De la infinidad de cosas entre series y películas que Netflix nos entrega y entregó este 2018, solo debes saber una gran e importante verdad: ES UNA OBLIGACIÓN ver, o mejor dicho, vivir la experiencia de Roma. Así de directo y solemne te lo digo, sin exagerar ni endiosar esta cinta porque la prensa especializada lo está haciendo.
La razón es simple: la última película del mexicano Alfonso Cuarón marca un antes y un después en el cine actual, particularmente en el cine latinoamericano. Es revolución, es cuerpo, es identidad. Es la carta segura a los Oscar a “Mejor película extranjera”. Y a continuación, te explico por qué.
Muchas y muchos conocen, saben o han vivido con la figura de “nanas puertas adentro”, aquellas empleadas domésticas que residen y trabajan 24/7 en casas de familias generalmente numerosas y con muchos recursos.
Roma entra en esta realidad ambientada en los movidos años 70’s, contando el día a día de Cleo (Yalitza Aparicio), joven mujer de ascendencia indígena que trabaja y vive con un clan en el pudiente barrio Roma de Ciudad de México. Ahí se mueve, entre escalones, acequias, piezas, mareas. Habla lo justo y necesario, sin voz, estando, pero sin estar, participando, pero no siendo parte. Dando un retrato certero, simbólico y a la vez, tristemente precioso de que no importan las épocas o países, la mujer pobre y migrante está marcada por las injusticias, el silencio y la resistencia. ¿Y cómo se retrata en el film?
Con un personaje que sufre decepciones amorosas, es madre soltera, vive una rutina tortuosa y eterna, alejada de su verdadera familia.
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Alfonso Cuarón expresó que Roma es su cinta más personal e íntima, proyectando lo que fue su infancia y la importancia presencia de Libo o Liboria Rodríguez, la trabajadora que lo cuidó y crió desde los nueve meses. Esto explicaría porque cada personaje en cámara es parte de la bitácora emocional e histórica del realizador.
A esto se agrega su idea de mostrar postales y perfiles representativos de su niñez y juventud, usando imágenes que grafican a México y que también sirven para reflejar a Chile, Brasil, Perú, Uruguay y, en general, a Latinoamérica. Es contar de manera real y fluida diversos episodios cotidianos o terribles (como fue la matanza universitaria de “jueves de Corpus Christi”, en 1971), que fueron y son cicatrices en esta parte del mundo formado por dictaduras y problemáticas sociales.
Así, con esta historia, se van develando un sinfín de capas que remembran la nostalgia, los ecos del pasado y también críticas al presente. Una escena: Cleo debe ser llevada de urgencia al hospital, y la abuela de la familia no sabe ni el nombre completo, edad o contactos familiares de la empleada, y eso que trabaja con ellos por más de una década. Detalle: Roma es amor al revés, Cleopatra estuvo a punto de conquistar Roma.
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Cuarón es, a mí parecer, el mejor director del siglo XXI. Y Roma es la cúspide y a la vez reunión de todas sus películas o filmografía.
Durante el metraje hay espacios para referenciar a Gravedad, Solo con tu pareja o Grandes Esperanzas. Incluso hay bellos homenajes a Y tu mamá tambiéno Harry Potter y el Prisionero de Azkabán. Y es que estamos hablando de un maestro de la cámara y la fotografía, uno que promueve las locaciones y escenarios como protagonistas, de planos amplios y con secuencias de un movimiento y actitud perfectas, como ocurre en esa joya de ciencia ficción que es Los Hijos de los hombres.
Distante de los primeros planos y los sentimentalismos excesivos, esta obra es más amante de los montajes casi surrealistas, pero palpables. Eso sí, todo en clave en blanco y negro, para jugar aun más con las percepciones y sensaciones, con la expresión de los rostros y detalles, ya sea de un living, un auto setentero o una cancha de fútbol polvorienta.
No obstante, por sobre esto, hay un dato mucho mayor: nadie del elenco tuvo en sus manos el guión íntegro del film. Cada escena y su fuerza es el reflejo del momento y la sorpresa. ¿Una recomendación? Vaya a verla al cine, esos clásicos, porque se está proyectando en los cines Normandie, Cineteca Nacional y Sala K.
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Roma no tiene música incidental ni banda sonora. O sea, en verdad la tiene, pero es la orquestación de una variedad de ruidos, sonidos, voces y melodías que son ecos del pasado, como el pitito del manicero, los silbidos del afilador de cuchillos, las bandas escolares itinerantes o el cancionero popular de radios románticas y citadinas.
La imagen no se queda atrás. La visualidad e imaginario de esta película es una oda al cine, especialmente a las películas de matiné o rotativos dominicales, con imágenes que evocan a cintas de ciencia ficción o fantasía de clase B, la lucha libre mexicana o inclusive, al creador del cine, Georges Mèliés.
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El fin de semana pasado, Yalitza Aparicio fue portada de la revista Vogue de México, y ya es fotografiada y entrevistada en los más destacados certámenes y programas de espectáculos. Ella no es actriz y no sabe inglés. De hecho, es profesora de preescolar en el pueblo de Tlaxiaco (Oaxaca) y quedó en el casting del film por acompañar a su hermana. Y su encarnación de la resiliente Cleo es abismante y descollante, con una emocionalidad, cercanía y humanidad que merece todas las nominaciones.
Esta performance se suma a todo el abanico de personajes que tiene Roma, incluyendo los niños, la jefa de la familia (Marina de Tavira), el novio de Cleo (Jorge Antonio Guerrero), la abuela (Verónica García), y la otra asistente del hogar (Nancy García García).
La construcción de cada texto y personalidad para cada uno de ellos, es un relato que cautiva, impacta, angustia y encariña, y que representa a las mujeres con fuerza y coraje, y a los hombres, con poder y cobardía.
En conclusión, Roma es un manifiesto histórico, social, cultural y artístico del cine, por y para el cine, como ejercicio de aprendizaje y encantamiento. Es un punto de inflexión en la explosiva y Hollywoodense cartelera, y un sutil golpe de Netflix a la industria cinematográfica, apoyando al cine independiente y dejándolo al alcance de un click.