Fue ella la responsable de mi actual gusto por la lectura. Ella… y mi madre, que me presentó sus cautivadores libros. Si no hubiese muerto en 1976 (a los 85) –y su salud fuese firme como un roble- Agatha Mary Clarissa Miller habría cumplido 125 años el próximo martes 15 de septiembre. De su autoría se publicaron 66 novelas policiales, además de seis novelitas rosas que escribió bajo el pseudónimo de Mary Westmacott. Asimismo, incursionó en los cuentos (con 14 historias cortas) y el teatro.
Su famoso apellido se lo debe a don Archibald Christie, con quien se casó en 1914 y de quien se divorció 14 años después. Fue ese el comienzo del misterio en su propia vida. Según consta en los periódicos de la época, la mujer quedó sumida en una depresión y en 1929 desapareció. Su automóvil fue hallado en una carretera, con las puertas abiertas y algo de ropa. La noticia impactó a todos y activó una búsqueda con más de mil agentes policiales. Sir Arthur Conan Doyle le brindó uno de los guantes de Christie a un médium, para a ver si lograba “percibirla”. Once días más tarde fue encontrada viva, con un posible (y sospechoso) cuadro de amnesia, en un hotel: se había registrado ahí bajo el nombre de una amante de su ex marido. Al poco tiempo se casó con un arqueólogo, lo que le permitió viajar a tierras lejanas, como Irak y Siria, latitudes que más tarde inspiraron el argumento de algunas de sus novelas, como “Muerte en el Nilo” (1936) y “Cita con la muerte” (1938).
Agatha Christie, según consta en el Libro Guinness de los Récords, es la novelista más vendida de todos los tiempos. Sólo se le puede comparar con William Shakespeare y la mismísima Biblia. Ha sido traducida a 103 idiomas y en 2013 su obra “El asesinato de Roger Ackroyd” (que no he leído, pero que mañana mismo consigo) fue elegida como “la mejor novela de crimen de todos los tiempos” por la Asociación de Escritores de Crimen.
Británica –y con eso quiero decir irónica, meticulosa y muy crítica- doña Agatha fue vista por última vez en 1974, durante el estreno de la versión cinematográfica de su novela “Asesinato en el Orient Express”. Un año antes de su propia muerte, se encargó de matar a Hércules Poirot, intrépido detective que protagonizó 33 de sus novelas…. y el único personaje de ficción que ha aparecido en el obituario del The New York Times: “Hércules Poirot, el detective belga, ha muerto”, consigna la edición del 6 de agosto de 1975.
El otro icónico personaje de Christie fue Miss Marple, una cándida anciana que resolvía los crímenes con la ayuda de una astucia disfrazada de femenina ingenuidad. Extrañamente, y en términos literarios, Marple y Poirot nunca se conocieron. ¿Por qué? La escritora dejó grabadas las razones en una cita que fue descubierta el año 2008: “Estoy segura de que no les agradaría encontrarse. A Hércules Poirot no le gustaría que le expliquen cómo hacer las cosas, o que una vieja solterona le haga sugerencias”. Otra explicación, asimismo, es que Miss Marple era poco amiga de los viajes y prefería desempeñar su oficio sin salir de Inglaterra… Poirot, en cambio, desenmascaró asesinos en países exóticos y lejanas naciones.
A casi 40 años de su deceso, su nieto y heredero, Mathew Prichard, sacó a la luz un álbum familiar que mostrará al mundo el lado más íntimo de la autora de “Cianuro espumoso”. En las imágenes se podrá ver a Agatha surfeando en Sudáfrica, tomando sol en Honolulu o patinando en su natal Torquay. En una muestra itinerante, las fotografías serán exhibidas por toda Gran Bretaña, a partir de la próxima semana.
Como fiel admirador de su pluma –y sobre todo de su magistral capacidad de construir ficción-, me gustaría recomendarles tres novelas de Agatha Christie que, en lo personal, detonaron mi gusto por la literatura. Fue con estos libros que sentí, por vez primera, la adrenalina de pasar las páginas de un libro. Me refiero a “Sangre en la piscina” (The Hollow, 1946), “Un cadáver en la biblioteca” (The Body in the Library, 1942) y “Tragedia en tres actos” (Three Act Tragedy, 1934).
Los 125 años de su nacimiento son una buena excusa para leer o releer sus novelas. Sobre todo porque en ellas el mayordomo… nunca es el asesino.