Empezó julio y los parques, que en primavera y verano estaban atochados de gente trotando, caminando o andando en bicicleta, están casi vacíos. Una posible causa es el miedo a enfermarse, aunque es más que sabido que el frío no es el que provoca el resfrío sino los cambios de temperatura y los ambientes poco ventilados. Otra causa, más preocupante que el “hipocondrismo”, es la facilidad que tenemos para abandonar una meta y la capacidad de auto justificar nuestra actitud con miles de razones sensatas. En el caso del deporte puede ser el riesgo de enfermar o lo temprano que oscurece, mientras el discurso sobre lo bueno que es hacer ejercicio se mantiene, pues es una verdad que ya se instaló en nuestra cultura.
¿Por qué esta brecha entre teoría y práctica; entre lo que queremos y lo que escogemos hacer, finalmente? La instructora de yoga Ximena Rochefort piensa que no existe una cultura real del deporte. “Es una moda, pero poca gente tiene inculcado el amor por la vida sana o el ejercicio como algo entretenido”, dice. Entonces, como a nadie le sobra el tiempo, cuando aparecen obstáculos el deporte empieza a resbalarse de la agenda hasta caer de ella.
César Dinamarca, entrenador del gimnasio Sportlife, está de acuerdo. Él observa tres perfiles de usuarios: los que asisten con objetivos estéticos, como aumentar músculos o porque se viene el verano; los que llegan por mandato médico, con problemas de hipertensión, obesidad o principios de diabetes; y, por último, los que ven el deporte como algo central en su vida cotidiana y hacen máquinas para complementar el running, tenis o ciclismo.
Los primeros, los que van sólo por fines estéticos, son los más inconstantes y quienes necesitan más motivación por parte de los entrenadores. “La labor de uno es explicarles las máquinas, proponerles un esquema de entrenamiento adecuado para que no deserten y meterles de a poco la idea de que el deporte los lleva a una vida mejor, a librarse del estrés y pasarlo bien con algo que puede ser gratis. Si no, se salen apenas ven que los resultados estéticos no son inmediatos”, dice César.
Algunas conductas que este entrenador reconoce como señales de un deportista estacional es que preguntan mucho cuánto se demora tal músculo en marcarse o el rollito en desaparecer, qué suplemento alimenticio tomar o aguas especiales, productos que son para deportistas de alto rendimiento.
Entonces, querer ser más flaco o verse más musculoso no son motivaciones suficientes. Hacer deporte necesita una motivación más profunda, pues implica un esfuerzo inicial, desde organizarse para darle un lugar en nuestros ajetreados días, hasta lidiar con el frío en invierno y con el calor en el verano. Sólo así habrá posibilidades de llegar a que el deporte se convierta en una necesidad, tanto física como psicológica, que se imponga por encima de cualquier impedimento práctico.
Algunas ideas para acercarnos a eso (y cuya esencia se puede aplicar a cualquier otro proyecto personal):
- Creer que mientras más sufrido, mejor: Trotar abrigadísimo para transpirar más o andar en bicicleta hasta no soportar el dolor de rodillas son algunas pésimas ideas frecuentes en entusiastas principiantes.
- Imitar a otros: Hay que copiar las ganas de moverse, pero el deporte que le hace bien o le entretiene a un amigo o a la pareja, no tiene por qué funcionar para uno.