Antes que todo debo decir que no tengo autoridad moral para escribir esta columna. Pero lo haré igual. No sé hacer ni un huevo, hasta el agua se me quema y cada vez que hago un puré en caja, tengo que sacar el envase de la basura para releer las instrucciones. Tal vez por lo mismo, después de ver tres capítulos de la recientemente estrenada serie “Cooked” en Netflix, me percaté de todo lo inmensamente enriquecedor que pierdo por no saber cocinar.
Hay cierto prejuicio con la cocina que se huele en el ambiente. El hombre que cocina es cool, pero si a la mujer la asociamos con ese espacio de la casa, mucha/os se sienten ofendidos. Miradas en menos. Poco valoradas. Me ha tocado ver a varias dueñas de casa asumir su rol con cierta vergüenza y como pidiendo perdón por no salir a lo que tradicionalmente conocemos como “trabajar”.
Por lo mismo creo que hay que poner a este arte tan cotidiano, en una categoría suprema en la que todo aquel que lo vive y practica debiese sentirse orgulloso y agradecido. Desde el chef con todas las estrellas Michelin, hasta la señora que día tras día cocina con amor para sus nietos.
Así como les enseñamos las tablas, los colores y las vocales a nuestros niños, les deberíamos enseñar a amar la cocina. Un niño que sabe cocinar aprende a valerse por sí mismo, fortalece su autonomía y seguridad personal, ejercita la paciencia aprendiendo a esperar los ciclos y respetando procesos, echa a volar su creatividad, afina el ojo del diseño y la estética, desarrolla la empatía aprendiendo a pensar en los otros, entrena el orden mental y descubre esa maravillosa capacidad de gozar con las cosas simples de la vida. Muchas actitudes valiosas se aprenden entre medio de las cacerolas, los cucharones, el fuego y la sal. Se los digo con conocimiento de causa, porque mi socio de crédito hipotecario cocina como los dioses y varias cosas del gran corazón que tiene las aprendió revolviendo una olla.
Si estás enojada con alguien, cocínale. Si quieres cerrar un negocio con un magnate, cocínale. Si quieres hablar un tema peludo con tu suegra, cocínale. Si quieres contarle a tu jefe que te vas a la competencia, cocínale. ¿Han visto lo que provoca un plato rico? Pura buena onda. El asombrarse con un sabor bien hecho, el celebrar una preparación linda, el agradecer un menú improvisado es una fuente de puros sentimientos positivos. La cocina genera unión, conversas profundas, risas incontrolables y hasta hace más sobrellevable una pena. Porque díganme que un drama de amor no se soporta de mejor manera con un delicioso ceviche.
En la serie” Cooked” el escritor Michael Pollan, quien lleva más de 10 años investigando y escribiendo acerca de la relación entre el hombre y la comida, da como gran consejo para llevar una vida sana, un hábito tan simple y básico como cocinar.
En la antigüedad cocinar no era opcional, era simplemente un acto de sobrevivencia. Hoy el que sea una actividad voluntaria no ayuda a lograr un estilo de vida saludable. En EEUU, el gringo promedio le dedica sólo 27 minutos al día a preparar algo de comida. ¿Por qué pasa esto? Porque cada día compran más alimentos mega preparados y por ende, más procesados. Es mucho más barato comerse un pollo con papas fritas que una ensalada griega. Y ahí están, con el 8% de su población padeciendo diabetes.
El procesamiento de los alimentos está asociado a gran cantidad de ingredientes perjudiciales para nuestra salud que no participan del baile cuando los que cocinamos somos nosotros mismos. El amarillo crepúsculo no está invitado en el menú de una cocinera furiosa. La gran chiva de la industria alimentaria es disfrazarnos de camarón, a un kanikama más intervenido que La Toya Jackson. Y convencernos (conmigo lo han hecho súper bien) que para hacer comida casera casi hay que pedirse un día en la pega.
David Cutler, académico de Harvard descubrió que mientras menos se cocina, un país más engorda. Cocinar implica no sólo un presupuesto, sino tiempo. Entonces mientras menos horas le dedique a hervir las papas, más comeré. Y como consecuencia las tallas XL cada día estarán más cerca. Al escuchar esto descubrí porque aun no soy Reina de Playas y Piscinas. Porque no sé cocinar.
Les recomiendo esta serie documental que me dejó pensando muchísimo acerca de lo que consideraba un “hobby”. Me parece que todos, hombres y mujeres, debiéramos saber cocinar. Si más familias tenemos incorporado este hábito y lo defendemos como una prioridad, no sólo seremos más saludables, amigos, gozadores y miembros de una identidad de cultural… creo firmemente que también seremos mucho más felices. Yann Yvin, voy por mi poster autografiado.