“Voy a contarles un secreto que nosotros los especialistas en robótica escondemos... Es que cada uno de ustedes va a vivir con un robot en algún momento de su vida”, afirma Guy Hoffman, Profesor Asistente en la Escuela de Ingeniería Aeroespacial y Mecánica de Sibley en la Universidad de Cornell, quien lidera el grupo de Colaboración y Acompañamiento Humano-Robot hip (HRC2) en una Ted Talk.
No es raro que al oír esto tengamos visiones futuristas o sacadas de alguna película de ciencia ficción, donde aparezcan robots humanoides que se comunican con nosotros y atienden y comprenden nuestras necesidades (Star Wars, Matrix o Terminator, quizás se vengan a nuestras mentes). ¿Pero serán los robots del futuro efectivamente como los retrataron esos filmes? ¿O es posible que lleguen a ser “más humanos que los propios humanos”?
Despertar emociones
“Mi trabajo es construir, diseñar y estudiar robots que se comunican con la gente, pero esta historia no empieza con la robótica, empieza con la animación”, explica Hoffman, quien cuenta en la charla que estaba obsesionado con la emoción que despertaba la lámpara de escritorio elaborada por el estudio de animación Pixar para su corto Luxo Jr.. Soñaba con poder construir algún día un robot que evocara algo similar, por lo que decidió estudiar animación.
Pixar/”Luxo Jr.”. |
“Aprendí dos lecciones sorprendentes: una de ellas fue que cuando quieres despertar emociones, no importa tanto cómo algo luce, todo está en el movimiento, en el ‘timing’ de cómo se mueve, la segunda, fue algo que uno de nuestros profesores nos dijo”, relata Hoffman. “Él dijo: ‘Como animador no eres un director, eres un actor’. Así que si quieres encontrar el movimiento adecuado para un personaje, no pienses en eso, ve y usa tu cuerpo para encontrarlo”.
Estas ideas se mantuvieron en la mente del científico, quien creía que los robots podían ser más cercanos a la lámpara de Luxo Jr. y menos a los robots de rígidos movimientos que solemos ver. “Creo que tal vez los robots necesitan ser menos como jugadores de ajedrez y más como actores en escena y más como músicos. Tal vez deberían poder arriesgarse e improvisar. Y tal vez deberían ser capaces de anticipar lo que estás apunto de hacer. Y tal vez necesiten poder cometer errores y corregirlos”, afirma, explicando que el jugador de ajedrez observa la jugada de la otra persona, la analiza, y en base a eso concluye qué movimiento es el mejor para ejecutar a continuación, y así es como operan los robots hoy en día. Pero para realizar un buen trabajo en equipo, los humanos no necesitamos sólo análisis, sino también la capacidad de anticipar, cometer errores y corregirlos en el camino, comunicarnos y conectarnos con nuestro entorno.
¿Y cómo se aplican esas lecciones a la robótica? Hoffman entendió que no solo pensamos con nuestros cerebros y usamos nuestros cuerpos para movernos, sino que también se da viceversa: usamos nuestros cuerpos para pensar, además improvisamos movimientos y acciones que nos ayudan a tomar riesgos, incluso a cometer errores y aprender de ellos, y sintió que todo esto debía ser aplicado a modelos computacionales.
Generó entonces unas lámparas de escritorio robóticas como la de Luxo Jr. y puso en algunas de ellas un cerebro robótico tradicional y calculado, que espera su turno, analiza todo, y planea. En las otras lámparas puso uno más similar al de un actor, que improvisa, se arriesga, actúa sin saber todo lo que tiene que saber y a veces comete errores y los corrige.
Hoffman probó los robots con personas que debían realizar tareas tediosas, a algunos les tocó la lámpara con el primer cerebro, y a otros la lámpara con el segundo. ¿El resultado? Todos amaron al segundo robot, considerándolo más inteligente, más comprometido y un mejor miembro que contribuyó más al éxito del equipo. Al contrario, las personas que trabajaron con el robot con el cerebro calculado, dijeron que éste era como un aprendiz perezoso, solo hizo lo que debía hacer y nada más.
Tras este experimento, el científico aprendió que la gente ya no espera que los robots simplemente “cumplan con su parte”, sino compenetrarse más con ellos. Para esto es útil la improvisación, tomar riesgos y actuar sin necesariamente tener todos los datos o un elaborado análisis de lo que hay que hacer, sino dejándose llevar por la intuición. Eso puede ser clave en el trabajo en equipo.
“Sé que esto va a sonar extraño, pero creo que los robots pueden inspirarnos a ser mejores seres humanos”, dijo Ken Goldberg, profesor de la Universidad UC Berkeley y Director de la iniciativa CITRIS Gente y Robots, en su propia Ted Talk.
En el año 1993, Ken Goldberg era un joven profesor en Kearney, en la USC. Mientras él construía su propio laboratorio de robótica, salió la World Wide Web, o como lo conocemos hoy en día: “internet”. El profesor decidió usar esta herramienta para que personas de distintas partes del mundo pudieran manipular un robot de forma remota, el cual ubicó al centro de una gran maceta.
Junto a sus estudiantes, puso una cámara en el robot que permitía que cualquier persona en el mundo, eligiendo una imagen, pudiese moverlo y ver parte del jardín, y también regarlo y participar en su cuidado. Si lo hacías varias veces, te entregaban tu propia semilla para que el robot la plantara.
Goldberg.berkeley.edu |
El robot fue instalado en Austria y por años muchas personas lo manipularon. Todo iba bien, hasta que un día un estudiante llamó a Goldberg y le preguntó si el robot era real, ya que estaba la posibilidad de que, en remoto, estuviéramos viendo sólo ciertas imágenes que nos hacían creer que, a lo lejos, existía el robot.
Nadie le había planteado esa pregunta a Goldberg antes y le voló la cabeza, llevándolo incluso a colaborar con el filósofo Hubert Dreyfus y a trabajar en el concepto de la tele-espistemología: el estudio del conocimiento a distancia. Gracias a ese estudiante y al trabajo de Goldberg con el robot, el científico relata que aprendió una importante lección de vida, y más importante aún para su quehacer científico: siempre hay que cuestionar lo que otros asumen.
Más adelante, Goldberg trabajó en otro proyecto, inspirado en el cáncer que sufrió su padre y las formas de ayudar a los pacientes que se someten a braquioterapia o radiación interna. La terapia consiste en colocar un implante radiactivo dentro o cerca del tumor en el cuerpo. Esto se realizaba con agujas que solían dañar los órganos de los pacientes. Goldberg decidió elaborar un robot que realizara el tratamiento sin que las agujas causaran daño a los órganos, y lo logró cuando el robot las ubicó en distintos ángulos en vez de en paralelo, como se hacía antiguamente. Así, aplicó la lección anterior y obtuvo una nueva.
“Al cuestionar la suposición de que todas las agujas tienen que ser paralelas, este proyecto me enseñó una lección importante: cuando tu camino está bloqueado, pivota”, señaló en su charla, refiriéndose a la importancia de encontrar otros caminos y esquivar los obstáculos que aparecen.
Cuando laburaba en Georgia Tech, Atlanta, Hoffman trabajó con robots y música. Ya existían robots que podían tocar instrumentos, pero también lo hacían de manera muy analítica y poco fluida. Recordó entonces las lecciones de su profesora de jazz cuando era joven: “Cuando improvisas, a veces no sabes lo que estás haciendo y lo sigues haciendo. Así que intente hacer un robot que en realidad no sabe lo que está haciendo, pero lo sigue haciendo”, indicó.
Pero lo que nos atrae a los shows de música en vivo, para Hoffman, no es sólo la capacidad de tocar bien y hacer notas: “los músicos también se comunican con sus cuerpos, con otros miembros de la banda, con el público, usan sus cuerpos para expresar la música”, señaló.
Con eso en mente, le dio al robot una cabeza que fuera socialmente expresiva. Al mostrársela a la audiencia de su Ted Talk, el público comenzó a cabecear junto con el robot. Incluso, en una pequeña performance entre el robot y un rapero, el rapero estaba muy concentrado en su iPhone hasta que vio al robot voltear su cabeza hacia él, y dejó de ver el teléfono. Y surgió entonces una nueva lección para Hoffman: “Es que no podemos ignorar cosas físicas moviéndose en nuestro entorno. Estamos conectados para eso”.
Pero no sólo lecciones filosóficas nos entregan los robots. Hace más de una década, Mitsuo Kawato asistió a la celebración del aniversario del Instituto de Robótica de Carnegie Mellon University, donde dio una charla y observó algo similar a lo que Hoffman menciona. Kawato, director de los Laboratorios Computacionales de Neurociencia ATR en Kioto, Japón, entró al escenario imitando la forma rígida en la que los robots humanoides se mueven, y señaló que esto sugiere que los científicos no comprenden realmente cómo el cerebro humano controla el cuerpo, ya que si lo hicieran, podrían recrear el proceso en un robot.
“Solo cuando intentamos reproducir funciones cerebrales en máquinas artificiales, podemos entender cómo el cerebro procesa la información”, dijo en aquel entonces Kawato. Llama a esto “entender el cerebro al crear el cerebro”, como se puede leer en su paper del año 2008. Kawato explica que al programar un robot para que alcance y agarre un objeto, por ejemplo, es posible aprender los patrones en los que las señales eléctricas fluyen entre neuronas en el cerebro para controlar un brazo humano.
El científico afirma que, si bien los robots y las personas son muy distintos,cree que los experimentos en robots humanoides pueden, al menos, brindar modelos simplificados de qué es lo que ciertos grupos de neuronas en el cerebro están haciendo. ¿Y cómo le ha ido con esta técnica?
Hoy en día, el equipo de Kawato de neurociencia computacional, ha reforzado modelos de aprendizaje y teoremas económicos para construir cómputos neuronales para la toma de decisiones humanas, aplicándolos para resolver problemas sociales, económicos y médicos. Además, continúan aprendiendo sobre el cerebro humano mediante el análisis de los modos de aprendizaje de los robots.
Sin duda, los robots nos seguirán enseñando muchas lecciones a medida que la inteligencia artificial siga su curso, y quizás el camino no nos lleve a la aniquilación de la humanidad como muestran las películas, sino a una mejor comprensión de lo que nos hace humanos, lo que nos define y cómo funciona nuestra mente, nuestra forma de tomar decisiones, e incluso nuestrasemociones. Y si es así, quizás podamos aspirar a un futuro no sólo más tecnológico, sino con mejores relaciones humanas y nuevos aprendizajes que nos ayuden a navegar mejor nuestras vidas.