Durante mucho tiempo escuché que un chileno había sido el dueño de la Luna, y siempre deseché la idea como una tontera. ¿Cómo iba a ser posible que la luna tuviera dueño? Pues bien, ¡es verdad verdadera! ¡Tuvo dueño! ¡Lo corrobora la primera notaría de Talca! ¡OMG!
A continuación, les mostramos en El Definido los antecedentes que logramos reunir, sobre esta interesantísima y curiosa historia. Donde un abogado, pintor y poeta, encontró una solución original para un problema personal muy difícil.
Don Jenaro Gajardo Vera (1919-1998), nació en Traiguén, y se estableció en Talca el año 1951, para ejercer su profesión de abogado. Era una persona muy interesante y poética, y fue parte (y presidente) del grupo “Coalma”, donde se reunían escultores, músicos e intelectuales.
Ahí surgió algo llamado Sociedad Telescópica Interplanetaria, cuya misión era recibir a los extraterrestres, en el caso que aterrizaran en nuestro país (¡de verdad!). Para darle un poco más de seriedad al asunto, lograron que el obispo de Talca, monseñor Manuel Larraín Errázuriz, asistiera al menos a una sesión de esta Sociedad.
Don Jenaro publicó varios libros: uno de poesía, Copas de Fuego; otro de cuentos infantiles, El Zapatero Silencioso; y otro de ensayo, Algunas Pequeñas Cosas. Además, era pintor y cantante.
Pero en 1954 cambió todo. Hay dos versiones de los hechos, y la verdad, es que me gusta más la primera (les mostraré las dos). Esta versión dice así: Jenaro Gajardo tenía muchas ganas de formar parte del Club Talca, que era “el lugar” donde los topísimos de la época se reunían. Pero durante la cena donde solicitó ser parte, alguien se opuso. Gajardo era abogado, claro, pero le faltaba algo: no tenía propiedades. Por lo tanto, se le impidió formar parte del club.
Tras la cena, y un poco amargado, se puso a pensar en cómo cambiar esta situación. De repente, mirando la luna, se le ocurrió la idea. Obvio, ¡cómo no lo había pensado antes!
Así que al día siguiente fue donde el notario y conservador de bienes raíces de Talca, César Jiménez Fuenzalida, y presentó su solicitud como dueño de la Luna. El documento decía lo siguiente:
“Jenaro Gajardo Vera, abogado, poeta, es dueño desde antes del año 1857, uniendo su posesión a la de sus antecesores del astro, satélite único de la Tierra, de un diámetro de 3.475,00 kilómetros, denominado LUNA, y cuyos deslindes por ser esferoidal son: Norte, Sur, Oriente y Poniente; espacio sideral. Fija su domicilio en calle 1 Oriente 1270 y su estado civil es casado. Talca. [FIRMA] Jenaro Gajardo Vera Carnet: 1.487.45-K. Ñuñoa. RUT:147.174.1-K. Talca, 25 de Septiembre de 1954”.
El notario dijo a Gajardo: “Mira, la inscripción cumple con los requisitos: es un bien cierto, pertenece a la tierra, tiene deslindes y dimensiones. No creo que nadie la haya inscrito, pero te van a tildar de loco”. Pero eso a don Jenaro no le importaba nada.
Así que hizo la inscripción, y la publicó tres veces en el Diario Oficial. Como nadie se opuso ni manifestó que la propiedad le pertenecía, este compatriota obtuvo legalmente la propiedad de la Luna. El trámite le costó 42 pesos chilenos de la época.
Naturalmente se hizo famoso en forma instantánea (aquí hay varias publicaciones de la época).
Pero antes de seguir, veamos la segunda versión de la historia, donde pareciera que la razón fue un poco más prosaica. Según esta versión, don Jenaro habría dicho en entrevista al diario La Tercera, en marzo de 1969: “Para afianzar el prestigio del grupo [“Coalma”], a la vez que darle fama, decidí inscribir el satélite lunar a mi nombre. Hice todo el papeleo legal correspondiente, y cumplí con todos los requisitos que exige el artículo 58 del Conservador de Bienes Raíces de nuestro país”. ¡Qué fome! Prefiero la primera versión de todas maneras.
La historia de don Jenaro, el dueño de la luna. Imagina Chile. |
Cuando la misión Apollo 11 llegó a la luna el 20 de julio de 1969, don Jenaro ya llevaba 15 años como dueño y señor del satélite natural. Entonces, claro, correspondía lo de rigor: pedir permiso.
De acuerdo a la versión dada por él mismo, en algún momento antes del alunizaje, se le acercó el agregado cultural de EE.UU. en Chile, Michael Carnes, y solicitó a nombre de Richard Nixon (entonces presidente de EE.UU.), autorización para descender en la Luna. Don Jenaro le habría respondido: “Autorizo la petición, y al mismo tiempo admiro al presidente por su gesto democrático, porque los tratados internacionales se respetan”.
En internet circula una versión un poco más poética sobre esto, que dice que el mismo Nixon le mandó un telegrama que decía: “Solicito en nombre del pueblo de los Estados Unidos autorización para el descenso de los astronautas Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que le pertenece”, a lo que Gajardo habría respondido:
“En nombre de Jefferson, de Washington y del gran poeta Walt Whitman, autorizo el descenso de Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que me pertenece, y lo que más me interesa no es sólo un feliz descenso de los astronautas, de esos valientes, sino también un feliz regreso a su patria. Gracias, señor Presidente”.
Harto más teatral, no por eso veraz. Naturalmente el resto es historia: y Stanley Kubrick... perdón, la Nasa mandó a su gente a la Luna, tal como todos sabemos.
Con el paso del tiempo, y con la fama, también vinieron algunos problemas. Por ejemplo, un buen día, se acercaron a don Jenaro un par de inspectores de Impuestos Internos. ¿El motivo? Resulta que encontraron que no había declarado la luna como bien raíz, así que fueron a cobrarle las contribuciones.
Al comienzo, creyó que era una broma, pero los inspectores venían bastante en serio. Así que encontró una solución muy lógica, por lo demás: les dijo que no había problema. Pero que para eso, tenían que ir a tasar la propiedad en terreno, naturalmente. Nunca más volvieron.
Entrevista a don Jenaro Gajardo en Sábados Gigantes. Canal 13. |
Aunque don Jenaro fue el primero, no ha sido el único. Doce años después, el 12 de abril de 1966, 35 habitantes de la ciudad de Geneva, en Ohio, también reclamaron la propiedad de la Luna y se reservaron el derecho de arrendar o vender lotes de terreno.
En 1980, un “emprendedor” llamado Dennis Hope, declaró que la Luna era suya. Y no sólo la Luna, sino que los otros planetas del Sistema Solar y sus satélites. Hope envió su declaración a las Naciones Unidas, y a los gobiernos de la Unión Soviética y los Estados Unidos. Como nadie le objetó nada, Hope dice que la Luna es suya. Y dice haber “vendido” 2,5 millones de terrenos, a 20 dólares cada acre (4 mil metros cuadrados). ¡Ah! Pero después sí le salió gente al camino.
En 1996, Martin Juergens demandó a Dennis Hope. ¿Y por qué?, se preguntarán ustedes. Pues porque según Juergens, la Luna había pertenecido a su familia… ¡desde 1756! Dice que el 15 de Julio de 1756, Federico el Grande le regaló la Luna a su ancestro, Aul Juergens, y que desde entonces ha permanecido “en la familia”. Claro que como Juergens no tiene papeles que prueben nada (¡no como don Jenaro!), pues la demanda no fructificó mucho.
Y bueno, también se ha reclamado la propiedad del Sol. Primero fue Virgilio Pop, doctor en derecho de la Universidad de Glasgow, quien lo hizo el 2002 para demostrar la ridiculez de un reclamo así. Claro que unos años después, el 2010, la española Ángeles Durán inscribió la propiedad del Sol, en una notaría de Vigo. El 2012, dijo que quería empezar a cobrar un impuesto por el uso de su luz (¿qué?). Luego, el 2013, comenzó a vender parcelas del Sol en Ebay. Ya el 2015, las cosas se pusieron feas: Ángeles Durán demandó a Ebay, porque no le permitió vender parcelas del Sol. Lo más interesante, es que los tribunales españoles… ¡admitieron la demanda! Acto seguido, y aunque parezca broma, el español Manuel Sieira amenazó con demandarla a su vez, debido a que el Sol le ha causado quemaduras en su piel. Ángeles Durán dijo que la culpa no era del Sol, sino del ozono. ¡Plop!
La escritura que atestiguaba la propiedad de Don Jenaro Gajardo sobre la Luna. |
La verdad, es que en 1967 se firmó el Tratado del Espacio Ultraterrestre, que prohíbe la compraventa y apropiación de todo cuerpo celeste, por parte de cualquier país. Luego, en 1984 entró en vigor el Acuerdo Internacional que declara a la Luna como Patrimonio Común de la Humanidad. Entonces, ¿están locos los que han reclamado la propiedad del sol y otros cuerpos celestes?
Pues no, resulta que hay “un pequeño resquicio” en el tratado de 1967. El artículo 2° dice claramente: “El espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes, no podrá ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación, ni de ninguna otra manera". Si uno lee bien, dice: “apropiación nacional”, habla de países. No de personas naturales. Y por ahí se han ido apoyando todos en sus ímpetus.
Sin embargo, algo que hasta el día de hoy ha diferenciado al chileno, de la mayoría que siguió, es que lo de don Jenaro tuvo un aire poético y artístico innegable. Nunca quiso hacer un negocio de su idea, y de hecho rechazó ofertas que le hicieron para comprar “parcelas” en su propiedad. Quiso utilizar la Luna como una forma de llamar la atención respecto a nuestra forma de vida. En sus palabras: “Fue otro el objetivo que tuve; quise sacarle partido para que la Humanidad tuviera un poco más de paz, más entendimiento”. Fue coherente hasta el final con su propósito, y en su testamento, inscrito en la notaría de don Ramón Galecio en Santiago, legó la Luna al pueblo de Chile: “Dejo a mi pueblo la Luna, llena de amor por sus penas”.