En un principio no había nada y… no, no se preocupen, no le daremos esa charla. Mucho antes del humano, los dinosaurios e incluso de las plantas terrestres, ocurrió un salto evolutivo que permitió que buena parte de lo que hay sobre la Tierra exista hoy: la aparición de los animales.
Normalmente se menciona la explosión cámbrica, un periodo de rápida aparición y diversificación de organismos hace unos 541 millones de años, como el punto de origen de todos los animales modernos (sí, el humano va incluido).
Pero antes, hace 558 millones de años, ya existían organismos que pululaban por todo el planeta. Organismos raros, cuyas formas se asemejaban a los bocetos de un matemático frustrado y cuyas inusuales características han hecho, hasta recientemente, imposible saber con certeza si eran animales o algún tipo de alga o colonia microbiana.
Hace pocos días, científicos lograron encontrar evidencia física que confirma que uno de los representantes de estos tempranos organismos, es el primer animal conocido de la historia, el comienzo de todo.
Organismos ediacáricos. Así se conocen a estos organismos que vivieron en el Período Ediacárico, la era geológica previa a la cámbrica. El abanico de fósiles que se han encontrado de ellos es amplio, como también sus características: algunos son de milímetros, otros tan grandes como un humano; algunos de cuerpo sólido, otros de consistencia más bien gelatinosa; unos complejos y de formas intrincadas, otros masas amorfas. Todo un espectáculo de formas, digno de un zoológico interplanetario.
Una muestra de la fauna ediacárica. Fuente: A Dinosaur A Day |
Para algunos científicos ha sido todo un quebradero de cabezas clasificarlos, porque presentan estas características que no son “ni fu, ni fa”. Entre las opciones de categorización que se han barajado, se mencionan: alga, liquen, hongo, colonia microbiana y animal.
Algunos investigadores creen que se trató de un "borrador" del desarrollo de la vida. Mark McMenamin, paleontólogo estadounidense, decía en 1998 que estos seres habrían representado una alternativa hacia el desarrollo de la inteligencia, uno de varios caminos que terminaron en un callejón sin salida.
El principal problema fue, desde los primeros descubrimientos en el siglo XIX, lo poco cooperadores que fueron los fósiles, absolutamente carentes de cualquier información genética que pudiera soplarles algo a los científicos, por lo que las hipótesis debieron basarse únicamente en su morfología.
Esta es, de hecho, una de las principales limitaciones de la paleontología y causa de por qué a veces las estimaciones en base a fósiles, pueden ser tan desacertadas como ponerle manjar al queso. Inclusive, ha habido casos, por ejemplo, en donde se estudia un fósil por décadas… pero por el lado incorrecto.
Y aquí entra en escena el género Dickinsonia, parte de los ediacáricos, cuyos fósiles hallados en zonas tan lejanas y dispares como Australia y Rusia tenían algo más que contar.
Aunque suena a sobrenombre que le pondrías a tu perro (el nombre fue puesto por un paleontólogo chupamedias en honor a su jefe), el género Dickinsonia es por lejos el más fascinante entre los ediacáricos.
Pudiendo medir hasta casi metro y medio y teniendo una estructura simétrica redondeada, los Dickinsonia parecen ser el tipo de organismo que encontraríamos volando en un mundo muy lejano o fruto de las alucinaciones producidas por una droga muy potente.
Fósil de Dickinsonia. Fuente: ANU |
Reconstrucción artística del fósil. Fuente: Paleoexhibit |
Pero estuvieron aquí mismo, en la misma tierra que pisamos, y en grandes concentraciones. En el noroeste de Rusia, en una zona infestada de osos y mosquitos, acudieron científicos para extraer a lo Indiana Jones (pero sin los robos a culturas vulnerables) fósiles de la piedra arenisca de un acantilado.
¿La sorpresa? Estos fósiles contenían restos de materia orgánica. Una vez analizados sus biomarcadores en los laboratorios de la Universidad Nacional de Australia (ANU), no hubo dudas en la categorización de este género específico en los ediacáricos.
“No hay nada que interpretar”, señala el paleobiogeoquímico Jochen Brock, investigador de la ANU, “Estas criaturas producen colesterol, que es el sello de los animales y confirma que esta criatura es, de hecho, nuestro más antiguo ancestro”.
El estudio posiciona, entonces, al Dickinsonia como el género animal más antiguo del mundo según el registro fósil, lo que cambia algunas concepciones que se tenían antiguamente, partiendo por lo que entendemos bajo el concepto de “animal”.
Actualmente, las bases para la clasificación de un organismo en el reino animal, es amplia e incluye: capacidad de movimiento, sistemas digestivo y nervioso, y capacidad de reproducción. Su morfología indicaría que el Dickinsonia habría sido capaz de hacer algunas cosas, como moverse o alimentarse, pero no sabemos cómo exactamente.
Según los científicos, el tamaño de estos animales indicaría, más que un intento fallido de evolución, un preámbulo de lo que vendría en la explosión cámbrica.
Otros expertos lo interpretan de otra manera. El paleontólogo español Diego Garcia-Bellido, quien se especializa en el Periodo Cámbrico, señala que no sería un ancestro, sino una rama extinguida (como lo que señalaba McMenamin).
Así mismo, opina que tener características animales no lo convierte en animal, “por la misma razón que encontrar plumas en numerosos dinosaurios terópodos, incluido el T. rex, no los convierte en aves voladoras”.
El estudio, sin embargo, confirma lo que sospechaban análisis anteriores, basados en proyecciones morfológicas de crecimiento.
Sin duda el debate continuará, como también la aparición de más misterios sin resolver, y aquí mismo, en el planeta que nos ha alojado toda la vida.