Hace algunos años atrás era contraria y rebelde frente a la frase “que los niños estudien o se dediquen a lo que quieran mientras sean felices”. La encontraba una idea cliché, bonita para postearla en Facebook, pero bastante poco realista y de la que era muy crítica. ¿Por qué?
Porque lamentablemente creo que mi generación ha sufrido la presión de tener que lidiar con lo que uno realmente la apasiona y las dificultades de no haber elegido la seguridad de la ingeniería comercial, el derecho o la medicina. El periodismo es sin duda mi vocación, pero no fue fácil criar y trabajar en un medio de comunicación, y tampoco fue fácil ceder el ejercicio de la profesión por estar más tiempo en la casa. Tampoco es fácil para un periodista imprimir la liquidación de sueldo. Lo mismo ocurre con muchas otras profesiones consideradas “no tradicionales” y la gran maratón que hay que correr para hacerse un espacio en el medio que sea y además tener la cuenta corriente con una salud digna al menos. Entonces todo ese verso de la “felicidad” lo encontraba inocentón y casi irresponsable.
Pero, como en muchas materias, me di vuelta la chaqueta. Porque de verdad creo que cambiar de opinión no tiene que ver con la falta de consecuencia, sino que con la capacidad de reflexión y de asumir que uno no es “El Libro Gordo de Petete” y tiene todas las respuestas.
Me di cuenta que hay personas que realmente nacieron “para algo”, que tienen una vocación tan marcada como mi vacuna de primero básico. Y lo he visto en otros y en mis propios hijos. Podrían haber nacido en otro lugar, con otros padres, en otras circunstancias, pero vienen con ese genuino llamado para aportar con algo específico en el mundo que les tocó. Si uno revisa el significado de vocación este se explica como: “Inclinación o interés que una persona siente en su interior para dedicarse a una determinada forma de vida o un determinado trabajo”.
Al leerlo me gustó eso de “la forma de vida”, porque finalmente lo que hacemos para llegar a final de mes y pagar las cuentas, eso en lo que trabajamos, muchas veces nos define y si no es así, tal vez sería bueno pensar qué está pasando. El cómo trabajamos y el amor que le ponemos a esa labor hacen una gran diferencia en cómo nos plantamos en el mundo. Y seguir la verdadera vocación hace que todo adquiera sentido.
Según datos del Mineduc 3 de cada 10 alumnos deja la carrera a la que ingresó el primer año. Hay varios factores que afectan, pero igual es una cifra potente. Un 30% de esos jóvenes tal vez no fue acompañado ni orientado por sus padres para encontrar aquello que podría hacerlo feliz, realizándose en lo que le gusta y para lo que tiene reales aptitudes.
Es interesante el desafío que tenemos con nuestros hijos. Porque podemos equivocarnos mucho si no respetamos su libertad interior y si tampoco los hacemos ver qué cualidades tienen para lo que ellos quieren hacer con sus vidas.
Algunas de las tentaciones más clásicas en las que podemos caer y de las que recomiendo abstenerse:
- Proyectarnos en nuestros hijos
Querer que salden nuestras deudas personales, que estudien lo que nos otros no pudimos, que finalmente cumplan con NUESTRAS expectativas. Un clásico son esos papás que se quiebran con sus hijos porque entraron a una universidad tradicional como si en verdad les corriera sangre azul por las venas. Pudor.
- Hacerlos elegir una carrera según la empleabilidad y las lucas que ganarán
Esta es una gran tentación. Porque cuando estudiaste periodismo y ves a tus amigos ingenieros ganando en 1 año lo que tú te demoraste en ganar en 5, los ojos adquieren realmente esta forma $$$. Muchas veces también nos angustia que el mercado esté saturado, nuestro heredero no encuentre pega, y termine con una frustración más alta que la censora de Putaendo y trabajando en algo que odie. Pero bueno, nadie dijo que los que han seguido una meta la han tenido fácil. Tendrán que ser más creativos, pitutear más para parar la olla y romper el paradigma de que NO hay trabajo.
Una vez le escuché a la Negra Cesante (@negracesante) decir una verdad del porte de un buque: “no es que no haya pega para los periodistas, no hay pega para los periodistas malos, para los mañosos y para lo que no tienen hambre”, y creo que eso aplica para todas las profesiones, oficios o trabajos. Tal vez nos demoremos más en alcanzar nuestros objetivos, pero el responsable, el que cumple a tiempo y con excelencia (aunque no tenga un jefe persiguiéndolo y sea freelance), el que busca una manera distinta de hacer las cosas, tendrá siempre trabajo. Es así y es algo que le debemos transparentar a nuestros niños.
- Convencerlos que son PERFECTOS: criterio de realidad
Una cosa es amar a los hijos, otra es pensar que tienen la inteligencia de Einstein, la belleza de la Pin Montané, el talento de Alexis, el oído musical de Adele y la simpatía de la Diana. La subjetividad nos puede (y les puede a ellos) jugar muy en contra porque convencerlos de que pueden ser físicos nucleares cuando tienen 18 y con suerte se saben la tabla del 5, puede ser demoledor. ¿Hay que creer en los hijos y su capacidad de superación? SÍ. Pero también hay que ayudarlos a conocerse, reconocer sus fortalezas y debilidades y ayudarlos a tomar una decisión realista.
- Sobreprotegerlos
Cortarles las alas a los hijos también puede ser una gran zancadilla a la vocación. No querer que estudien lejos de la casa por miedo a “perderlos”, boicotear actividades en las que pueden pasar frío, calor, hambre o cualquier incomodidad por miedo a que sufran, pensar que a los 18 son muy chicos para tomar sus propias decisiones… Son algunas de las típicas actitudes de papás que con muy buena intención, pueden torpedear el verdadero camino que un hijo o hija quiere seguir.
¿A cuántos hemos escuchado decir que querían ser actores pero sus papás no lo dejaron? ¿Cuantos se quejan que no pudieron ser biólogos marinos porque su mamá se moría si se iba "al sur"? ¿Por qué es tan común que muchos amigos se quejen de no haber aprendido algo más lejos de su nido, porque su papá lo encontraba muy inmaduro para vivir solo? Ojo con esto no quiero decir que nuestra descendencia se debe mandar sola y hacer lo que le cante. Solo creo que cuando nos enfrentemos a esas encrucijadas, pensemos con profundidad en lo que verdaderamente es mejor para ellos y cuáles son las razones reales porque les estamos diciendo que no. Es tal vez en esas situaciones cuando debemos confiar en la formación que por tantos años nos hemos esforzado en entregarles. Porque si jamás la usarán por sí mismos, ¿para qué está?