El primer Papa latinoamericano, y el primer pontífice jesuita, Jorge Mario Bergoglio, el sacerdote argentino conocido por su sencillez, su pasión futbolera, por sus diferencias con el Kichnerismo, por su apertura y su afán de hacer que la Iglesia Católica salga de sus periferias “no solo geográficas si no también espirituales”, además de ser un líder que arrastra, también en su tono afable y pedagógico es un Papa exigente.
Hace pocos días terminó la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia que reunió a más de 1 millón y medio de peregrinos de 187 países y más de 6.000 periodistas acreditados. Voy a caricaturizar, pero lo imagino como un gran Lollapalloza de la Fe. Algo impensado para muchos.
Esta no es una columna católica, pero sí está escrita por una mujer que lo es. Sin embargo, acá sólo quiero poner el foco en lo que Bergoglio les dice a los jóvenes y en el cómo se los dice. Es un líder carismático, ¿qué duda cabe? Quizá más que cualquier otro Papa. Sus palabras se viralizan con la velocidad de la luz y es innegable sabe sintonizar de un modo talentoso y eficaz con las nuevas audiencias. Con esas audiencias desencantadas por los escándalos de la Iglesia e incluso con aquellas que no profesan ninguna fe o religión en particular. Inadvertido no pasa.
Llama la atención que en un mundo cruzado por la desconfianza en el otro, la desesperanza, la división, el enfrentamiento y el individualismo, un caballero de 79 años sea capaz de reunir y movilizar a tantos jóvenes como lo haría una estrella de rock mundial. Y lo más llamativo, es que los reúne para moverlos de su zona de confort e invitarlos a ir más allá.
Es atractivo el permanente interés que tiene el Pontífice en sacar a los jóvenes de las pantallas, casi en paralelo con el frenético éxito de Pokemon Go, y llamarlos a hacerse cargo de su futuro no solo de una manera individual, sino que también mirando lo que pasa afuera de su propio tablet.
Los interpela en su cotidianidad, los hace revisar sus modos de vivir y por ende busca que algo de ese letargo en el que se han instalado con total naturalidad, los empiece a inquietar. Y de pasada sin siquiera decirlo, hace una crítica a nosotros, los padres que agotados por las exigencias del mundo moderno y reventados por las cuotas de los créditos, estamos entregando a nuestros hijos en bandeja al desinterés, la falta de entusiasmo, la carencia de toda pasión movilizadora y el secuestro de lo más propio de la juventud: las ganas de cambiar el mundo.
En Cracovia, Francisco no perdió la oportunidad de visibilizar lo que probablemente más le preocupa respecto a la juventud y que es una constante en cada uno de los encuentros que tiene con ellos. Sus palabras aun están dando vueltas. Del famoso “Quiero que hagan lío” de Río 2013 hace menos de 15 días, Francisco los sigue llamado a un cambio profundo:
“Pero en la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa y muchas veces difícil de identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde 'felicidad' con un 'sofá'. Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá —como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos— que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores. Un sofá que nos haga quedarnos en casa encerrados, sin fatigarnos ni preocuparnos. El 'sofá-felicidad', es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, ya que poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos quedando dormidos, nos vamos quedando embobados y atontados mientras otros —quizás los más vivos, pero no los más buenos— deciden el futuro por nosotros. Es cierto, para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones del corazón. Pero la verdad es otra: queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a 'vegetar'."
Su llamado no es únicamente sobrenatural. Claramente lo leemos así los que seguimos las enseñanzas de la religión católica, pero estas palabras también son una agitación en términos políticos, y sociales. Porque hoy los jóvenes han regalado su capacidad de decidir, de levantar la voz, de dar una pelea, ya que puede traer una perdida de popularidad, likes en Instagram u otras redes sociales (no es precisamente lo que está de moda). Y el fenómeno más claro es la alta exposición que generan líderes como Giorgio Jackson, Gabriel Boric o Camila Vallejo. La prensa los busca con afán por el interés mediático que provocan, aparecen en las encuestas muy bien posicionados a pesar de una corta trayectoria en política y convocan- nos gusten sus ideas o no- con pasión. Ellos también son bastante atacados en las redes, como cualquier figura pública. ¿Lo loco? Hoy ser joven y trabajar por un ideal es raro. Merece portadas en los diarios, minutos en los noticiarios centrales de la TV y los más variados análisis políticos. “La bancada joven” llama la atención como un marciano almorzando en el San Cristóbal.
Y Francisco vuelve a removerlos, a pedirles que se olviden de sí mismos por un rato y que si se desconectan podrán ver que probablemente más cerca de lo que piensan hay una persona que necesita ayuda, una acogida real, protección o simplemente que alguien los escuche.
“Hoy la humanidad necesita hombres y mujeres, y en especial jóvenes como vosotros, que no quieran vivir sus vidas 'a medias', jóvenes dispuestos a entregar sus vidas para servir generosamente a los hermanos más pobres y débiles…”, dijo el Papa este julio en Bolonia.
Me dirán que no son exigentes las palabras de Bergoglio. Que son obvias. Y el mínimo para el líder de la Iglesia Católica que debería y debe ser ejemplo de respeto y amor hacia los demás. Es cierto, pero no es excluyente considerar que el llamado del Papa es mucho mas difícil de cumplir de lo que parece. Con cariño, con ese “qué se yo” argentino, con cierto viento latinoamericano que lo hace algo más informal que sus predecesores, nos pega en chileno “la media pará de carro” y nos obliga a repensar en cómo los que son jóvenes están cambiando el mundo desde donde sea que les toque vivirlo y a los que somos padres si estamos contribuyendo, a través de la forma con la que miramos el mundo a formar hijos más audaces, arrojados por el bien de los demás, valientes y jugados. Y eso exige medidas concretas que en el día a día personalmente no me parecen tan fáciles como se leen: más tiempo real y menos virtual, más trabajo por los demás, más ejemplo de padres que levantan la mano cuando algo les parece injusto, les piden perdón a los hijos si es que se equivocan, están atentos y vigilantes con las necesidades de quienes trabajan con ellos… en resumen más familias que viven como piensan y dan testimonios de coherencia.
Para mí, el Papa es exigente. Y me parece bien.