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Dos grandes ejemplos de superación en el fútbol chileno (y qué podemos aprender de ellos)

Optimismo aprendido y autocontrol son dos atributos valiosos para enfrentar cualquier desafío de la vida, y el modo en que estos dos deportistas utilizaron estas virtudes para remontar adversidades, demuestra que aunque el destino se ponga cuesta arriba, todo es posible.

Por Rodrigo Figueroa Reyes @Rodrigohernan | 2015-06-11 | 15:00
Tags | fútbol, psicología, autocontrol, optimismo, fuerza de voluntad, superación, bienestar, Zamorano, Medel, autosuperación, superación, líderes, consejos, lecciones
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Hace algún tiempo atrás tuve la oportunidad de entrevistar a un grupo de futbolistas amateurs, jóvenes cadetes de uno de los clubes de fútbol profesional de Primera acá en Santiago. Tuvimos ocasión de hablar en extenso para un proyecto investigativo que no viene al caso detallar ahora, pero una de las cosas que más me impresionó fue la respuesta que estos muchachos me dieron ante una de mis preguntas: ¿Piensan ustedes que Chile será campeón del mundo alguna vez? Ellos movieron su cabeza y con voz firme dijeron: ¡Sí!

Pero, más allá de dilucidar si la respuesta de estos muchachos era un simple y conocido intento por decir aquello socialmente deseable, lo interesante es conocer si en la actualidad tenemos realmente los argumentos para creer que es posible torcer la historia mezquina en triunfos del deporte más popular de Chile.

Mi respuesta es que sí. Sí, es posible y esto porque existen historias de cambios profundos en la forma de pensar de algunos de nuestros futbolistas y todo cambio en los resultados parte primero por un cambio de mentalidad. Para mostrar esto, quiero recurrir a dos historias de futbolistas contemporáneos que han escrito páginas dulces, amargas y notables en la historia del deporte nacional. Son no sólo historias de fútbol, sino historias de vida, historias de crecimiento personal y profesional, de las cuales como individuos –profesionales o estudiantes– tenemos mucho que rescatar.

1. El gran Iván “Bambam” Zamorano

Me van a perdonar, pero Iván Zamorano es un ejemplo de vida. Fue el primer futbolista chileno que realmente logró triunfar en el viejo continente, en una época en que pocos de nuestros nacionales cruzaban la frontera: pasó de un club relativamente menor, como Cobresal, al Saint Gallen de Suiza, también menor en el contexto europeo, para luego ascender hasta el Sevilla y, posteriormente, al Real Madrid. Esto no es poca cosa: no contar con modelos exitosos a imitar no es algo menor y por el contrario, puede mermar las expectativas personales, como lo han mostrado algunos estudios estadounidenses, en lo que los investigadores han llamado la amenaza –negativa o positiva- del estereotipo.

Los sucesos elogiables en su carrera no son pocos.

En 1994, por mencionar uno, después de un año de permanencia en uno de los clubes más importantes de España y tras perder La Liga en la última fecha, el nuevo técnico del club, Jorge Valdano, declaró públicamente que no le quería, que de los cinco extranjeros que le era permitido tener en el club, Zamorano sería el quinto. Me cuesta imaginar algo más frustrante y perturbador que una situación como esa: imaginemos por un momento que llega un nuevo jefe y tras un par de horas a bordo, nos llama y nos dice a nuestra cara: ¡no te quiero acá! Muchos tendríamos la tentación de saltar sobre su cuello en el acto. Zamorano eligió el camino opuesto: decidió dar lo mejor de sí y torcer el destino, terminando aquella temporada no solo como titular indiscutido del equipo y cerrándole la boca al técnico, sino que encumbrándose como el “pichichi” (goleador) de la liga hispana.

Si uno pudiera usar una palabra para definir la carrera de Zamorano, me atrevería a utilizar el concepto de “voluntad” o bien, el de “determinación”: voluntad o determinación de crecimiento, de logro, de superación tanto deportiva como personal. Algunos podrán enrostrarle a Zamorano sucesos algo graciosos, casi embarazosos, como su acento españolizado durante sus tiempos en la península, lo “emífero” del éxito o su desafortunado rol como rostro del Transantiago, pero lo notable del ex capitán es que jamás se ha dejado vapulear por la crítica mordaz.

Pero aquella gesta ante Valdano no fue la única oportunidad en que Iván demostró tener una voluntad a prueba de balas. En 1997, y tras un par de temporadas en el club italiano Internazionale, el Inter, Iván debió enfrentar la llegada de Ronaldo, el brasileño, el que Mourinho calificara como “el de verdad”. Ronaldo es el jugador carioca con mayor cantidad de anotaciones en las copas del mundo y el segundo a nivel global detrás del tozudo Klose. Ronaldo no podía ser un rival más temible: era ya por entonces el mejor jugador del mundo, el 9 que todos querían, la figura estelar de la selección carioca, el sucesor de Pelé. Para peor, la dirigencia técnica del club decidió mostrar quien tendría prioridad en el equipo: no lo hizo con palabras poco amistosas como Valdano, sino con un gesto sutil, de esos de diplomacia: le quitaron la camiseta “9”, la camiseta del goleador, y la entregaron al monarca recién llegado. La respuesta de Zamorano no fue menos singular: tomó la camiseta con el número 18 y la modificó, luciendo por mucho tiempo la camiseta 1+8 en su espalda, en algo que pocos comprendieron en su momento. Zamorano no fue jamás un suplente eterno: siguió apareciendo en el primer equipo, siendo un miembro fundamental del mismo e inclusive jugó y anotó un gol en la final de la copa UEFA 97-98 vistiendo la casaquilla “9”.

¿Qué señales podemos encontrar en Zamorano? Ciertamente lo que hago es especulación. Pero, qué más da. Hagámoslo:

Primero, existe algo en las ideas que Zamorano tiene en su cabeza y que guardan relación con sus capacidades. Enfrentar situaciones tan desfavorables y no perder la fe en uno mismo, no bajar los brazos y dar la pelea no es algo ni fácil ni automático.

Especulo que el psicólogo Martin Seligman, nos podrá ayudar un poco. Este psicólogo norteamericano acuñó el concepto del Optimismo Aprendido para describir el comportamiento de aquéllos individuos que, aún cuando son enfrentados a situaciones desfavorables o dificultosas, siguen adelante, no bajan los brazos y terminan persistiendo en su lucha por más tiempo que el resto. ¿Por qué? Porque piensan, en términos simples de explicar, que lo malo no es ni tan grave, ni es para siempre, ni nada tiene que ver con uno mismo: es una mirada optimista, como la palabra lo indica, en que lo malo es visto como pasajero y no necesariamente como una situación permanente, en que un fallo en un área determinada no se replica a otros campos de la vida, y en la que lo que no funciona hoy es percibido como algo que podrá funcionar en el futuro.

Seligman mostró en experimentos de laboratorio con perritos, que aquéllos animalitos que “creían” poder resolver situaciones difíciles perseveraban por un tiempo más prolongado, con mayor convicción en que podían “torcer” la situación por sí mismos. Los perritos “pesimistas” dejaban de luchar, de lidiar ante la adversidad casi al instante. Sin embargo, su resultado más importantefue encontrar que tal optimismo es algo que es posible aprender: uno puede convertirse en un optimista, aprendiendo la forma de razonamiento que lleva al optimismo, y pienso que posiblemente Zamorano sea un ejemplo de un hombre con ideas implícitas optimistas en su cabeza. Dicho en simple: un optimista respecto de su potencial.

Esas “ideas implícitas” de Zamorano, en la cual la situación de hoy no necesariamente representa lo que puede llegar a ser, de que es posible aprender, dar la pelea, crecer, también se reflejan en su manejo a nivel público. Existe una entrevista al extinto Zoom Deportivo, aquel programa milenario, en la que un Zamorano joven habla con voz tímida y respetuosa a los panelistas del programa: por entonces, difícilmente podríamos haber puesto nuestras fichas en aquel joven provinciano, un Martín Rivas moderno, que una década después terminaría haciéndose el lindo con la Bolocco, o cantando a capela para espanto de la hinchada más ortodoxa, y en pleno horario prime de la TV nacional, para espanto de los avisadores. Todo esto nos muestra una cosa muy clara: que el dicho “el que nace chicharra, muere cantando” está equivocado. Para morir cantando basta con haber aprendido a ser chicharra. Quienes creen que ello es un proceso más que un don tienen la delantera en semejante carrera por el logro, sea personal o profesional.

2. Gary “Pitbull” Medel

Nuestro Pitbull podría perfectamente haber sido el protagonista de aquella serie setentera tan recordada, El Hombre Increíble (Hulk), la original en VHS, aquella obra maestra protagonizada por Bill Bixby y que narraba las aventuras y desventuras de un hombre que era incapaz de manejar su propia ira. Y es que no somos pocos los que recordamos las grandes salidas de madre del Pitbull, algunas en momentos francamente inoportunos.

Gary era una verdadera caja de Pandora: lo mejor y lo peor, todo en uno y el mismo. Qué mejor imagen para graficar esta situación que aquel memorable partido contra River Plate, cuando el Pitbull jugaba por Boca Juniors. Tras los dos espléndidos goles del Pitbull en aquel súper clásico, lo cual lo transformaba hasta ese momento en el “esso crack” del encuentro, Gary terminó abruptamente siendo expulsado por una patada sin balón a Almeyda, agresión sin razón ni justificación alguna, dejando un recuerdo agridulce en aquel súper partido. O cuando fue expulsado jugando por el Sevilla en un match ante el Atlético Madrid, con escándalo incluido, en el que millones de televidentes vieron al pitbull chileno salir del campo contenido por su técnico y destruyendo sillas a patadas. De hecho, en su paso por Sevilla, entre 2011 y 2013, Medel vio la expulsión en nada menos que 7 oportunidades, lo cual terminó por liquidar su carrera en España.

Pero probablemente la más recordada de todos los desmadres de Medel sea aquélla jugando con la Roja. ¡Qué dolor más profundo es recordar aquel minuto 14 del primer tiempo en Canadá! Aquella semifinal de la Copa del Mundo sub-20 contra los argentinos, con un favoritismo de los rojos impensado, y con un equipo de primer nivel que parecía prometernos el sabor dulce de ser campeones del mundo por primera vez, aunque fuese en una categoría juvenil. Y todo partió complicado. A apenas catorce minutos de iniciado el encuentro, y luego que los argentinos ya anotaran el primer gol, Gary no logró contener su cólera ante el jovenMercado. Una patada a mansalva mientras el argentino estaba en el suelo bastó para que el juez del encuentro expulsara al nacional y terminara, con ello, las expectativas nacionales de alcanzar una final mundialista.

En aquellos años, Gary tenía serios problemas conductuales: específicamente, autoregulatorios. Como se dice en buen chileno, prendía con agua, y los argentinos, siempre dispuestos a aprovechar estas debilidades de la raza humana, clavaron la daga sin misericordia. Por aquél entonces, y fruto del propio animal que uno lleva dentro, juré al cielo no perdonarlo jamás, pero como suele suceder cuando uno escupe contra la gravedad, terminé por comerme mis propias palabras.

El 28 de junio de 2014, seis años después del episodio infame en Canadá, el pitbull conmovería a todo Chile con una actuación de antología ante Brasil. Jugando lesionado, con dolor, al borde de la inmovilidad física y con quince centímetros menos de estatura, terminó liquidando todas las aspiraciones brasileñas de ganar aquel encuentro por la puerta ancha de la historia.

¿Qué cambió?

El autocontrol. Al menos en niveles de grado: hoy Medel es menos vulnerable que en el pasado, más predecible, aún cuando siga perdiendo su genio de cuando en cuando. Pero, ¿puede el autocontrol ser algo tan importante para el logro profesional?

Hace mucho tiempo que Walter Mischel señaló la importancia del autocontrol en la vida de los seres humanos con su clásico experimento del bombón. ¿En qué consistió este experimento? Muy simple: en una habitación se dejaba a un niño solo con un bombón en la mesa y se le indicaba que si quería comerlo sólo debía llamar al experimentador, y éste regresaría para dárselo. Sin embargo, si esperaba hasta que el experimentador regresara, entonces éste le daría dos bombones como recompensa. El experimento parece sencillo, pero lo interesante son las consecuencias en el largo plazo de los distintos comportamientos observados por los infantes. Por ejemplo, Mischel logró correlacionar los niveles de autocontrol (tiempo espera sin comer el bombón) con una serie de logros posteriores en la vida, entre las cuales puedo mencionar, el rendimiento académico posterior, el ingreso monetario en la vida adulta, el nivel de salud y felicidad personales, el nivel de obesidad o abuso de drogas durante la adolescencia, entre otros.

El nivel de estrés personal que un deportista de alto rendimiento enfrenta es fulminante. ¿Alguien se ha imaginado lo que significa estar en una cancha rodeado de miles de personas, en medio de cromañones vociferando e insultando, de barras bravas coléricos, cánticos, pifias, y excitación por doquier, recibiendo golpes bajos a cada instante? Perder las casillas no es algo tan extraño si uno lo piensa por un segundo: sin embargo, los mejores jugadores mantienen el control, la mente serena, la cabeza fría.

Gary Medel, con todas las limitaciones que uno pueda enrostrarle, ha ido aprendiendo poco a poco, gracias a su propia determinación por mejorar y al apoyo constante de sus compañeros y técnicos, a mantener la mente serena, las pulsaciones calmas y los puños en paz, aunque en el camino haya dejado sillas y cabezas rotas.

¿Qué otra historia de un futbolista nacional te parece inspiradora?

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