Japón es el país con la población en proceso de decrecimiento más rápido del mundo: la tasa de natalidad se mantiene cerca de mínimos históricos, mientras que la gruesa población mayor sigue envejeciendo. Nagoro es uno más de los pequeños poblados que han sufrido migraciones masivas hacia las grandes ciudades, donde la gente busca más oportunidades y mejor calidad de vida.
Sin embargo, a través de esfuerzo e ingenio, Ayano Tsukimi, de 64 años, se las arregló para revitalizar su pueblo natal en proceso de extinción y tocar los corazones de gente de todo el país y el mundo a través de su arte: la fabricación de muñecos.
“El pueblo de los muñecos”, como se le apodó a esta localidad, había estado ganando notoriedad a través de entrevistas y programas de televisión locales, pero se lanzó a la fama internacional con el documental “El valle de muñecos” realizado por Fritz Schumann y publicado a comienzos del 2014.
Los muñecos no se reproducen entre sí, sino que es la misma Ayano quien los hace diligentemente con la ayuda ocasional de algún vecino. Partió hace once años por accidente: dejando a esposo e hijo en otra ciudad, volvió a Nagoro en el año 2002 para cuidar a su padre. En un comienzo intentó plantar semillas en el huerto, pero sin éxito. En el año 2003 decidió hacer un espantapájaros (usando a su padre como modelo), y lo ubicó en el jardín.
Los efectos fueron inesperados: “Si bien fue muy efectivo para que dejaran de venir los pájaros, la gente que pasaba le decía ‘buenos días’ o ‘cómo le va’ al muñeco, pensando que era mi padre”, dijo Ayano en una entrevista con la fundación japonesa Corezo.
Fue ahí que decidió comenzar a hacer más muñecos, tanto para reemplazar a la gente que lentamente estaba abandonando el pueblo como para llamar la atención de los transeúntes y visitantes que circulan por esta localidad en el corazón de Shikoku, al suroeste de Japón.
En un comienzo fueron principalmente personas que hacían trekking quienes quedaron cautivadas con la belleza realista de los muñecos. A pesar de ser remoto y pequeño, Nagoro es un centro donde comienzan varios senderos para caminar por las montañas que atraviesan la región y, a través del boca a boca, fue ganando fama fuera del ámbito del montañismo y trekking.
Tras un par de programas de televisión y artículos en medios locales, Ayano Tsukimi logró elevar el nombre de su comunidad a nivel nacional. Comenzaron a llegar buses de turistas y cada vez más personas curiosas por conocer los famosos muñecos de tamaño real. En la misma entrevista con la fundación Corezo, Ayano cuenta cómo una persona viajó desde el extremo norte del país solo para conocer uno de sus muñecos: “En un programa vio un muñeco que se parecía un poco a su fallecida madre, y vino para conocerlo. Apenas lo vio, se emocionó hasta las lágrimas por los recuerdos. Lloramos juntos”.
Ya van más de 350 muñecos hechos por esta cálida y gentil artista japonesa, los cuales tiene registrados en una gruesa libreta, con fotos y descripciones. A los muñecos se les puede ver haciendo todo tipo de actividades: pescando, cultivando huertos, esperando en la parada de buses o simplemente de pie en la calle. Luego de que cerrar la escuela local (donde al final no había más que un profesor y dos alumnos), recreó a estudiantes, profesores y hasta el director. En la misma escuela se realizó el año pasado la cuarta “cubre de los muñecos” y el primer festival de muñecos de la ciudad, atrayendo a turistas de distintas partes de Japón.
Si quieres, puedes hacer un recorrido virtual de esta pequeña localidad en Google Street.
A finales del 2013, Ayano recibió un premio de parte de la fundación Corezo, una organización sin fines de lucro que busca rescatar y promover el patrimonio cultural de las pequeñas localidades en Japón a medida que se ven afectadas por el decrecimiento demográfico.
A pesar de la inspiradora historia de Ayano Tsukimi, este no es el único caso donde un pueblo en vías de abandono se reinventa para sobrevivir: a tan solo 58 kilómetros de Nagoro, el pueblo de Kamiyama decidió promocionarse como un centro para desarrollo de empresas tecnológicas. Para esto, decidió ofrecerle casas abandonadas con conexión a internet de alta velocidad a compañías para que instalasen oficinas satélites, a costo prácticamente cero. Dos años luego de implementado el plan, ya habían seis grandes empresas de la capital con oficinas en Kamiyama. El número sigue creciendo y atrayendo profesionales.
Otro famoso ejemplo fue el pueblo minero de Yubari, al norte de Japón. De los más de 100,000 habitantes que llegó a tener a mediados del siglo pasado, bajó a menos de 12,000 en los noventa, cuando se cerró la última mina de carbón. A través del márketing lograron frenar y estabilizar la fuga demográfica: promocionaron sus melones (que han llegado a venderse hasta por más de dos millones de pesos cada uno en los últimos años), construyeron un parque de diversiones dentro de una mina y comenzaron a hacer un festival de cine anual. Dicho festival impactó tanto a Quentin Tarantino que bautizó a uno de sus personajes en la saga Kill Bill con el nombre del pueblo: Go-go Yubari.
A pesar de Chile (todavía) no tiene retroceso demográfico a nivel de país, la migración de pequeñas localidades a las grandes ciudades para vivir o estudiar es un tema muy candente, especialmente porque nuestro país todavía está en vías de diseñar e implementar medidas de descentralización que quiebren esta necesidad.
Sin embargo, cabe destacar iniciativas como la Ruta de Condorito, que, en principio, vendría siendo algo parecido a lo que hicieron los tres ejemplos japoneses mencionados anteriormente. Y, si por algún acaso con esto se te prendió la ampolleta o tenías una idea similar de antes para ayudar a tu comunidad, pero al momento de llevarla a cabo te topaste con una serie de trabas que se te impidieron concretizar, o aún lo estás intentando, participa de 101 soluciones, iniciativa destinada a mejorar el emprendimiento social en nuestro país y sobre la cual damos más detalles aquí.