Según Hermann Hesse, cuando odiamos a alguien, es porque vemos un reflejo de nosotros mismos en el sujeto odiado. En lo personal, me carga la gente autorreferente, precisamente porque es un defecto del que adolezco en demasía, y me carga.
Pero a veces la autorreferencia puede ser útil. Este artículo es ejemplo de ello (otra autorreferencia, LOL), pues lo comenzaré hablando de mí mismo.
Cuando me vine a vivir a Santiago, hace ya ocho meses, vine con la intención de hacer carrera en la música: rodearme de músicos mejores que yo, aprender de ellos y obligarme a mí mismo a ponerme las pilas, abandonando la zona de confort en la que sentí que estaba metiéndome en mi ciudad de origen, reemplazándola con un entorno de mayor competitividad. Y efectivamente, ha sido toda una experiencia: he disfrutado de los momentos buenos y he aprendido de los malos, he conocido a grandes personas (me he peleado con algunas malas) y he visto la experiencia de vida de quienes están varios peldaños más arriba que yo en este difícil, pero bello oficio que es la música.
Y es que hoy en día prácticamente nadie puede vivir solamente de conciertos y venta de discos. Al menos no en Chile. Un estudio realizado en el año 2013 por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), titulado “El papel de las políticas públicas en las condiciones laborales de los músicos en Chile” reveló que las condiciones laborales para los músicos nacionales son de máxima precariedad: quienes se dedican a la música se enfrentan a dificultades como la inestabilidad económica, la falta de previsión de salud y jubilación, desprotección en caso de accidente o enfermedad y la total ausencia de leyes que regulen y protejan su trabajo. Hoy en día, la única ley que manda en la actividad musical es la ley de la selva.
Como consecuencia de esto, quienes deciden enfrentarse a las dificultades de esta labor están obligados a repartir sus horas entre más de una actividad, en algunos casos complementadas por trabajos en otros rubros, que proporcionen un piso para cubrir ciertos gastos básicos.
Pero existen muchos músicos en nuestro país que, con gran esfuerzo y constancia, han logrado vivir dedicados a la música en un 100%. ¿A qué se dedican? Veamos:
En colegios, en universidades, en escuelas de música o dando clases particulares, con estudiantes decididos a convertirse en músicos profesionales o simplemente personas que buscan cultivar un hobby, lo cierto es que en nuestro país se está viviendo un fuerte incremento en el interés de la gente por aprender a tocar un instrumento musical. Es por eso que muchos músicos generan una buena parte de sus ingresos a partir de la docencia. Es una pega con relativa estabilidad, con una buena remuneración por hora de trabajo, y permite asegurar un sueldo base que puede complementarse con conciertos u otras labores. Además, es un buen antecedente para el currículum, sobre todo si quieres postular a ser patrocinado por una marca.
Cuando se anuncia el concierto de artistas como Manuel García, Mario Guerrero o Myriam Hernández, no es que ellos vayan a tocar solos. Ellos son los intérpretes de las canciones (en muchos casos los autores), pero no son los que hacen todo el trabajo: para interpretar las canciones se acompañan por músicos profesionales que forman lo que se conoce como la banda soporte o de acompañamiento: bajistas, bateristas, coristas, etc. Sin estos músicos, los artistas que llevan una carrera como solistas tendrían que hacer sólo conciertos acústicos o, en el peor de los casos, conciertos a capella (qué fome sería, ¿no?). Por eso es que el trabajo de los músicos que los acompañan es de vital importancia, y aunque su perfil es discreto, su labor es relevante tanto en el estudio como en el escenario. ¿Te imaginas un disco de Francisca Valenzuela a puro piano y voz, sin bajo o batería?
Además de ser un trabajo importante para la producción de discos y la realización de conciertos, trabajar como músico de sesión es mucho mejor pagado que tocar con proyectos propios. Incluso, durante ciertas épocas del año, los sesionistas pueden asegurarse un sueldo estable: esto aplica especialmente en el verano, que es cuando se organizan la mayoría de los festivales y giras (inter)nacionales.
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Iván Monsálvez es músico de sesión en la banda de Quique Neira y profesor particular de guitarra. Enseña a más de veinte alumnos cada mes, y anualmente realiza más de 100 conciertos. |
De esto vivía Charle Harper en Two And a Half Men. Jingles, música incidental para teleseries y bandas sonoras, son algunos de los campos en los que se mueven quienes se dedican a la composición musical. Claramente no todos los compositores se pueden dar el vida de lujo y excesos que se daba el personaje de Charlie Sheen, pero el trasfondo es el mismo: cada vez que una pieza musical es utilizada en medios de comunicación o en productos audiovisuales, su autor recibe una remuneración, llamada Derechos de Autor. Otra porción, algo menor, es lo que se conoce como Derechos de Intérprete. Esto quiere decir que, si Charlie Harper compuso un jingle para una marca de camisas y la canción incluye una melodía de trompeta, el trompetista que grabó ese solo deberá recibir un porcentaje de los derechos de esa composición.
Jorge González declaró alguna vez en su libro “Maldito Sudaca” (2005) que haber compuesto hits como El Baile De Los Que Sobran o Tren Al Sur le garantizaba un pequeño ingreso adicional cada año, pues estas canciones siguen sonando con regularidad en radios y programas de televisión hasta día de hoy.
La pega del productor tiene de todo un poco: tiene que saber de composición musical, de marketing, de ingeniería en sonido y de lírica. El productor es el “oído externo” que aconseja a la banda sobre el rumbo que deben tomar sus composiciones. La idea es siempre sacar el mayor provecho posible a las canciones y darles un rumbo, según el público al que apunten: si quieres sonar en la radio, tu canción tiene que cumplir con ciertos requisitos de sonido, estructura y duración, que no son los mismos que debe cumplir si quieres apuntar a otras audiencias más específicas.
Las funciones del productor suelen ser puntuales y se suelen contratar durante un período acotado de tiempo. Por ejemplo: supongamos que con mi banda queremos hacer un disco de rock clásico. Obviamente, no me sirve un productor experto en bachata si quiero sonar como hard rock (aunque los falsetes de Paul Stanley y los chillidos de Romeo Santos se mueven en un registro similar), así que decidimos contratar a Mike Clink, productor del disco Appetite For Destruction de Guns n’ Roses (soñar es gratis), para que nos ayude a hacer un disco de impecable calidad técnica y compositiva, que además se ajuste a los requerimientos del estilo que tocamos. El disco contempla, sigamos suponiendo, un mes de grabación y tres meses de mezcla y masterización. En estos cuatro meses, le pagaremos al productor para que meta la cuchara cada vez que quiera sugerir algo, primero con los músicos y luego con el ingeniero en sonido. Su deber es ser la mirada global que ni los músicos ni los ingenieros pueden tener, por estar cada uno muy encerrado en su función particular.
En Chile, muchos músicos experimentados hacen la función de productores para artistas más jóvenes, de modo que pueden consolidar su experiencia en un apoyo real para la creación de nuevos discos, a la vez que complementan sus demás actividades con un ingreso adicional. Gonzalo Yáñez, por ejemplo, además de su carrera como solista y guitarrista de sesión, ha producido discos para cantantes como María Jimena Pereyra, Ximena Abarca y Denise Rosenthal. Otro ejemplo es el de Hernán Rojas, que si bien en estricto rigor no se desempeña como músico, es uno de los grandes productores musicales de nuestro país y es imposible no mencionarlo.
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Hernán Rojas (al medio en la foto, junto a los músicos de Candlebox) histórico locutor de Radio Futuro, es un destacado productor musical. Ha colaborado con bandas del calibre de Fleetwood Mac, Santana, Van Halen, Frank Zappa y Steely Dan. FOTO: RadioFuturo. |
Cuando estuve en el conservatorio, escuché varias veces al profe de Apreciación Musical decir que para él, la música no estaba ni en los discos ni en las partituras. La música, decía él, estaba en los conciertos, en las calles y en todo lugar en el que hubiera una persona tocando un instrumento. Las demás eran solo formas de almacenamiento, pero que no estaban ni cerca de albergar todo lo que significa la música como experiencia.
Por eso, no es extraño que los músicos que se dedican de lleno a ella, lleven un intenso ritmo de presentaciones en vivo. Los más demandados (músicos de alto rendimiento, podríamos decirles), llegan a dar hasta 300 conciertos al año. Estamos claros, sin embargo, que estos son un número reducido y son, en su mayoría, artistas famosos que hacen extensas giras mundiales. Por lo general, podemos considerar que entre 60 y 80 conciertos al año ya se puede contar como un ritmo de alta actividad en escenarios.
Sin embargo, esta agenda de presentaciones no es homogénea. Con el fin de parar la olla, es usual que los músicos participen de varios proyectos musicales a la vez, algunos por realización artística, donde presentan sus propias composiciones, y otros concebidos sólo para generar ingresos, como matrimonios, fiestas privadas o presentaciones en casinos y centros comerciales, donde deben presentar un repertorio más “oreja”, pero con honorarios bastante mejores. Visto desde una perspectiva de planificación, si el músico comienza a mostrar su música hoy, los resultados llegarán en el mediano y largo plazo. Mientras eso sucede, las sandías caladas le permiten pagar las cuentas aquí y ahora.
Aquí no digo nada porque corro el riesgo de que el editor me rete ;)