Si hiciéramos el ejercicio de pedirle a un estadio entero que la persona que nunca en su vida ha sentido envidia (de su amigo, hermano o de algún cercano), levante la mano, es probable que nadie lo haga. Para qué estamos con cosas, si todos, en alguna medida, hemos envidiado a alguien, ¿o no?
Ese dolor que hemos vivido por ver cómo otro goza por lo que tiene o logra -y que nos hace desear que no lo posea o lo pierda- a veces, nos invade. Y nos molesta, porque no es un estado que nos haga sentir cómodos, pero es difícil de evitar. ¿Por qué ocurre? ¿Qué se puede hacer al respecto? ¿Es algo en lo que se pueda trabajar? Aquí te revelamos el misterio.
La envidia no es algo que se promueva, ni de lo que alguien pueda estar orgulloso. De hecho, cuando nos damos cuenta de que estamos envidiando a alguien, preferimos no contárselo a nadie y vivir esa molestia en silencio, porque nos da vergüenza, no es bien vista y porque contarlo demuestra inferioridad (“sí, ese otro es más que yo, por eso lo envidio”).
“La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual”, dijo el escritor y filósofo español, Miguel de Unamuno. También está dentro de los siete pecados capitales (esas siete situaciones mundanas de las que más se avergüenza la humanidad). Sí, estamos conscientes de que no es buena y que nos hace mal, pero ya que todos la hemos experimentado alguna vez, entendamos de qué se trata.
Tiene que ver con sentirse insatisfecho con el éxito de otra persona e inferior a raíz de eso. Cuando tenemos envidia, queremos que la otra persona pierda esa cualidad o lo que posee, porque nos molesta verla contenta y disfrutando ese logro, más que querer el logro u objeto que alcanzó. Y tranquilo, no eres un ser malvado tipo telenovela venezolana por sentirlo, ¡es muy humano! Pero puede trabajarse (lo veremos más adelante).
¡Amiga! felicitaciones por tu nota en el examen, realmente te lo merecías, estudiamos mucho para esa prueba.
Rosa felicita a su amiga Ana porque es lo que corresponde, y porque en verdad está feliz por ella, pero al mismo tiempo por dentro siente envidia del logro de Ana, porque generalmente obtienen notas parecidas, pero esta vez estudiaron juntas y a ella le fue mucho peor. Sin embargo, a Rosa no le duele ni le importa que el mateo de la clase, nuevamente, haya obtenido la mejor nota del curso.
Acá lo que ocurre es que nuestros cerebros están programados para sentir una mezcla bastante rara, porque por un lado nos alegramos, pero por el otro nos da envidia o celos el logro de otro. Lo anterior ocurre gracias a algo llamado modelo del mantenimiento de la autoevaluación. ¿Qué?
Es un fenómeno que explica que la forma en que nos evaluamos a nosotros mismos, se ve mucho más amenazada por las personas que queremos y que destacan en áreas en las que nos definimos (trabajo o habilidades), que por desconocidos. De hecho, esto es algo que hacemos por instinto, aunque nos cause daño. Aristóteles explica en su obra Retórica que la envidia solo existe entre pares y no entre quienes están separados por condiciones abismales, de hecho, esta sería una barrera natural contra la envidia.
Entonces, la envidia funciona así:
● Afirmo que X ha logrado algo.
● Afirmo que yo no he logrado eso.
● Declaro que me molesta el logro de X.
● Declaro que deseo que X pierda lo que tiene. Ojo, lo curioso acá es que no es un “deseo tener lo mismo”, es simple “quiero que lo pierda”.
Entonces, cuando a alguien que queremos le va bien o tiene éxito en algo que nosotros también deseamos, nuestros cerebros inician una lucha subconsciente entre el orgullo y los celos, así lo explica Shankar Vedantam, en su libro El cerebro oculto.
Por ejemplo, no vas a envidiar a tu vecino que es seco para el fútbol, si tú no estás ni ahí con el deporte. Pero es probable que sí envidies a tu amigo colega que salió empleado del mes en la oficina, a pesar de todos los esfuerzos que hiciste para ser bien evaluado. O a tu amiga que salió elegida mejor compañera en el colegio. Es curioso, pero así funcionamos.
Ya que estamos en un mundo completamente tecnológico, veamos cómo funciona la envidia cuando revisamos nuestras redes sociales:
Estás trabajando en tu oficina, tienes un día intenso entre reuniones y pendientes, pero para descansar un rato, te metes a revisar las fotos de Instagram. Y ahí está ella, tu amiga suertuda, que adoras, pero que jamás le ha trabajado un peso a nadie y que, gracias al auspicio de sus papás, recorre el mundo y visita unos lugares increíbles. Tiene el pelo largo y sedoso porque ocupa productos de marca, un cuerpo perfecto y más matches en Tinder que timbres en su pasaporte. Qué ganas de que algún día sepa lo que es trabajar y conseguir las cosas con esfuerzo, piensas tú.
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Querido amigo lector o lectora, si te ha ocurrido algo parecido, en situaciones extremas como esta, no queda otra más que asumir que “el que puede, puede”. Y obviamente es necesario hacer todo lo que esté en nuestro alcance para poder lograr nuestros objetivos. Hay gente que la tiene más fácil, pero eso no puede ser un impedimento para cumplir nuestras metas. Comienza valorando lo que tienes, como tu familia y tu trabajo, por ejemplo. Y si sueñas con un viaje como el de tu amiga, es cosa de que te lo propongas como meta.
¡Y mucho ojo con las redes sociales! Es importante que tengas cuidado de no caer en comparaciones al revisarlas, porque esto te puede generar frustración. Estas son un mural perfecto donde las personas pueden mostrar cómo disfrutan con sus amigos, familias y parejas. Las cosas feas no se muestran a través de estas plataformas, ¡pero todos han tenido momentos malos en la vida!
En ocasiones, para compensar la envidia o ese sentimiento extraño que experimentamos cuando a un ser querido le va bien en lo que deseamos, recurrimos al uso de algunos mecanismos que debemos evitar, como estos:
● Infravalorar la ventaja del otro para aliviar nuestra envidia: en verdad salir empleado del mes no tiene ninguna gracia, solo te felicitan y tu foto queda pegada en el mural por un mes.
● Buscar desventajas de la otra persona en otros campos que compensen su superioridad o criticar el sistema que permite que se dé la situación que provocó la envidia: Sí, puede que haga bien su trabajo, pero se nota que no tiene vida para hacer otras cosas.
● Y en los casos más extremos, castigamos al envidiado física o psicológicamente.
Pero eso no es bueno y debemos ganarle a la envidia con dignidad, porque si nos quedamos pegados en ese sentimiento y nos comparamos constantemente con nuestros cercanos, es probable que terminemos con ansiedad o trastornos del apetito o del sueño, por ejemplo. Y esto, finalmente, se verá reflejado en la actitud con que enfrentamos la vida.
Entonces, la clave es dejar de pensar en que el otro no se merece lo que logró y rescatar los aspectos positivos que lo llevaron a alcanzarlo. También es una alternativa comenzar a buscar la forma de lograr lo que cada uno de nosotros quiere, sus propias metas y aspiraciones. Es un trabajo individual, en el que hay que tener en cuenta las fortalezas y debilidades personales. De esta forma, podrás disfrutar y compartir la alegría del éxito de tus amigos y también tener los propios.