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La pobreza invisible

Por Rodrigo Figueroa Reyes @Rodrigohernan | 2016-08-16 | 09:59
<p>El sábado 7 agosto, a primeras horas de la madrugada, un menor de apenas cuatro meses es ingresado de urgencia en el Hospital Padre Hurtado de la comuna de La Granja. Su padrastro lo ha llevado hasta el recinto asistencial con múltiples contusiones, las que hacen sospechar al personal médico del recinto que el pequeño ha sido víctima del síndrome del niño sacudido. El padrastro se da a la fuga, pero es tomado detenido a las pocas horas: la policía sospecha que es el culpable de la violencia de la cual el menor ha sido objeto. El pequeño, de quien la prensa nunca dio su nombre, falleció el día martes de la semana recién pasada producto de la gravedad de sus lesiones. Este triste episodio ocurrido en la comuna de La Granja, nos recuerda una realidad difícil de superar en el Chile actual: la enorme injusticia de la cuna. El pequeño muerto esta semana sólo tuvo la enorme mala suerte de nacer en un contexto social y familiar desfavorable, sin las condiciones elementales para poder desarrollarse y crecer sanamente.&nbsp;</p><p>Esta historia tan dolorosa, me motivó a escribir este artículo con la idea de contribuir a profundizar el debate respecto de las oportunidades y de cómo generamos un entorno más equitativo y fértil para todos y todas en este país. La discusión principalmente estudiantil respecto de una educación gratuita y de calidad, a mi juicio, no profundiza en la contundente realidad de que una parte relevante (sino la más relevante) del problema de la inequidad&nbsp;se juega muchísimos años antes que el momento mismo del ingreso a la universidad y el reparto de las vacantes de la educación superior. ¿Qué pueden hacer las familias a este respecto? ¿Qué aspectos deberíamos conocer los padres para contribuir de mejor forma a la educación de nuestro hijos? ¿Cómo ser apoderados más responsables en nuestra participación en las distintas comunidades educativas? </p><p>LA POBREZA Y SU IMPACTO EN EL CEREBRO</p><p>Pobreza y menores oportunidad son dos viejos conocidos, pero muy a menudo no nos tomamos el tiempo de conocer las posibles relaciones internas que conectan ambas variables. Uno de los caminos que varios investigadores han explorado es el impacto que la pobreza tiene en las denominadas “funciones ejecutivas” del individuo. Las funciones ejecutivas están alojadas en la parte de nuestro cerebro denominada “corteza prefrontal” (prefrontal cortex), y el efecto del estrés en edades tempranas puede afectar esta zona del cerebro y con ello la capacidad humana de gestionar eficazmente emociones, así como gestionar y regular pensamientos propios. Las funciones ejecutivas hacen referencia a la habilidad de enfrentar situaciones e información impredecibles y confusas. Una manifestación concreta de las funciones ejecutivas está presente cuando un joven retiene su impulso de golpear o pelear con otro por un juguete o deseo específico. La capacidad de regular y controlar las respuestas propias más instintivas es una función ejecutiva fundamental para sobrevivir exitosamente en la escuela, la universidad, el trabajo, y el mundo moderno en general. </p><p>En 2009, dos investigadores de la Universidad de Cornell (EEUU), Gary Evans y Michelle Schamberg, decidieron investigar la relación existente entre la pobreza inicial en la que se cría y desarrolla un niño (a) y el impacto que esta pobreza inicial tiene en las “funciones ejecutivas” del cerebro. En este caso específico, la función ejecutiva bajo la lupa de los profesionales fue la denominada memoria de corto plazo (working memory), mediante la utilización de un antiguo juego de video (Simon) a modo de test de memoria de trabajo. Los resultados de la investigación mostraron que a mayor tiempo que un niño(a) pasa en pobreza, menor es su desempeño en el test: vale decir, que mientras mayor es la exposición a condiciones de pobreza, mayor es el deterioro en la función ejecutiva de memoria de trabajo. Adicionalmente, Evans y Schamberg utilizaron medidas de estrés en base a una serie de mediciones orientadas a proporcionar un índice de carga alostática (allostatic load), el cual también correlacionó positivamente con el tiempo que el individuo pasa en pobreza. La carga alostática (allostatic load) es un concepto desarrollado por Bruce McEwen y hace referencia al efecto acumulativo que tiene la exposición a estrés durante la vida del individuo, exposición que tendría una serie de manifestaciones físicas concretas en nuestro cuerpo. Finalmente, lo interesante del estudio de Evans y Schamberg es que al intentar examinar en mayor profundidad cuáles de las variables producían el mayor impacto en las funciones ejecutivas de los muchachos y muchachas, pudieron constatar que NO es la pobreza en sí la que produce el efecto perverso, sino que el nivel de estrés experimentado a lo largo de la vida del joven (allostatic load) lo que realmente causa el deterioro observado en las funciones ejecutivas. Este estrés está provocado precisamente por fenómenos de violencia intrafamiliar, escasez de alimentos, falta de atención o apoyo emocional, abandono paterno y/o materno, ambiente externo hostil, entre otras muchas circunstancias desfavorables.</p><p>LA CLASE SOCIAL Y SU IMPACTO EN LOS MODELOS DE CRIANZA</p><p>En 2002, la socióloga estadounidense, Annette Lareau, publicó los resultados de una investigación bajo el título de “Invisible Inequality: Social class and childrearing in Black families and White families”. La intención de Lareau fue la de describir e identificar los estilos de paternidad (maternidad) de 12 familias tanto blancas como afroamericanas, tanto de estratos acomodados como pobres, con hijos en 3º nivel de la escuela primaria, y realizando al menos veinte visitas a cada uno de estos hogares, de manera de observar y presenciar todo tipo de actividades: almuerzos, reuniones familiares, visitas al doctor, a la iglesia, etc. El equipo de Lareau esperaba encontrar una gran diversidad de estilos de crianza, sin embargo, para sorpresa de ellos, pudieron identificar únicamente dos, los cuales se alineaban casi perfectamente con las clases sociales de las familias. Por una parte, las familias más acomodadas practican lo que la socióloga denominó “concerted cultivation” (cultivo conjunto) que se caracteriza por un envolvimiento activo de los padres en el tiempo libre del estudiante, diseño parental de una agenda intensiva de actividades extra curriculares, consultas sistemáticas respecto de profesores, coches y compañeros, incentivo a evitar comandos e instrucciones en la interacción padres-hijos y, por el contrario, forzar el razonamiento del menor. El objetivo de este estilo es, en palabras de Lareau, “activamente estimular y evaluar los talentos, opiniones y competencias del hija(o)”. Por otra parte, los padres de estratos socioeconómicos bajos fueron caracterizados por una estrategia de paternidad que el equipo de investigadores denominó “accomplishment of natural growth” (logro o cumplimiento&nbsp;del crecimiento natural), el cual entendía como deber del profesor(a) la educación de los hijos, una mayor sumisión ante la autoridad y, por lo mismo, un mayor uso de comandos e instrucciones (y menos razonamiento) en la interacción padres-hijos. El objetivo aquí es cuidar de los hijos, pero dejarles crecer y desarrollarse por sí mismos. Desde una perspectiva moral, señala Lareau, ambos estilos son apropiados, sin embargo, el primero (concerted&nbsp;cultivation) ofrecería enormes ventajas para el desenvolvimiento en el mundo moderno, en términos que favorecería el desarrollo de la inteligencia práctica del individuo, concretamente el desarrollo de sus competencias sociales. </p><p>LA PSU Y EL FIN DEL CICLO DE LA DESIGUALDAD</p><p>En Chile, la PSU se ha transformado en un ícono de la profunda desigualdad existente en la distribución de oportunidades educativas. Más allá del debate de si la PSU es la razón o simplemente el síntoma de un problema subyacente, lo cierto es que año a año podemos observar con espanto las cifras que dan cuenta de la profunda brecha existente entre colegios particulares (estratos socioeconómicos más altos) versus las escuelas municipales (que atienden en general a grupos más vulnerables). En un reportaje publicado por el portal Cíper en 2011, por cada seis respuestas correctas en Matemáticas&nbsp;de un alumno de la educación particular, un estudiante municipal respondía tan solo una. Igualmente, se menciona que la brecha de 100 puntos existente en la antigua prueba PAA entre los más ricos versus los más pobres creció a 150 puntos con la nueva medición PSU. De acuerdo a una publicación de Mladen Koljatic y Mónica Silva (2010) el incremento en el contenido evaluado en la PSU ha ido fuertemente en detrimento de los estudiantes de grupos más vulnerables. </p><p>En mi opinión, para superar la inequidad persistente de la sociedad chilena y la falta de reales oportunidades de desarrollo para múltiples sectores de la sociedad es imprescindible entender que las distintas soluciones&nbsp;NO pasan únicamente por reformas distributivas del Estado (que pueden ser necesarias). También es imprescindible entender que la pobreza tiene un componente cultural soterrado, que tiene que ver con nosotros los individuos, el cual&nbsp;efectivamente impacta el potencial de&nbsp;desarrollo de las personas, limitando en la práctica la capacidad de los individuos de lidiar con los desafíos de los tiempos modernos en forma eficaz. De acuerdo a cierta evidencia científica, tales competencias culturales también están siendo distribuidas desigualmente en la sociedad, y para peor, poco o nada discutimos al respecto.</p>
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