Felipe y Martín perdieron el partido de fútbol por un penal mal cobrado por el árbitro. Al finalizar éste, Felipe, explotó, tiró al suelo todo lo que estaba a su alcance gritando un rosario de garabatos al árbitro y a los otros jugadores. Mientras que Martín, se quedó callado mordiéndose los labios, acumulando su enojo sin expresarlo.
Felipe y Martín ejemplifican dos extremos en el manejo de las emociones, ambos poco favorables para el desarrollo de la persona y la convivencia con otros. El primero es la caricatura de la típica persona que es como una dinamita, explota ante cualquier emoción, mientras que el segundo, es la de la persona que se deja pasar a llevar tragándose todo lo que siente.
Es importante comprender que las emociones no son buenas ni malas en sí mismas, simplemente son. Lo “malo” o “bueno” de ellas es lo que hacemos tras sentirlas. Una emoción es una reacción natural ante algún estímulo y supone una respuesta del organismo completo, teniendo tanto componentes físicos (la aceleración del corazón y de la respiración), como cognitivos (la interpretación que hacemos de la reacción, el significado que le damos, los eventos y conductas a las que lo asociamos).
Sin embargo, a pesar de ser algo natural, el niño debe aprender a lo largo de su desarrollo, a reconocer y canalizar lo que siente, es decir, expresarlo, pero de un modo que no sea destructivo para sí mismo ni para los demás. Y los padres, como siempre, tienen una gran tarea al respecto.
El rol de los padres y de otras personas afectivamente cercanas al niño, es ir enseñando, a lo largo de la vida cotidiana, a regular y canalizar las emociones, de manera que el niño pueda identificarlas y mostrarlas sin caer en reprimirlas, pero tampoco permitiendo que ellas se apoderen de sus reacciones arrasando con todo lo que está por delante. Esto no surge de forma espontánea en el niño, por lo que exige una guía y acompañamiento permanente.
Felipe y Martín probablemente no han contado con una adecuada enseñanza del manejo de las emociones, lo que los lleva finalmente a tener distintos tipos de dificultades. A Felipe terminaron suspendiéndolo de la liga de fútbol. Martín, por su parte, pasó el resto del día con un fuerte dolor de cabeza, que su madre trató de resolver dándole un verdadero cóctel de remedios.
Todas estas sugerencias se deben comenzar a implementar a temprana edad y mantenerse toda la vida, adecuándolas a la edad. Con los más pequeños se comienza el trabajo de las emociones básicas: pena, alegría, miedo y rabia, y en la medida que van creciendo, se van incorporando otras como la vergüenza, tranquilidad, celos, compasión, entre otras.
Si los padres de Felipe y Martín le enseñan el manejo de sus emociones, la próxima vez que el árbitro sea injusto, sabrán decir lo que sienten, sin reprimirlo ni explotar.