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Miles de estudiantes de 4to Medio se preparan para tomar una importantísima decisión que marcará su vida: elegir qué carrera técnica o profesional van a estudiar.
Recuerdo la enorme presión que sentí por tener que escoger qué iba a estudiar y el terror que me daba la posibilidad de equivocarme. Después de todo, elegir la carrera equivocada era algo así como condenarme de por vida a trabajar en algo que no me gustaba. O al menos eso era lo que me decían en el colegio. Pero ahora que lo veo en perspectiva, ¿no debería ser al revés?, ¿no se supone que estudiamos para más y mejores posibilidades laborales a futuro?
Para nuestros papás, un título universitario era sinónimo de certezas laborales. Un buen cartón te aseguraba un buen puesto y un buen sueldo. No vamos a negar que esto todavía se sigue dando, pero cada día en menor grado. Con la enorme oferta de estudios superiores, muchas carreras han saturado los mercados y para quienes las estudiaron resulta cada vez más difícil competir por un puesto de trabajo. Es así cómo el cartón universitario ha perdido valor como “seguro de vida”. Entonces, bajo este escenario, vale la pena preguntarse: ¿De qué me sirve estudiar?
Como hoy un título no es garante de trabajo, el sentido de terminar los estudios superiores se ha vuelto más transparente, volviendo a su esencia: la de ser una herramienta.
Este nuevo carácter resulta mucho más desafiante, pues ahora depende de cada uno el poder sacar provecho del conocimiento adquirido y, al mismo tiempo, nos permite plantearnos frente a nuestro futuro laboral de manera más libre y flexible. Como en todo cambio, este nuevo paradigma tiene sus costos y beneficios, donde la confianza en uno mismo y la claridad respecto a lo que se quiere, cobran una mayor importancia.
En este nuevo mundo laboral (donde los cartones valen menos) las personas y sus proyectos valen mucho más. Bajo esa perspectiva, nuestros esfuerzos debieran centrarse menos en presionar a los jóvenes a tomar “decisiones correctas”, asustándolos con supuestas terribles consecuencias, y más en empoderarlos para que sean capaces de recorrer sus propios caminos, sin importar si en algún momento se equivocan. Y para eso tenemos que entender que la claridad respecto a lo que se quiere en la vida no es algo que se adquiera a los 17 o 18 años, es algo que se construye a medida que se recorre el camino, de forma responsable, consciente y reflexiva.
Yo soy uno de los que me equivoqué de carrera y en su momento lo pasé mal. Hoy me doy cuenta que, aunque no ejerza según lo que dice mi título, lo aprendido en la universidad no sólo me ha servido muchísimo en mi desempeño trabajando, sino que me marcó profundamente en mi formación. Y lo más importante, siento que mientras no pierda mi convicción y la confianza en mí mismo, tendré mi futuro laboral asegurado.