Esta columna tenía otro tema, pero vino un vecino a mi casa y mientras nos robaba un hot dog surgió el tema que nos convoca. Comenzamos a reírnos acerca de todas esas actitudes que a muchas mujeres nos matan la pasión cuando estamos solteras. Esas cosas que hace un prospecto de romance y que automáticamente te dan ganas de salir corriendo hasta la Patagonia sin parar ni siquiera a hacer pipí. Ojo que esta lista la construyó un grupo que lleva más de diez años casados. Podemos estar fuera de las pistas, por lo que toda colaboración actualizada se agradece. Y mucho.
Acá vamos:
El chiquillo es guapo, te mira desde un lado de la fiesta y tu cocoroca te ríes haciéndote la tonta. Despachas a tu amiga cuando te percatas que se te acerca. Lo lograste y celebras como un futbolista emocionado en tu interior cuando te comienza a hablar. Te imaginas el menú del matrimonio y poniéndole el nombre a los hijos hasta que el candidato se pone a bailar… y ahí: la debacle. Él es ese hombre que no baila, sino que simula tocar instrumentos tales como la batería, guitarra eléctrica, teclado y hasta el triángulo. En definitiva no baila contigo, si no que básicamente está en su concierto de rock personal. Ha llegado a tu vida “El hombre orquesta”, un flagelo más común de lo que se piensa.
Modo de salvataje extremo: wasap secreto a la amiga rogándole que simule jaqueca con riesgo vital. Obligada a parar el baile y acompañarla. Vuelves a respirar en paz.
Esto es un prejuicio personal y basado en historias de mi juventud, pero me mata la pasión el hombre que no es capaz de diferenciar entre el lenguaje tierno y el derechamente ñoño. Una vez me tocó uno que construía todas sus frases en diminutivo sin discriminar: “¿Te tincaría salir a tomarnos un traguito en un barcito que me recomendó mi mamita?” ¡Santo Dioooossssss, vi bajar por mi cabeza a todos los monos del continente americano! No sé por qué, pero no tolero el hombre pastilla de chiquitolina al hablar.
Modo de salvataje extremo: Tu teléfono justo está con problemas de conexión exclusivamente con ese número. Entonces cuando te llama no escuchas nada: “Aló, aló no se oye, te perdí, alóooo”. Muy triste todo, pero no te puedes comunicar con el chiquitín amorosín. Santo remedio.
Quiero ser clara, en este punto no es que queramos al hombre de las cavernas, que se lava el pelo cada 15 días y tiene más guata que madre de sextillizos. No. Pero hace unos días conversaba con mis sobrinas jóvenes y me contaban que odiaban a ese hombre que se arregla más que ellas. Ese que en su baño tiene cremas hidratantes, jabones para exfoliar la piel, más de tres perfumes y unos sérum que obvio que olvidamos ponernos en las noches. O ese tipo con el que sales a comer a un lugar bacán y después que pediste el plato más chancho de la historia, el pide una ensalada César con una bebida light. O sea no. Uno ya tiene que competir con las amigas, hermanas, compañeras de pega, suegras e incluso la propia madre, ¿para agregarle la variable pololo? Como dice la sabia canción: “Hay un límite que rompe el deseo”. Y aquí se aplica totalmente.
Modo de salvataje extremo: Contarle que el ultimo jeans no pudiste abrochártelo y mostrarle que te apareció la primera cana. Todas declaraciones que en una situación feliz las ocultarías como secreto de Estado, pero que aquí serán la excusa perfecta para hacer que incluso sea él el que te diga next.
Hace unos meses escribí aquí mismo una columna en la que criticaba esa frescura de algunas mujeres de esperar que los hombres les paguen todo. Sin embargo, el otro extremo… el hombre tacaño, el que cotiza hasta la bebida a la que te va a invitar, es muy matapasiones. Una vez supe de un candidato que le pidió a la chiquilla que dejara la propina y sin asco sacó la mitad y la guardó en su billetera. O ese que te invita a una comer y te anima con mucha insistencia a compartir el plato porque según él “no tiene tanta hambre”. Las mujeres no queremos salir con Leonardo Farkas (al menos en mi época de soltería no me interesaría), pero ver a un hombre analizando la cuenta con más ahínco que el nuevo auditor de La Polar, me hace perder todo interés. Porque un hombre avaro en la conquista es una mala señal. Porque para hombres más apretados que tuerca de submarino no estamos. Me imagino altiro haciéndole la ropa a la descendencia con las cortinas viejas cual Froilán María.
Modo de salvataje extremo: Pídanle a sus amigas pudientes carteras de marca que sean bien llamativas, lleguen con unas 9 bolsas de zapatos nuevos a la cita y mientan diciendo que el mall es su paraíso terrenal. Le dará un shock nervioso y firmo que nunca más las volverá a llamar.
Una cosa es cachar que le gustas a alguien y otra muy distinta es tener que tolerar al que te mira sólo como si fueras un bistec con papas fritas. El tipo que va al funeral de tu abuela y se aprovecha de la situación para abrazarte como si bailaran lambada, el que cuando compartes un ascensor tienes que usar gas paralyzer para alejarlo o el que siempre te saluda con un beso cuneteado, está lejos de ser el galán que seguramente está convencido que es. A las mujeres nos enamoran los hombres a los que se les nota que les gustamos, pero ante todo los que nos escuchan, discuten, hacen reír y conocen. El que tiene el síndrome de la gotita es matapasiones y francamente agotador. Tómense algo helado y vuelvan cuando lo hayan superado cabros.
Modo de salvataje extremo: Aquí y por el bien de la humanidad, el mejor salvataje es decir la verdad. Porque no puede ser que haya que salir con el hermano de chaperón, o dejarse el bigote para no sentirse acorralada. Así es que sin anestesia y con toda la valentía pedirle fuerte y claro: ¿Me dejas respirar por mi misma porfa?