En los últimos años les hemos contado de varias iniciativas que buscan cambiar la forma en que generamos energía. China, por ejemplo, el país con mayor producción de carbón del mundo, ha aplicado varias medidas que apuntan a reducir la dependencia energética de la roca negra, haciéndola más ecológicamente amigable, y a la vez, desplazándola por energías renovables como la solar y la eólica.
Las razones del crecimiento de estas alternativas son múltiples y van desde lo ambiental a lo económico. La Organización Mundial de la Salud señala que una de las principales causantes de la contaminación del aire, es la combustión del carbón. Es responsable de 6,5 millones de muertes cada año, es decir, 11,6% de los fallecimientos mundiales. El daño también se extiende a suelos y cuerpos de agua que pueden ser contaminados por sus subproductos.
Si bien las energías renovables no están libres de polémica -las granjas eólicas, por ejemplo, producen daño considerable a la fauna cuando se encuentran en el camino de vías migratorias-, su impacto en el medio ambiente es bastante más reducido.
Por otro lado, tenemos nuevas tecnologías que han permitido la masificación de paneles solares y turbinas eólicas. Chile es, de hecho, uno de los países que más ha apostado en ello. Desde el punto de vista económico, se hace cada vez más atractivo sumarse a este tren.
El carbón, en comparación, parece anticuado, sucio y dañino. Y sin embargo, la humanidad no podría existir como la conocemos hoy sin el bien llamado “oro negro”.
Hace 6.000 años, mucho antes de la invención de la rueda y algo después del primer “copete” prehistórico (las prioridades claras), el carbón tuvo su primer uso a manos del humano, en China, como adornos para las orejas.
Barbara Freese, abogada de derecho medioambiental y autora del libro Coal: A Human History, describe el carbón como una “cuenta de ahorros solar” de miles de años, depositada en increíbles cantidades en el manto terrestre. La humanidad “abriría” esta particular cuenta bancaria en China, hace unos 3.500 años, cuando se registra el primer caso de utilización de carbón como fuente de combustible.
El verdadero romance, sin embargo, comenzaría algo más tarde, cuando los romanos entran a Britania en el año 55 a.C y se encuentran con un mineraloide precursor del carbón al que llamaron gagate (azabache en español), la “mejor piedra de Britania”, según un escritor romano.
Al ser un compuesto raro, fue un chic accesorio de modas. Freese cuenta, que los romanos no eran muy buenos para diferenciar entre el carbón común y el azabache, por lo que mucha gente se paseaba por ahí creyéndose la muerte con un pedazo de, básicamente, porquería bamboleándose sobre sus vestimentas.
Curiosamente, su poder como combustible -que alrededor de la misma época ya era explotado sistemáticamente en China- tardó bastante en asentarse en Occidente. De hecho, la autora menciona que hacia el año 700 D.c se quemaba carbón en Britania, pero con un fin muy distinto: el humo ayudaba a alejar a las serpientes.
Hacia el primer milenio, recién, ya era común el uso del carbón como combustible para el trabajo de herrería y cervecería. Le decían “carbón marino”, para diferenciarlo del carbón vegetal (madera quemada), y los primeros grandes responsables de la industria eran quienes poseían la tierra, es decir, la Iglesia Católica.
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Por esos años todavía no se entendía el origen del carbón. Algunos pensaban que se trataba de un tipo de vegetación, y sugerían incluso aplicarle abono encima para que “creciera”.
Para el 1600, Inglaterra sufría una severa crisis maderera, en otras palabras: se fueron al chancho talando. Como casi todo en esos tiempos requería de madera, de pronto el carbón vegetal no resultaba tan atractivo para tener la casa calentita y fue el momento en el que el carbón mineral, barato y abundante, tomó definitivamente su lugar en el hogar.
Y hablando de desarrollo. 160 años después, fue el carbón el responsable de encender, literalmente, la revolución industrial, al ser el principal combustible de toda la maquinaría de vapor que cambiaría la historia de la civilización humana para siempre.
De no haber existido el carbón mineral, la revolución industrial hubiera estado limitada al vegetal que, como les decíamos, no abundaba en una Inglaterra que había consumido sus recursos de madera hasta niveles críticos. Sin el carbón mineral no hubiera siquiera habido revolución industrial.
Las implicancias serían enormes. La navegación marítima estaría mucho más limitada, el tren nunca hubiera existido, la producción de bienes estaría limitada a la capacidad de trabajo del artesano, no habrían surgido fábricas ni los primeros esbozos del capitalismo.
La ciencia y la medicina también se habrían estancado hace rato y definitivamente no estarías leyendo El Definido en tu computador o celular (seguramente seríamos un diario impreso).
También habría consecuencias inimaginables a nivel político y social. Seguramente el mapa de este universo alternativo sería completamente distinto, y sus habitantes estarían aún mayormente sumidos en la pobreza, con una clase media bien pequeña.
Ahora, volvamos a la realidad. El boom de la minería significó igualmente la introducción de un nuevo personaje a la sociedad: el minero.
A diferencias de pasados oficios que se hallaban integrados a la sociedad, los mineros del carbón vivieron condenados al ostracismo. En partes de Inglaterra, familias enteras vivían y morían por generaciones a la sombra de la misma mina. No muy distinto panorama existiría en Chile en los siglos siguientes.
“La minería del carbón”, escribe Freese, “fue una de las pocas ocupaciones en la cual la persona enfrentaba un riesgo muy real de muerte por los cuatro elementos de la naturaleza: tierra, aire, fuego y agua”.
Las penurias del minero inspirarían un sinfín de movimientos, filosofías y otras posteriores revoluciones. Es por algo que el libro de Freese lleva el subtítulo A Human History. Carbón y humanidad son como uña y mugre.
El minero de carbón inspiraría, por ejemplo, el trabajo de Marx y Engels. Fuente: Mining Artifacts
Saltándonos hacia la edad contemporánea, el carbón es responsable de más de un tercio de la electricidad a nivel mundial. El hambre energética es lo que ha llevado a la escalación de las operaciones mineras a niveles que ponen en aprietos al medio ambiente. En 2015, el carbón aportó el 44,9% de todo el C02 generado por combustión.
Para que se hagan una idea de qué tan hambrientos somos. La producción de carbón casi se triplicó entre 1971 y 2011:
Fuente: International Energy Agency.
¿Pero ven esa caída hacia el final? Es lo que Freese espera que sea el inicio del “fin de la era del carbón”.
Pese a todo lo que nos ha dado el carbón, por nuestros propios errores nos hallamos en la incómoda situación de tener que, en idioma WhatsApp, silenciarlo por mil años y tirarlo a al averno de los archivados. O sea, despedirnos de nuestro original “oro negro”.
China es la que está jugando el rol principal en esta lucha. El país asiático es responsable de casi la mitad (44,5%) de toda la producción carbonífera mundial y su energía depende aún en un 60% de este elemento.
Las medidas aplicadas en el país asiático han sido varias. Como les contamos anteriormente, el gobierno prohibió nuevas plantas de energía a carbón en algunas regiones, en otras está reemplazando el carbón por gas natural. Adicionalmente, las plantas que siguen trabajando con carbón deben modificar sus procesos para reducir emisiones. Por último, el país lidera por lejos la inversión en energía solar a nivel mundial.
Puede que el cambio no sea notorio en el corto plazo, pero las tendencias económicas apuntan a que en las próximas décadas se vivirá un notable retroceso en la industria carbonífera a nivel mundial.
Un reciente reporte de Bloomberg New Energy Finance (BNEF) proyecta que la inversión en renovables simplemente empujará al carbón fuera de la ecuación, ya que el precio por megawatt-hora será demasiado barato para que los combustibles fósiles compitan.
“Al ser batido por el costo de la energía eólica y fotovoltaica para la generación de electricidad al por mayor, y por baterías y gas por flexibilidad, el sistema eléctrico del futuro se reorganizará en torno a las energías renovables baratas", señala Elena Giannakopoulou, jefa de economía energética de BNEF.
El reporte pronostica que para 2025 se alcanzará una paridad entre energías renovables y combustibles fósiles, y que en 2050 estos primeros dominarán completamente el panorama energético a nivel mundial:
Comparación del mix energético mundial entre 2017 y el proyectado para 2050. Fuente: BNEF
La energía de Chile, sigue dependiendo en gran parte del carbón (40% de la matriz), a pesar de los tremendos avances por migrar hacia una matriz más amigable con el medio ambiente, como la solar o la eólica. Para lograr disminuir ese porcentaje, a principios de este año, el Gobierno y las generadoras anunciaron que no desarrollarán más plantas carbón, para que de a poco, la generación termoeléctrica deje de ser la principal fuente de energía del país. Así, para el año 2030, el 75% de la energía eléctrica que se genere en Chile, debería ser renovable.
Pero seguramente la historia de amor entre la humanidad y el carbón continuará, solo que tomando otras formas. Quién sabe, quizá las pasarelas de Francia se llenen de modelos ostentando pedazos de carbón sobre carísimos vestidos, a la romana.