Nos encantan los debates. En las universidades, en los programa de televisión, en las campañas políticas y hasta en las conversaciones de sobremesa. ¿El tema? Da igual: aborto, matrimonio gay, reforma educacional, desempeño presidencial, soluciones para la delincuencia, calidad de la TV, asamblea constituyente, conflicto mapuche… o si a la Bolocco le quedó bien o mal su última cirugía. Nos gusta discutir. Y también nos gusta tomar palco cuando son otros los que se enfrentan (sobre todo si los ánimos se caldean y la cosa parece parlamento ucraniano).
Para no llegar a las patadas y los combos –que para eso es mejor tomar clases de boxeo-, es necesario reflexionar sobre la finalidad de tomar partido en una controversia. Porque si el asunto se convierte en un diálogo de sordos, por ejemplo, es más entretenido y saludable perder el tiempo en Netflix o jugando Nintendo. La gracia de un buen debate, uno con todas las de la ley, es que exista la posibilidad real de convencer y (argumentativamente hablando) dejar knockout al adversario.
Propongo, entonces, 5 claves para triunfar en un debate. Y espero, con esta columna, abrir también un debate en torno al tema. ¿Se animan?
Cuando el otro esté hablando no es tiempo de revisar los propios apuntes o preparar una respuesta. Cuando el otro expone su posición se debe escuchar con respeto, poner atención, tomar apuntes, intentar comprender la lógica ajena, empatizar con su punto de vista, evaluar sus debilidades y también sus fortalezas. Sólo de esta manera el debate irá avanzando, fluyendo de manera razonable. La idea es que el debate (que por lo general tiene un público cautivo) sea un aporte argumentativo para todos. Si los involucrados se entrampan y giran repetitivamente en los mismos puntos, ¿qué sentido tiene debatir?
A veces el “triunfo” en un debate consiste en haber aprendido algo nuevo o en darse cuenta de que uno estaba equivocado. Porque uno debate no para aplastar al otro, sino para sacarle brillo y lustre a la verdad. Por eso, la actitud de los participantes debe ser segura (la de tener la convicción de estar en lo cierto) pero no pedante, como si fuéramos dueños de la verdad absoluta. Si uno no está abierto a cambiar de opinión, no tiene sentido participar de un debate. Y ojo: esa apertura no significa debilidad, sino fortaleza… la valentía de agachar el moño cuando lo evidente se nos manifiesta.
El presidente de la Democracia Cristiana, Ignacio Walker, dijo en enero de este año que sobre la problemática del aborto él iba al Congreso “con el ánimo de persuadir y ser persuadido”. Esa es la actitud.
Los ejemplos son clave. Hay que tener y preparar un buen stock. Las comparaciones improvisadas, por lo general, tienen fisuras o no permiten retratar con precisión el punto que se quiere demostrar. Recomiendo dedicarle buena parte de la preparación a un debate al ítem “ejemplo”, “casos concretos”, “casuística” y “comparaciones”. Porque tener que admitir que “el ejemplo que puse no es bueno” –en el fondo- es reconocer que no se tiene total claridad sobre lo que se está hablando.
Por ejemplo (valga la redundancia): hace poco me quedé escuchando en un programa radial a dos dirigentes estudiantiles debatir sobre la gratuidad de la educación. De pronto –y se notó improvisación en su tono- uno de ellos lanzó la siguiente comparación: “Que las universidades sean gratis para todos es como que tú me dijeras que los supermercados tienen que regalar la mercadería”. Bastó que dijera eso para su contrincante, un joven del partido comunista, se quedara con la victoria.
Mirar en menos al oponente, además de soberbio y peligroso, es muy poco productivo. Siempre es mejor un humilde “no me he explicado bien” a un prepotente “no me estás entendiendo”.Y para qué hablar de los insultos y las caricaturas que en material valóricas, sobre todo, están a la orden del día. Quienes están a favor del aborto no son asesinos, nazis ni come-guaguas… y los que estamos en contra no somos todos creyentes, pechoños o cuicos (esta columna de Lucía Santa Cruz es un buen ejemplo de ello).
Si ridiculizamos al oponente sólo conseguiremos que, como ostra, se cierre… y quede impermeable a nuestra capacidad argumentativa.
Que me perdone Michael Jackson (QEPD), pero no todo es blanco o negro. La mayoría de los asuntos que se debaten poseen matices y en ellos es posible llegar a consensos. Debemos buscar la diversidad de puntos de vista, como un valor positivo, y no meramente como una realidad que debe ser “tolerada”. Debemos suponer buena intención en el ánimo de quienes debaten con nosotros, sólo así se consigue avanzar y poner sobre la mesa un verdadero espíritu crítico, objetivo, que redunde en buenas y nuevas ideas.