*Esta nota fue originalmente publicada en 2017.
Si queremos hablar de inmigración, debemos partir por una distinción fundamental, que rara vez se explicita.
Hay quienes sostienen un enfoque “nacioncéntrico”, y quienes defienden en cambio uno “migrantecéntrico”. Para los primeros, el criterio rector de las políticas públicas es lo que favorece a quienes habitamos el espacio donde estas surten efecto. Para los segundos, la meta es maximizar el bienestar humano global. Es decir, aun si la llegada de haitianos a Chile disminuyera los salarios de los sectores con los cuales compiten, no sería ético cerrarles la puerta. Es tanto más lo que alguien que huye de una crisis humanitaria consigue migrando a un país como el nuestro, que impedirlo es moralmente reprochable.
Esta es una discusión crucial. Hay argumentos dignos de atención en ambos bandos. Sin embargo, omitiré entrar en ella. En lugar de eso, emplearé sin más el enfoque “nacioncéntrico”. No porque sea el que considero correcto, sino porque es el que está instalado en la sociedad contemporánea y en base al cual todos los países operan (salvo para el asilo y refugio, que en Chile son estadísticamente insignificantes). Merece respeto defender que el haber llegado primero no nos concede autoridad para restringir el paso a quien busca una vida mejor, pero eso es materia de otra columna.
Desde el “nacioncentrismo” entonces, ¿qué razones habría para oponerse a la migración?
Hay, muchas. Algunas pueden ofrecer argumentos racionales, y otras son solo racismo o temor al cambio y a lo desconocido. En el plano de la seguridad, por ejemplo, las cifras duras muestran que los extranjeros cometen menos delitos per cápita que los chilenos. Así de simple. Y la noción de supuestas disrupciones a la cultura chilena, como “los colombianos escuchan música muy fuerte”, son muy difíciles de defender, pues al final todos deben respetar las mismas reglas del juego, y si un aspecto se vuelve intolerable parece improbable que el arreglo social no sea capaz de ajustarse.
Lo cierto es que, de lejos, el principal argumento de quienes recelan de los migrantes nace de las mismas razones que llevó a estas personas a dejar su patria: el bienestar económico. Esto se desglosa en dos planos, el destino de los fondos públicos y el efecto que puede tener en los salarios y el empleo.
Respecto al primero, se dice que el arribo de inmigrantes fuerza al Estado a financiar cargas públicas adicionales. Solo a modo de ejemplo, observe este titular de El Mercurio del 24 de agosto de 2017:
Imagen 1: El Mercurio, 24 de agosto de 2017 |
Respecto al segundo, la lógica de estas personas es la siguiente: en Chile hay “X” vacantes para operadores de bencineras. Si desembarca un contingente “Y” adicional de extranjeros, se generará una sobreoferta de trabajo (o “mano de obra”). ¿Y qué ocurre cuando hay sobreoferta? Bajan los precios, y el precio del trabajo no es otra cosa que el salario. Peor aún, muchos inmigrantes arriban en una condición de fragilidad tal, que están dispuestos a trabajar por menos, ejerciendo competencia desleal.
¿Acaso no son estas leyes básicas de la economía?
No. Es más, ese análisis es incompleto a un nivel absurdo. ¿Por qué?
Imagina que organizas un camping con un grupo de cinco amigos y ya está definida la lista de compras y el monto por persona. A última hora, se suman dos más. Desde luego, habrá más bocas que alimentar y el valor total de la compra del supermercado aumentará, pero ¿se le pasaría por la cabeza quejarse de que los recién llegados encarecerán el paseo? No, por la obvia razón de que cada uno aporta su parte y solo se agranda la torta. ¿Y cuál es la “cuota” de quienes utilizamos los fondos públicos? Los impuestos, desde luego. Fijarse solo en cuánto aumenta el gasto público por concepto de extranjeros sin considerar cuánto aumenta la recaudación tributaria debido a su presencia es tan barbárico como sostener que la cuota de un asado subirá solo porque viene más gente.
Veamos cifras. El Mercurio cita a la DIPRES, que calculó en US$ 207 millones anuales el gasto que los extranjeros demandan en institucionalidad, educación, salud y vivienda. Pues bien, el mismo diario publicó el 31 de enero de 2017 que los extranjeros pagan US$ 490 millones al año por impuesto a la renta (dólar a $670). Respecto al pago de IVA, la recaudación total nacional en 2016 fue de US$ 32,9 miles de millones. Suponiendo que los extranjeros pagan IVA en la misma proporción en que habitan el territorio en condición regular (2,8%) la cifra se empina a US$ 913 millones. Por último, deben contabilizarse los pagos por concepto de trámites migratorios, tanto en el Departamento de Extranjería (US$ 33 millones anuales) como en la PDI.
Para ser justos, los US$ 207 millones solo incluyen gastos que permiten desglosar nacionalidades, y no aquellos que se distribuyen de forma innominada. Los nuevos integrantes de la sociedad gastan carreteras que hay que mantener, museos gratuitos que hay que financiar y césped público que hay que reponer. Pero la envergadura de las cifras no dejan espacio para dos lecturas: la migración es una verdadera bendición fiscal. Por lo demás, era esperable que así fuera. Los migrantes recurren menos a los servicios sociales porque migran a una edad laboral, y porque solo las personas sanas están en condiciones de tomar maletas y petacas para viajar lejos de casa a probar suerte. Así las cosas, titular “Estado destina US$ 207 millones a anuales a gastos asociados a migrantes”, mostrando solo la columna de costos y omitiendo la de ingresos, es equivalente a titular “Chile recibe dos goles ante Perú” después de nuestra victoria de 4 – 2 en el último partido disputado en Lima.
Considera la siguiente imagen:
Imagen 2: Ingreso per cápita versus densidad poblacional |
Se podrían preguntar qué sentido tiene gastar tiempo en graficar ingreso versus densidad poblacional. Mírenlo otra vez… es evidente que no hay correlación entre ambas, en absoluto. Entonces, ¿Por qué no mejor graficamos esperanza de vida versus número de montañas sobre tres mil metros, o color de la bandera versus medallas olímpicas? Sería igual de insensato.
Se han propuesto muchas variables explicativas para el grado de desarrollo: naturaleza de las instituciones, sistema político, imperio de la ley, sistema de patentes, geografía, clima, religión, etcétera. Nunca se ha escuchado a nadie que proponga la densidad poblacional.
¿Y qué tiene que ver esta obviedad con la migración?
Pues volvamos a las “X” vacantes de trabajo que ofrece el mercado para operadores de bencineras. ¿Qué pasa con la llegada de un grupo “Y” adicional de extranjeros? Como esos nuevos miembros de la sociedad también se mueven por el mismo territorio, el consumo de bencina aumenta más o menos en la misma proporción, y así también, las vacantes para operadores de estaciones de servicio. Tal como con los fondos públicos, es sencillamente absurdo prestar atención a un solo lado de la balanza. Esas personas no compiten por una cuota fija de puestos de trabajo, sino que expanden el tamaño total de la economía con su trabajo y su consumo. Desde un punto de vista puramente microeconómico, su llegada solo aumenta la cantidad de personas por kilómetro cuadrado que se levantan cada mañana a trabajar y consumir, y ya vimos que la relación entre densidad y desarrollo brilla por su ausencia.
Todo esto le puede parecer un poco simplista. Por supuesto que la realidad es mucho más compleja. Por de pronto, se pueden producir shocks temporales en ciertos sectores laborales particulares, y si los inmigrantes arriban en una economía deprimida que no es capaz de otorgarles empleo, carecerán de ingresos para expandir la torta.
En el sentido contrario encontramos también argumentos en abundancia: los migrantes pueden suplir destrezas que tomaría años resolver a través de mecanismos de capacitación, presentan niveles más elevados de movilidad que resultan valiosos para corregir desajustes locales, son catalizadores del comercio entre el país de origen y de destino, y son a nivel agregado personas con mayor inclinación por emprender y más dispuestos a tomar riesgos, entre otros. Imagine por ejemplo todo lo que el soviético Serguéi Brin le trajo a Estados Unidos tras cofundar Google.
Se trata de un análisis simple, solo de primer orden, que contempla nada más que las variables más gruesas en juego. Es como modelar una caída sin roce, considerando solo la fuerza primordial de la gravedad. Pero es así porque se busca responder justamente a las intuiciones más básicas, que con tanta frecuencia olvidan incluso la otra mitad de esas fuerzas primordiales: el aporte fiscal de los extranjeros y el aumento del empleo que trae consigo su consumo.
Ahora bien, si le interesa el tema y se sumerge en la literatura especializada, que sí contempla un análisis más completo, le adelanto que llegará esencialmente a lo mismo. Uno de los trabajos académicos más citados de la historia sobre este tema explica: “la medición del impacto de la inmigración en el impacto de los salarios de los trabajadores locales fluctúa ampliamente entre estudio y estudio (y a veces dentro del mismo estudio) pero pareciera agruparse en torno a cero”. Buena suerte con la lectura.