Hoy para el 98% del país es un día duro. Pasaste la Navidad y básicamente sientes que sólo te faltó comerte a los renos del Viejo Pascuero. Tienes que llamar a fuerzas especiales para cerrarte el pantalón y tu meta no es un verano sin polera, con un verano sin parka estarías infinitamente agradecida.
Te levantas convencida y empoderada para calmar esa ansiedad que es más dominante que las dos Argandoñas juntas y bajas todas las app para cumplir la tan ansiada dieta. Se lo comunicas a toda tu familia y es tanta la fe en ti misma, que sientes que hasta Valeria Mazza podría perder su pega por tu nuevo futuro (eso puede ser un poco excesivo, lo sé)
Pero algo pasará tipo 18:00 horas de este lunes. Después de sentirte “bastante” más flaca por haber desayunado un té y almorzar 2 hojas de lechuga con atún, el monstruo… sí ese monstruo voraz que domina tu mente, comienza a despertar. Y todo tipo de chivas y lamentaciones comienzan a resultar muy creíbles en esa pequeña cabecita deseosa de comerse un pan con salame y mayonesa.
No por nada, dicen que 1 de cada 3 pacientes que van al nutricionista no vuelven por la vergüenza de asumir el haber abandonado el desafío de bajar de peso. Una vergüenza que he sentido muchísimas veces más de las que mi pesa y yo quisierámos.
El proceso mental detrás de esta auto traición va más o menos así:
Cuando las fuerzas comienzan a flaquear (digamos a fallar mejor, porque cualquier palabra parecida a flacura está haaaarto lejos de nuestras vidas en la actualidad) comenzamos con el auto convencimiento de que esta NO es una buena fecha para partir. “Para qué sigo con la dieta, si viene el 18” es un pensamiento maligno que ronda en la cabeza sin tregua. Siempre hay una excusa para no partir o mantenerse. Fiestas patrias, el verano, Halloween, el Día de los Enamorados, la fiebre mundialera, los paseos de curso y una larga lista de eventos que dominan nuestra agenda. Lo digo con absoluta propiedad y conocimiento de causa. Y hoy que se celebra hasta el día del piojo resucitado, es más difícil aún. ¿Conclusión?: nunca encontrarás la fecha correcta para partir una dieta.
Los estados de ánimo son verdaderos enemigos de la fuerza de voluntad. Personalmente cuando estoy estresada o triste por algo, estoy MUY lejos de esa gente a la que se le quita el apetito como por arte de magia. Es más, si la situación es difícil, en mi caso la ansiedad es aún mayor. Vamos sirviéndonos chocolates en barra, cuchareando helados, tostando panes con palta y recalentando pizzas del día anterior. Y si estoy contenta, me fue bien en la pega, ganamos un partido de Chile o al cabro chico se le cayó el primer diente, también encuentro que hay que hacer picoteo con papas fritas, paté, salame y champañita para celebrar. ¿Conclusión? Siempre tengo hambre.
La comparación también es una técnica que nuestro subconsciente ocupa con facilidad para desertar en el nuevo plan de vida saludable. “Cacha cómo está Juanita después de tener la guagua”, “¿Viste lo acabado que está Pepito al lado mío?", son frases que nos hacen sentir mejor, pero no más realistas. Mirar a gente que está peor que uno y sentirse aliviado por eso, es un gran estímulo para tirarnos un piquero al choripán. Obviamente que si me pongo a ver los programas de obesidad gringos, mi ego se sentirá muy fortalecido y mi autoestima será más alta que la última oficina del Costanera Center. Pero eso es una verdadera trampa sicológica.
Finalmente lo que hay que buscar es el peso con el que cada uno se sienta liviano y saludable. Y entender que nada es magia. Algo que me cuesta mucho, porque cuando veo a amigo/as que están bien físicamente, les pregunto el dato y me dicen: “Es cambiar el switch, dejar los excesos y hacer mucho deporte” . Una declaración que reconozco abiertamente que me da una lata profunda. Miro las zapatillas y me canso. Veo la pierna de jamón serrano que me regalaron y me emociono. Pero después de haber intentado con todas las dietas (zapallo, cebolla, proteica, vegetariana, scarsdale, de la Fuerza Área, etc, etc, etc.) parece que la clave verdadera está ahí. Así es que veamos si lo logramos este 2016.
Y ya saben… si me ven con una túnica caminando por las calles, es porque todas estas buenas intenciones de fin de año, valieron menos que billete de 15 lucas.