Aníbal tiene 8 años, es muy bueno para el fútbol y no pierde oportunidad para hacer ver a sus compañeros que “son pésimos” en la cancha. Suele insultarlos y usar sobrenombres ofensivos y constantemente busca el punto débil del otro para burlarse.
Elena tiene 7 años. Es una niña con un carácter fuerte, le gusta ser siempre la primera en las filas, la protagonista de todos los juegos y según sus compañeras es “muy mandona”. Cuando las amigas no quieren hacer lo que ella dice, suele irse del juego y presiona a sus amigas para que la sigan.
Manuel tiene 4, si bien es un niño/a muy despierto y creativo, a las educadoras del jardín les llama la atención la forma en que se relaciona con los adultos. “Es como si todos tuviéramos que estar a su disposición”, señala la profesora jefa. Cuando entra a la sala no saluda a nadie y se va directo al rincón de los autos que es el que más le gusta. Les quita los juguetes a otros niños/as y dice “ese es el que yo uso”. Muy rara vez se le escucha dar las gracias y cuando necesita algo le grita desde su puesto a la profesora “tráeme el saca puntas”.
Vivimos en una época en que cada vez es más frecuente encontrarnos con niños/as con características similares a las de Aníbal, Elena y Manuel. Que sienten que están un poco por encima del resto del mundo y que pueden llegar a ser bastante prepotentes y abusadores con los demás.
Las causas de este tipo de actitudes pueden ser variadas y se pueden combinar de distintas formas en cada caso. Revisemos algunas.
- Aprendizaje de modelos. Durante el desarrollo infantil, el niño/a absorbe de manera permanente lo que pasa a su alrededor y aprende los estilos de relación interpersonal que ve en su entorno, principalmente en sus padres u otras personas afectivamente significativas. Si ven que sus adultos cercanos tratan a los demás de forma poco considerada, gritan, exigen o insultan, irán incorporando ese estilo de relación e irán aprendiendo a resolver las situaciones cotidianas a través de la fuerza y la agresión. A veces no somos conscientes de este tipo de modelos, que se dan en cosas tan cotidianas como la forma en que conducimos el auto, el modo en que le pedimos las cosas a un vendedor en una tienda o a un mozo en un restaurant o cómo nos referimos al profesor del niño/a cuando no estamos de acuerdo con él. Si nos referimos a las personas de la comunidad con desprecio y actuamos como si los demás tuvieran que estar a nuestro servicio, no es de extrañarnos que nuestros hijos aprendan a tratar así a los demás.
- Egocentrismo y falta de empatía. Los niño/as antes de los 6 o 7 años son, por sus características cognitivas y emocionales, más bien egocéntricos pues miran y entienden el mundo desde su perspectiva. Les cuesta asumir la postura del otro y comprender que los demás experimentan emociones distintas a las suyas. Si bien este egocentrismo es normal en esa etapa del desarrollo, lo esperable es que a partir de la mediación que hacen los adultos significativos, el pequeño se vaya haciendo gradualmente más consciente de las necesidades de los otros y que vaya aprendiendo que su conducta influye sobre los demás. Un estilo educativo que sobredimensiona las necesidades y gustos del niño/a en desmedro del reconocimiento de los de los demás, pueden llevarlo a no desarrollar la empatía necesaria para tratar bien a quienes lo rodean. Algunos ejemplos de este tipo de situaciones los encontramos, por ejemplo, en padres que siempre defienden a su hijo cuando se ven involucrados en una pelea con otro niño/a, justificando lo injustificable y siendo incapaces de reconocer que ellos también pueden haber tenido algo que ver en la génesis del problema. O cuando el niño/a dice o hace algo que daña al otro y como padres simplemente lo ignoramos, pasando por las consecuencias que tiene lo que hizo.
- Exaltación exagerada de las capacidades del niño/a. Sabemos la importancia que tiene la autoestima dentro del desarrollo infantil y queremos que nuestro hijo/a sea consciente de sus capacidades y logros. Pero tenemos que ser capaces de transmitir al pequeño una visión realista de sí mismo, que le permita sentirse seguro de lo que puede hacer pero también entender que a él, al igual que a todas las personas, también hay cosas que le costarán más. Una sana autoestima supone valorar las propias capacidades y también aceptar y querernos con nuestras limitaciones. Esto permite al niño/a situarse en una relación simétrica con sus pares, no sentirse superior al resto y ser más comprensivo con las dificultades de los demás.
- Inseguridad encubierta. Detrás de un niño/a prepotente y desconsiderado puede existir una profunda inseguridad de base, que el niño/a inconscientemente trata de ocultar “poniendo el pie encima” de otros, especialmente de quienes percibe como más débiles. El niño/a busca reafirmarse a sí mismo a partir del poder que ejerce sobre los demás. Es posible que detrás de estas conductas exista una sensación de no ser plenamente valorado, aceptado y querido por ser quien es. O puede ser que como niño/a no ha sentido que sus necesidades y emociones sean vistas y reconocidas, lo que va generando una sensación profunda de inseguridad.
Si apreciamos este tipo de comportamientos en nuestros hijos/as, es importante detenernos, reflexionar qué es lo que puede estar pasando y buscar algunas estrategias que los ayuden a desarrollar la empatía. De lo contrario se pueden instalar como patrones estables dentro de su personalidad, dando origen a rasgos o estilos narcisistas (personas que no logran ver y considerar las necesidades del otro).
1. Modelar el buen trato siempre
Lo primero es ser conscientes del ejemplo que estamos dando al niño/a cuando nos relacionamos con los demás. Pedir las cosas de buen modo, agradecer cuando alguien nos ayuda o atiende, no insultar o menospreciar a quienes se equivocan, ser respetuoso en el lenguaje y los modos que usamos para dirigirnos a todas las personas, irán enseñando al niño/a a reconocer el valor intrínseco de todas las personas.
2. Enseñar un estilo asertivo de resolución de problemas
Los conflictos son parte de la vida cotidiana y no queremos que nuestro hijo sea permanentemente pasado a llevar. Pero tampoco es sano para su desarrollo enfrentar los problemas agrediendo al otro. Lo conflictos se pueden resolver de modo asertivo. Para esto es bueno enseñarle desde pequeño a decir lo que quiere o siente, pero de un modo respetuoso. Por ejemplo, si un niño/a le quitó el juguete que estaba usando, en vez de pegarle para recuperarlo, enseñémosle que le diga “dámelo porque yo lo estaba usando, tu puedes usar este otro” o “podemos hacer turnos”.
3. Fomentar la empatía a través de la metáfora del balde
Los niño/as son muy concretos, por lo que puede resultarles difícil entender cómo con sus actos y dichos afectan los sentimientos de los demás. Una buena forma de representarlo y que podemos usar en la vida cotidiana es contarles que cada persona tiene un “balde invisible”. Cada vez que alguien me trata con respeto, me ayuda y es amable conmigo mi balde se va llenando. Cuando alguien me insulta, me trata mal o se burla, mi balde se vacía. Del mismo modo cuando yo lleno el balde de alguien, mi propio balde también se llena (porque nos sentimos bien cuando hacemos sentir bien al otro) y si vacío el balde otro el mío también se vacía.
Esta metáfora la podemos contar como un cuento, hacer que el niño/a dibuje su balde o lo represente físicamente a través de un vaso que se va llenando con papeles de colores o piedritas pintadas. Pueden revisar muchas otras ideas sobre esta metáfora en esta web.
4. Reconocer y ser empático con sus necesidades
Para que un niño/a desarrolle la empatía es necesario que, previamente, haya experimentado que sus padres ven y validan lo que él siente y necesita. Comprender y verbalizar las cosas que le dan pena, lo que lo alegran, frustran o enojan le ayudará a sentirse validado y luego a ser capaz de comprender la emociones de los demás.
5. Ayudarlo a reflexionar sobre los efectos de su conducta en los demás
Desde que el niño/a es pequeño/a es bueno ir mostrándole cómo lo que dice o hace genera emociones en el otro. Por ejemplo: “me puse tan contenta con el abrazo que me diste”, “tu hermano se enojó mucho porque le quitaste su galleta”, “me da pena cuando me dices tonta”, “cómo te sentirías tu si te quitan la colación”.
6. Enseñarle a ceder
Es bueno que existan ocasiones en las que el niño/a tenga que aceptar que se haga la voluntad del otro o que se prioricen los intereses o necesidades de los demás. Por ejemplo, que algunas veces se ponga el programa de televisión que quiere ver el hermano, que tenga que adaptarse a un panorama familiar aun cuando lo que quería hacer era otra cosa o que tenga que transar en el juego que van a jugar. En la vida real le tocará ceder muchas veces, y si le vamos enseñando a hacerlo poco a poco, irá asimilando que todos tenemos necesidades y que uno de los grandes desafíos de la vida en comunidad es ponernos de acuerdo (y no imponer siempre lo que yo quiero).
7. Estimularlo para que ayude
Si vamos acostumbrando al niño/a a ayudar a los demás, aprenderá a cooperar tanto en la familia como en otros entornos. Por ejemplo, que ayude con algunas tareas domésticas, como poner la mesa, llevarle un vaso de jugo al hermano que está enfermo, pedirle que ayude a ordenar los juguetes aun cuando él no haya desordenado. O cuando es un poco más grande, ayudar en las tareas a un compañero que estuvo enfermo, ir a acompañar al abuelo en un trámite. De esta manera el niño/a va aprendiendo a considerar las necesidades de otros y a dar una respuesta que implique salir de sí mismo/a.
8. Enseñar a reparar cuando ha hecho daño
Cuando nuestro hijo/a ha agredido o le ha faltado el respeto a alguien, es importante que lo ayudemos a tomar conciencia de ello y a buscar alguna forma de reparar el daño. Puede ser desde devolver lo que ha quitado, prestar un juguete especial para él, hacer una carta o dibujo, regalar una flor. No se trata de que lo haga obligado, sino que tenemos que tratar de reflexionar con él o ella de modo que le nazca una idea sobre como reparar su error.