No hay palabras para describir lo que siento en estos momentos. Viendo la foto de un niño, un bebé más bien, tan parecido a mi propio hijo, vestido con su ropa chiquita, ropa que le compraron con cariño sus papás para abrigarlo y mantenerlo sano; boca abajo en una playa, arrastrado su cadáver por las olas desde la embarcación en que su familia intentaba huir de la masacres y barbarie de su país natal, intentando darle una vida mejor en tierras europeas que se negaron a recibirlos; el dolor, la rabia y la impotencia se atascan en mi garganta con el deseo de devolver el tiempo, de corregir esa injusticia. Es una foto que no quería ver, que me ha hecho sufrir mucho, pero que agradezco haber visto, porque hizo que me importara (a mí y al mundo) el drama de los refugiados, no ya a nivel racional e intelectual, sino a nivel emocional.
Como dije, quisiera corregir esa injusticia, pero la vida no da marcha atrás y la pregunta que queda, entonces, es qué hacemos para ayudar, y más importante aún, qué hacemos para que esto no se repita. Porque tan fácil como enfurecerse y clamar por justicia, es luego dar vuelta la página y seguir adelante, olvidando por completo que esto pasó y sigue pasando, todo el tiempo, en todo el mundo; que ya ha pasado en nuestras propias tierras y que seguirá pasando a menos que hagamos algo. Y que se necesita más que una colecta y un par de tweets, likes y shares para corregirlo.
La pregunta universal que parece estar flotando en el ambiente es: ¿Por qué ocurren estas cosas?, pero cuando veo los comentarios a la foto que se ha esparcido por los medios y redes sociales, de gente busca una respuesta a esa pregunta, una solución al problema, su reacción instantánea es buscar culpables: culpar al fanatismo religioso, la miopía de los gobernantes y sus políticas internacionales belicosas, el egoísmo de las naciones europeas que cierran sus fronteras, la ignorancia de los intolerantes. Y claro, la respuesta al problema, entonces, es que a esos weones hay que eliminarlos.
Pero hay alguien a quien nadie mira: nosotros mismos. No vemos que esa misma compulsión por encontrar culpables, de señalar a alguien a quién culpar, a un enemigo a quien debemos castigar, está en el origen de toda tragedia y atrocidad humana.
Porque está en nuestra naturaleza dividir el mundo en dos polos antagónicos: proletarios y burgueses; opresores y oprimidos; fachos y rojos; fieles e infieles; negros y blancos; compatriotas y extranjeros; nosotros y ellos. Nosotros, obviamente, los que estamos "en lo correcto", que somos "los buenos", y ellos, los que están mal, los malvados, los que hay que castigar, los que hay que destruir.
Es esa facilidad para asignar etiquetas, para transformar a toda la complejidad y riqueza de un ser humano (¿hay dos personas iguales?) en una mera caricatura, fácil de clasificar, inhumana, que no requiere comprensión ni piedad; la que nos permite primero descalificar, luego atacar y finalmente llegar a matar a otro. O cerrarle las puertas cuando nos pide ayuda.
Cada vez que justificamos, por cualquier motivo, la lógica de ellos y nosotros, cada vez que asignamos o aceptamos automáticamente la noción de que existen grupos humanos completos que se pueden clasificar automáticamente de buenos y malos, cada vez que le pegamos una etiqueta a toda una raza, posición social, religión, sexo, tendencia política, edad, profesión o grupo, estamos dando un paso más en la peligrosa dirección de la intolerancia y deshumanización, que cuando adquiere suficiente fuerza, da pie a las atrocidades que tanto lamentamos después.
Nuestro primer esfuerzo debe ser JAMÁS dejar de ver personas, individuos, seres humanos. JAMÁS dejar de ponernos en el lugar del otro. JAMÁS dejar de intentar comprender, por difícil que sea, la opinión de alguien con quién siento que no tengo nada en común y estoy en profundo desacuerdo. JAMÁS aceptar que una etiqueta baste para describir a decenas, cientos, miles o millones de personas.
Y es aquí donde los medios de comunicación juegan un rol fundamental, porque son éstos quienes ponen las imágenes que nos llevan a configurar estas etiquetas tóxicas. Porque son los que, al elegir en sus pautas mostrar sólo lo peor de los otros, nos llevan a hacernos imágenes distorsionadas del mundo que nos rodea, de las otras razas, naciones, religiones y de nosotros mismos.
¿Qué ven los israelíes en las noticias, cada vez que se habla de palestinos, sino terrorismo? ¿Cómo pueden dejar de verlos como tales, si su única ventana la vida en Gaza es esa?. ¿Qué ven los norteamericanos de Sudamérica sino narcotráfico y guerrillas? No nos extrañemos entonces que Donald Trump y su discurso anti-latino les haga sentido. ¿Qué vemos los chilenos de Bolivia, sino sólo los discursos anti-chilenos de Evo Morales? ¿Qué ven ellos de nosotros?. Ahí tenemos la raíz de nuestra eterna enemistad. ¿Qué vemos hoy del empresariado, sino el caso Penta-SQM? ¿Qué vemos de los políticos sino sus disputas? ¿Qué vemos de las marchas estudiantiles sino los desmanes? ¿Qué vemos de carabineros sino los abusos? ¿Es raro entonces, que no confiemos en ninguno de ellos?
¿Se han preguntado cuánto de lo que sabemos del mundo depende de lo que muestran los medios? Los desafío a pensar UNA sola imagen de Irak, que no hayan visto en un noticiero ¿son capaces de pensar en alguna?. Los desafío a intentar encontrar en sus mentes UNA sola imagen, concepto o conocimiento sobre Surinam ¡país que queda en nuestro propio continente!, pero del que los medios jamás hablan. En mi caso, TODO lo que sé de Irak, lo sé por las noticias, y no sé nada de Surinam, porque las noticias no lo muestran. Darme cuenta de eso, del poder que tienen los medios para configurar nuestra visión del mundo, me da miedo, porque sabemos muy bien lo pobre que es la información que entregan.
No digo que no hablemos de los temas importantes, no digo que evadamos lo negativo, que callemos las denuncias, o que cerremos los ojos a los horrores (la denuncia es necesaria y, de hecho, fue precisamente esa durísima foto la que ha despertado al mundo); digo que equilibremos la balanza, que narremos la noticia completa, que hablemos de las soluciones, de cómo ayudar, de los que lo están haciendo el bien, de todos esos otros que trabajan en silencio, honestamente, esforzadamente, en todas las instituciones, que se sacan la cresta a diario tratando de hacer un mundo mejor. Que entreguemos contexto, que expliquemos bien, que demos a conocer más de cada lugar y tema que sólo lo más morboso. Que ofrezcamos una visión más completa y equilibrada del mundo. Que empoderemos al público y le digamos cómo resolver los problemas y todo el infinito poder que tienen para hacerlo. Que mostremos la otra cara.
Las noticias no solo narran el mundo, las noticias configuran el mundo que conocemos. Las noticias cambian el mundo. Entonces hagamos eso, hagamos noticias para cambiar el mundo, pero cambiarlo para mejor.