Estamos a horas de que parta uno de los momentos que más ansiedad, ilusión, estrés, alegría, agotamiento y un sinfín de cataratas de emociones conocidas por los que ya somos padres: las vacaciones de invierno.
En algunas columnas he deslizado sutilmente mi visión acerca de la locura que genera esta época del año. Y como mamá siempre estoy planteándome y cuestionando el tema. ¿Soy una insensible si no les hago NINGÚN panorama? ¿Está mal si me parece que los niños no deben hacer mucho más que levantarse tarde, jugar hasta la noche afuera y saltarse una ducha semanal? Abro un debate que genera tantas pasiones como la ruptura entre Vicuña y Pampita.
Hace unos días cayó en mis manos el libro Educar en el Asombro de Catherine L´Ecuyer. No suscribo 100% en lo que propone ahí, pero algunos planteamientos de esta abogada canadiense dedicada actualmente a los temas educativos, son muy reveladores.
"La naturaleza del niño no ha cambiado, los niños son niños y seguirán siéndolo siempre. Es el entorno en el que se encuentra el niño lo que ha cambiado, que los somete a unos estímulos que le impiden disfrutar de una película lenta", dice L 'Ecuyer.
Y vaya que tiene razón. Hace unos meses les mostré a mis hijos la película Querida encogí a los niños (público joven de El Definido acérquese a Google) y si bien les terminó encantando hubo que hacer un trabajo importante para que se metieran en el ritmo (alucinante para mis tiernos 10 años), más lento que cascada de manjar para los mismos tiernos años de mi hijo.
Entonces, ¿cuál es el desafío? ¿Cómo hacemos para que nuestros cabros no sean niños con aburrimiento y desidia crónica?
Creo humildemente (porque claro está que cada uno cría como quiera) que volver a lo simple nos permitirá formar personas capaces de maravillarse con la naturaleza, una canción bonita, hacer preguntas freaks como: "¿Qué pasa si todo el mundo sopla al mismo tiempo para el cielo… se moverán las nubes?"; y disfrutar un panorama no como un derecho obligatorio, si no como una gran trozo de chocolate después de varios días sin azúcar. Háblenme de felicidad.
“Las vacaciones, los días de fiesta, los fines de semana son un buen momento para observar a nuestros hijos en entornos en que no hay actividades estructuradas, ni sobreestímulos externos. Dejémoslo jugar libremente unas 2 horas con sus hermanos, sin juguetes, sin colchonetas, sin cromos, sin pantallas, sin bicicletas, en espacios abiertos en la naturaleza y observemos como se desenvuelven. ¿Se entretienen solos, tranquilamente imaginándose juegos o bien se aburren y experimentan ansiedad e hiperactividad?”, comenta la abogada. Este es un “Prueba de Aburrimiento” que plantea la autora del libro y mi voz interior me acaba de decir: “¡CHAAAAN! Mane Cárcamo, ahí tienes desafío”.
Ese párrafo suena y parece muy fácil, pero tengo claro que no lo es. Y por lo mismo creo que estos días que se avecinan son una gran oportunidad para generar cambios en cómo queremos que nuestros niños se entretengan y vivan. Aquí les dejo algunas ideas para inspirar la creatividad. Qué tal si estás vacaciones...
1. Les proponemos hacer una carrera de caracoles
2. Tienen que armar una pista automovilística en la tierra (mamás aprensivas: no piensen en la humedad ni en la limpieza de la ropa, plis)
3. Relanzamos la siempre bien ponderada y adrenalínica “Pieza oscura” (siempre termina con llanto, pero es entretenida igual)
4. Los animamos a organizar un Festival de las Vacaciones en donde el mejor espectáculo se gana algo rico para comer (que estará etiquetado con hexágonos, obvio)
5. Arman un club con mantas, sábanas y muchos recovecos misteriosos
6. Les enseñamos a jugar bachillerato. EL MEJOR JUEGO DE LA HISTORIA
7. Hacen algún emprendimiento y se lo ofrecen a los vecinos (la limonada es un hit en mi sector)
8. Preparan un campeonato de chistes cortos tipo:
- Aló Cirujano
- Si
- ¡No me corte!
(Suena platillo de batería)
Queridos lectores asuman que los chistes cortos son tan fomes que eso lo hace profundamente divertidos.
9. Se aprenden a hacer la invertida apoyando las piernas en la puerta
10. ¿O simplemente miran el techo y se imaginan figuras?
Diez actividades simples que cuestan cero peso y no implican salir de la casa, pelearse por estacionamientos con viejas winners, hacer filas de cuatro horas, ni terminar con camisa de fuerza en agosto. Porque el cliché de “menos es más” en este caso calza a la perfección. Y porque al final podemos transitar por un camino más piola, sin tantas luces, ni bocinas estruendosas, ni exigencias frenéticas. De verdad, creo que se puede.