Cuando terminó la misa, el Papa miró el reloj. Eran las once veinte. Misión cumplida. Incluso mejor de lo que había previsto el padre Lombardi (portavoz del Vaticano), quien había pronosticado que Bergoglio -no siendo un tipo de ceremonias- sería capaz de arreglárselas en dos horas, bastante menos que los anteriores papas. Él, en cambio, lo hizo en una hora cincuenta. Y miró la hora de su reloj de plástico para estar seguro de no haber lateado demasiado a la gente.

¿Se había alguna vez visto a un Papa que mira el reloj? Obvio que pare él lo aburrido no es la misa, pero sí la pomposidad, cosa que claramente se ve que no le acomoda. Tanto más si en medio del asunto está él. "El centro de la Iglesia no es el sucesor de Pedro", le había dicho el sábado pasado a los periodistas. Señalando en esto una continuidad con su predecesor (del cual tal vez un día se comprenderá mejor cuán innovador o más bien revolucionario fue) que dejó el papado con una simple frase: "La Iglesia no la guía el Papa, la guía Cristo"

Francisco sigue el gesto de Benedicto XVI, con una consecuencia todavía poco imaginable, recorriendo un camino que podría cambiar para siempre el rol del pontificado, llevándolo de vuelta a lo que era antes del Concilio de Trento, cuando el Papa era primus inter pares. Tal vez, quizás, la idea es favorecer la reunificación de la Iglesia cristiana. De hecho, la misa que se hizo el martes pasado tenía como título "Santa Misa para elegir Pontífice Romano"; en cambio lo que vimos ayer fue "El inicio del ministerio petrino del obispo de Roma". Y es un hecho también que, cuando fue electo, Jorge Mario Bergoglio no se definió como "Papa", sino siempre como "obispo de Roma". Excepto una vez, ayer, cuando en la homilía pronunció indirectamente la palabra "Papa" para decir que "el verdadero poder del Papa es el servicio... humilde, concreto, rico de fe...".

¿Podía un Papa de ese género estar a su gusto durante una ceremonia que lo entrona? "No quiere misa", dice en un momento una niña, con una expresión que pretende decir: Él no tiene ganas de estar ahí. Y en efecto, la cara de Francisco parece estar tiesa y cansada. Si está a su gusto antes de la misa, cuando pasa entre medio de la gente saludando con un "hola" o con el pulgar arriba, un gesto muy sudamericano que es una especie de "ok, todo bien". También está a su gusto en auto completamente descubierto -haciendo desesperar a sus encargados de seguridad- saliéndose del protocolo y haciendo detener el vehículo cuando ve un discapacitado, para bajarse y abrazarlo.

Está vestido, mientras se mueve entre la multitud, en un modo que no puede ser más simple. Con el solideo y con la cruz de fierro sobre el pecho. Después entra en la basílica. Lo visten un poco más como Papa, pero sin armiño ni zapatos rojos y con la misma mitra que tenía cuando era obispo de Buenos Aires. Todos los cardenales que estaban a su lado, como también los capos de otras iglesias y religiones invitados, están vestidos de modo mucho más vistoso que él. Le reza a la tumba de San Pedro, bajo el altar de la Confesión y luego sale para la misa.

En cierto momento se le ve hablando con el maestro de ceremonias. Y puede ser coincidencia, pero justo después los que siguen la ceremonia con el libreto se dan cuenta de modificaciones. Se redujo el número de santos a invocar ("Laudes Regiae"). Se sacó el canto "Tu es Petrus". Y cuando después viene el Evangelio, este sólo se lee en griego y no también en italiano como es tradición. Esta última, una elección ya decidida antes y para hacerse cargo de la intención del Papa de no estirar tanto la actividad.

La homilía el Papa Bergoglio la pronunció estando siempre en pie y esto también es una novedad. No está sobre el trono como un Papa, está en pié como un párroco y es interrumpido por los aplausos en varias oportunidades: Cuando nombra a su venerado predecesor, cuando dice que "para custodiar debemos también tener cuidado de nosotros mismos", posteriormente ante las palabras "no debemos tener temor de la bondad, de la ternura" y al final, cuando subraya que "el papado es un servicio para los más pobres, los más débiles, los más pequeños".

Al final de la misa, mientras se cantaba el Salve Regina, se detiene ante el ícono de la Virgen. Quien está esperando a un Papa que deje de ser un personaje políticamente correcto y en cambio quiere a uno que hable de medio ambiente, de derechos sociales y que ilusione con la idea de tener finalmente un pontificado laicado, debe observar atentamente esta imagen de Francisco delante de la Madre de Jesús. En pocos días este Papa ha sabido reponer un lenguaje nuevo que va más en línea con la tradición del catolicismo: El culto a María y los santos, la confesión, la misericordia. Incluso Fátima, citada el domingo en el Angelus. Sobre todo, Francisco ha recordado que los cristianos no creen en una moral sino que en una persona. "¡El centro de la vocación cristiana es Cristo!", casi gritando dijo ayer, en una magnífica jornada de sol romano, fiesta de San José, fiesta del papa.