagio, pero con una importante distinción hecha por el mismo juez del caso:
"Concluyo que el compositor (Harrison) estaba trabajando con varias posibilidades (...) Mientras probaba diversas posibilidades, vino a su mente esta combinación particular que le agradó (...) ¿Por qué? Porque su subconsciente sabía que había funcionado antes en una canción que su mente consciente no recordaba (...) ¿Harrison deliberadamente uso la música de He's So Fine? No creo que lo haya hecho deliberadamente. Sin embargo, está claro que My Sweet Lord es la misma canción que He's So Fine con distinta letra".
En otras palabras, el juez concluía que Harrison había cometido plagio sin darse cuenta.
El juicio de Harrison es uno de los casos de criptomnesia (recuerdo oculto) más conocidos y citados actualmente, pero también le sucedió al filósofo alemán Nietzsche y a la activista política Helen Keller.
La criptomnesia, concepto acuñado por el psicólogo Théodore Flournoy a fines del siglo XIX, es un sesgo cognitivo que puede suceder de dos formas. Una es por familiaridad, como en el caso de Harrison, cuando se regenera una idea que ha sido presentada antes por otra o por la misma persona, creyendo que es original. El famoso psicólogo B. F. Skinner lo mencionaba cuando decía que una de las experiencias más desalentadoras de la edad, era darse cuenta de que una idea expresada de forma perfecta ya había sido publicada por él mismo décadas antes.
La otra es por error de autoría, cuando reconocemos que una idea es antigua, pero pensamos, erroneamente, que es nuestra.
El psicólogo cognitivo Brian Bornstein explica que sufrimos de criptomnesia porque "estamos constantemente procesando grandes cantidades de información, pero nuestros cerebros solo pueden retener cierta cantidad, así que nuestros cerebros priorizan la información y concentran solo los aspectos más importante de ésta".
¿Les ha tocado tener un momento de criptomnesia? La respuesta es, seguramente, afirmativa. Este sesgo cognitivo, como hemos visto, no es indicativo de ninguna enfermedad mental, sino un efecto psicológico que produce una desviación en el procesamiento de lo percibido, que ocurre a diario y que afecta a la mayoría de las personas. Estas son conclusiones de un estudio realizado en 2005, que incluyó cuestionarios a 202 estudiantes donde se les pedía describir un caso personal de plagio inconsciente. Un 54% de los estudiantes rellenaron el cuestionario con una experiencia personal de criptomnesia.
El experimento más citado relacionado con este fenómeno, es uno realizado en 1989 por Alan S. Brown y Dana R. Murphy de la Universidad Metodista del Sur. Esta dupla de profesor-estudiante crearon un ambiente controlado donde se generara y observara la criptomnesia. En él, se les pidió a los participantes generar palabras relacionadas con categorías conceptuales, como deportes o instrumentos musicales, con el expreso pedido de no sugerir palabras ya dichas. Luego se les pidió, individualmente, recordar las cuatro palabras dichas, y generar cuatro adicionales que también fuesen inéditas.
Los investigadores detectaron diversos casos de criptomnesia, pues en el 3% al 9% de los casos (hubo varias series de experimentos) hubo personas diciendo palabras mencionadas antes por otros, pensando que eran originales. La mayoría de ellos ocurrían en la segunda etapa del experimento, cuando se les pedía recordar los cuatro palabras dichas e incluir cuatro más. También observaron que raramente los participantes reutilizaban sus propias contribuciones, lo que sugiere que las personas perciben sus propias respuestas y las de los demás de forma distinta.
Estos estudios, adicionalmente, han detectado algunas variables que aumentan los casos de criptomnesia. Uno de ellos es el tiempo; a mayor tiempo, más probabilidades de que suceda. Otra es la similitud entre las fuentes, el "plagiador inconsciente" y el "plagiado"; mientras más en común se tenga con la fuente original (sexo, profesión, edad) mayores son las probabilidades de criptomnesia. Así, por ejemplo, es más probable que una mujer plagie inconscientemente a otra mujer que a un hombre.
También existe un factor de "siguiente en la línea". Por ejemplo, en una reunión donde hay un orden establecido para hablar, es la persona que habla después de ti la que tiene más probabilidades de copiarte una idea sin saberlo. Brown y Murphy observaron esto en su experimento: "este plagio selectivo probablemente es el resultado de un momento de atención disminuida justo antes de la participación del sujeto". O sea, como la siguiente persona está pensando en qué decir, lo que se diga justo antes será lo que menos procesará conscientemente, así aumentando las posibilidades de caer en la criptomnesia.
El caso de Harrison es, quizá, el más conocido pero no el único. A los 11 años la activista sordociega Helen Keller escribió un cuento llamado The Frost King que tenía una similitud increíble con el cuento Frost Fairies de Margaret Canby. Luego de acusaciones de plagio y fraude contra Keller y su cuidadora Anne Sullivan (quien negaba haberle leído la historia original), se supo que una amiga de la familia de la niña le había leído el libro cuando su cuidadora estaba de vacaciones. El hecho le provocó a Keller una crisis nerviosa y nunca volvió a escribir ficción.
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche es otra de las víctimas de la criptomnesia. Un fragmento de Así habló Zaratustra fue copiado casi palabra por palabra de un libro escrito 50 años antes. La curiosa coincidencia fue detectada por el psiquiatra Carl Jung, quien escribió a la hermana del filósofo para confirmar sus sospechas. Ella admitió que, efectivamente, Nietzsche había leído aquel libro... a los 11 años.