Me pasó de nuevo hace pocos días. Estaba sentado con uno de esos hombres-locomotora que parecen no descansar jamás. Ese tipo de persona que considera que dormir es un estorbo en el camino a lograr cosas. El tipo de persona que no soporta dejar un problema sin solución. El tipo de persona que cuando no está ideando algo, está llevándolo a cabo. Ese tipo de persona que el resto sigue naturalmente.
- "¡Ufff!... No. No quiero. O sea, me encantaría, pero el sacrificio es demasiado"
La conversación giraba en torno al estado de la política, al pobre nivel de los candidatos, al populismo de los ofertones electorales y a la necesidad de que gente realmente potente entrara a la política; y mi pregunta había sido si él estaría dispuesto a presentarse de candidato. Pero en serio. Ahora. A esta elección.
- "Es que es demasiado. No sé si quiero meterme en eso ¡Te hacen mierda! Lo he pensado, pero luego pienso en mi mujer, mis hijos..."
No era la primera vez que recibía esa respuesta. Cada vez que se la he planteado a gente que realmente admiro, que sería un lujo tener en la política, su respuesta ha sido la misma. Que les encantaría, sería su sueño, podrían hacer todo lo que soñaron para arreglar los problemas del país... pero prefieren no arriesgarse.
Ojo, que aquí estamos hablando de gente con cojones. Verdaderos líderes. Emprendedores, idealistas, gente que ha montado emprendimientos, fundaciones y ONGs de la nada. Gente que ha levantado capital y llevado adelante sus ideas cuando nadie les creía. Gente que enfrenta el aterrador escenario de tener que conseguir todos los días la plata para que su proyecto funcione un mes más. Gente que ha abandonado carreras profesionales exitosas, renunciado a sueldos millonarios, por sus convicciones. Gente con valores, que trabaja por los más desposeídos, que lucha a diario por crear un Chile mejor.
¿Cómo puede gente así tener miedo? ¿A qué le tienen miedo? ¿A los juegos de poder? ¿A la burocracia? ¿Al binominal?...
A nosotros.
Sí, a nosotros. A la masa. Porque saben que desde el anonimato pueden trabajar tranquilos, hacer bien la pega; que con sus estudios y argumentos pueden convencer a especialistas; que en el uno-a-uno son fuertes, creíbles. Que pueden caminar tranquilos por la calle sin temor, sin que nadie los acuse injustamente de nada.
¿Pero qué pasa si entran a la arena política? ¿Si siquiera levantan un dedo para informar que serán candidatos?
Pasa que les caemos encima como una jauría de perros rabiosos. "Otro ladrón corrupto de mierda" es lo más suave que les vamos a decir. Da lo mismo lo que piensen, lo que hayan hecho, lo impecable de su trayectoria, lo serio de sus estudios, lo bien elaborado de sus proyectos, ahora son "políticos" y por lo tanto pasan automáticamente a ser "la misma mierda". No estamos dispuestos a escuchar sus ideas, no estamos dispuestos a entender lo que nos están diciendo. Para eso tenemos nuestros prejuicios desinformados, nuestra prensa amarillista que transforma todo en un escándalo o conspiración y a nuestras redes sociales para dar rienda suelta a nuestro odio venenoso y confirmar nuestras sospechas. ¿Qué necesidad hay de confiar en ellos? ¿De creerles? ¿De darnos el trabajo de entender lo que dicen? ¡Naaaah! ¡Mucho esfuerzo! ¡Si yo, con mis cinco minutos de lectura distraída sé tanto como él, con sus 15 años de experiencia! ¡Él debería hacer lo que YO digo! ¿Cómo tan ciego?
Así que gente noble, brillante, gente que sería un lujo tener en el gobierno, prefiere dar un paso al costado. ¿Y quién puede culparlos? ¿Acaso nosotros estaríamos dispuestos a someternos a interminables insultos, descalificaciones y vejaciones? ¿Nos gustaría meternos en una profesión en la que es aceptable que te escupan, te tiren huevos o te agarren a patadas en la calle? ¿Nos gustaría tener a 15 millones de personas juzgándonos por no hacer lo que ellos piensan que hay que hacer, aunque cada uno piense diferente? ¿Nos gustaría tener que vivir el resto de nuestras vidas necesitando guardaespaldas para nosotros y nuestras familias?
No, no los podemos culpar. Ante una descripción laboral así, el que entra a la política o es un idealista ingenuo o un verdadero cara de palo, ansioso de poder y de saciar su ego. Y así, se transforma en una profecía autocumplida.
Así que perdónenme si pongo en duda que cambiar el binominal, el sistema de partidos o la carta magna vaya a lograr por sí mismo que pasemos a tener esos políticos virtuosos con los que soñamos. Porque esa gente no le tiene miedo al binominal o a perder elecciones, nos tiene miedo a nosotros. Porque incluso los políticos virtuosos que están ahí dentro (sí, los hay) no los valoramos, los metemos al mismo saco que al resto y los maltratamos hasta que abandonan la política asqueados. Y así, en un proceso de selección natural, van quedando los peores.
Si realmente queremos que la gente que vale la pena llegue al gobierno, tenemos que empezar a tratarlos mejor. No se trata de creerles todo, de aceptar genuflexos cualquier cosa, pero tenemos que empezar a informarnos mejor, más desprejuicidamente, desde más fuentes. Tenemos que dejar esa desconfianza patológica, esa fobia atávica que sentimos hacia los políticos y empezar a actuar un poco más racionalmente, más respetuosamente, más comprensivamente... más civilizadamente, a fin de cuentas.
Queremos convocar a los mejores ¿No es cierto?
Entonces empecemos por ser mejores nosotros.