La madrugada del domingo pasado Estados Unidos se vio afectado por el mayor ataque terrorista de las últimas décadas en la discoteca gay Club Pulse de Orlando, en la que 50 personas fueron asesinadas y otras 53 heridas de gravedad con armas de fuego de alto calibre.
El autor de esta masacre es Omar Mateen, un joven estadounidense de 29 años quien ingresó sólo al local y disparó con dos armas adquiridas de forma legal hace 12 días en una tienda del condado St. Lucie: un rifle de asalto y un revólver.
Después de asesinar a sangre fría a todas estas personas inocentes, Mateen fue abatido por la Policía en el mismo local. Horas después, el Estado Islámico se atribuyó el ataque, indetificándolo como uno de sus "soldados en el califato de América".
A propósito de esta tragedia, les dejamos esta columna.
Les tengo malas noticias. Según la Oficina para las Drogas y el Crimen de la ONU (UNODC), el continente americano es el más violento del mundo.
Déjenme repetir eso: nuestro hogar, la tierra en que vivimos, es el lugar más peligroso del planeta. Más que África. Más que el mismísimo Medio Oriente, donde muchos de nosotros nos la pensaríamos dos veces antes de ir. Cuando alguien dice "¡Uy, no me atrevo a viajar para allá, es demasiado peligroso!", esos somos nosotros.
¿Quiere datos duros? Pese a que representamos sólo el 15,3% de la población mundial, tenemos el 36% de todos los homicidios intencionales del planeta, principalmente en Centro y Sudamérica.
¡Eso es una locura! ¿Por qué pasa esto? No somos los más pobres del mundo, la mayoría de los países de la región han entrado en la zona de los ingresos medios. No estamos viviendo guerras civiles. No tenemos divisiones étnicas, tribales o religiosas importantes. No vivimos bajo dictaduras brutales. Casi no hay terrorismo. A diferencia de cualquier otra parte del mundo, nos estamos matando entre nosotros, simplemente, porque sí.
O más bien, para robarnos unos a otros, “defendernos” de agresiones, o porque somos incapaces de ventilar nuestras diferencias de manera más sana que agarrarnos a chuchadas, puñetazos y, finalmente, balazos.
Podría dedicar páginas y páginas a los factores culturales que nos han llevado a esto: nuestra incultura, nuestros genes latinos, nuestra historia de conflictos, nuestra falta de educación, nuestras desigualdades, etc. Podría hablar de las incontables medidas fundamentales que tenemos que aplicar para mejorar esta realidad: educación, alfabetización emocional, igualdad de oportunidades, justicia social, prevención social y policial, rehabilitación, capacitación e integración. Estas son, sin dudas, las soluciones de fondo al problema.
Pero no voy a hablar de todo esto, porque sobre todo aquello han corrido y aún corren ríos de tinta, cada nuevo candidato propone soluciones, cada nuevo gobierno se fija como meta hacerse cargo, cada think tank y ONG cree tener respuestas infalibles para el problema, y sin embargo, las décadas y los siglos pasan sin que notemos que la cosa mejore. No al ritmo que necesitamos, al menos.
Si queremos parar esto AHORA , debemos tomar medidas inmediatas, radicales y efectivas, AHORA.
Y para mi gusto, no existe medida más inmediata y fácil de implementar, que prohibir de manera absoluta las armas de fuego en posesión de civiles, en todo el continente. No resuelve el problema de fondo, obvio, pero al menos ayuda a disminuir sus consecuencias. No cura la enfermedad, pero disminuye sus síntomas. No reduce el crimen, pero lo hace menos letal. Darle armas a una sociedad violenta, inmadura y conflictiva, es echarle bencina al fuego. Es lo más estúpido que pudimos haber hecho.
Según el mismo informe de la ONU, 66% de todos los homicidios de nuestro continente tienen como protagonista a un arma de fuego, frente al 28% de África y Asia y el 13-10% de Europa y Oceanía. Es decir, dos de cada tres muertes. Eso es caleta. De hecho, de los 20 países del mundo con más homicidios por arma de fuego, 16 están en América y también lideramos en muertes accidentales causadas por ellas.
Las armas de fuego en nuestro continente son una epidemia. Están en manos de delincuentes, de narcos, de pandilleros, de jóvenes comunes intentado verse rudos, de niños, del vecino que pone la radio demasiado fuerte, del tipo al que le tocaste la bocina, del micrero al que insultaste porque se saltó tu paradero, del almacenero de la esquina, de los amigos de tu hijo y, tal vez, en tu propio velador.
Y están ahí, listas para usarse ante la menor provocación, apenas el autocontrol –un rasgo de por sí poco abundante en nuestra cultura– sea sobrepasado por la rabia, los celos o el miedo. Están ahí para que nuestros hijos las encuentren por accidente y se pongan a jugar con ellas. Están ahí, disponibles para pasar a engrosar el arsenal de la delincuencia cuando te la roben.
Nuestros Estados gastan millones de dólares al año combatiendo la delincuencia, sacando armamento de las calles y destruyéndolo (cuando realmente lo hacen y no termina de vuelta en las calles), solo para ver que rápidamente es reemplazado por un nuevo arsenal. Año a año debemos lamentar incontables pérdidas de vidas humanas civiles y policiales, y contar el robo de millonarias sumas que se van en asaltos a negocios, hogares, vehículos y transeúntes, perfectamente evitables de no mediar armas de fuego. ¿Cuánto bien se podría estar haciendo con todo ese dinero? ¿Cuánto más podrían hacer nuestros gobiernos si no vivieran pendientes de combatir la delincuencia armada? ¿A cuántas obras civiles y servicios sociales podrían dedicar todos esos fondos?
¿Y cuánto más libres nos sentiríamos de vivir nuestras ciudades si no viviéramos permanentemente atemorizados de enfrentar el cañón de un arma? ¿Cuánto más tranquilos dormiríamos?
Ustedes me dirán que igual me pueden asaltar con un cuchillo o hasta con una botella rota. ¿Pero los atemoriza tanto? De un cuchillo puedo correr, de una pistola no. Un cuchillo necesita estar cerca de mí, una pistola no. Contra un cuchillo puedo pelear, contra pistola no. Un corte tiene que ser muy profundo y preciso para hacer real daño, un balazo en cualquier parte de mi pecho o cara puede ser fatal.
Distribución porcentual de mecanismos para comisión de homicidios. Estadisticas UNDOC, 2012.
¿Saben que es lo que más afecta la calidad vida de la gente que vive en poblaciones conflictivas? ¿Qué es a lo que le tienen miedo? No, no es a que les roben. No es el narcotráfico. Son las balas locas. Eso les quita el sueño. Es el terror de que en cualquier momento, tu marido caiga muerto de un disparo en la cabeza mientras ve televisión. De que tu hijo no vuelva vivo del jardín infantil porque una balacera atravesó los muros de su sala de clases. De que tu mamá vaya a comprar a la feria y termine desangrándose en una esquina. Eso solo ocurre con las armas de fuego.
Pero las seguimos vendiendo, como si nada.
Es hora de decir basta. Es hora de prohibir las armas de fuego, en todo el continente. Es hora de exigirle a nuestras autoridades que le pongan un alto a esta locura.
La principal razón para oponerse a prohibir las armas de fuego, en opinión de muchos, es que, en teoría, “sólo se las estaríamos quitando a la gente honesta”, mientras que los delincuentes seguirían comprándolas en el mercado negro.
Eso es no ver el problema de manera sistémica.
Las armas del mercado negro SON las armas compradas legalmente, que han sido robadas a sus legítimos dueños, o que han sido compradas directamente de las armerías, burlando las leyes, como demostró este reportaje de CIPER. Otras tantas son, obviamente, traficadas desde el extranjero, pero incluso el origen de estas no es muy distinto y si las prohibiéramos de manera coordinada entre varios países, no habría nada que traficar. Unas cuantas son armas hechizas, de bajo poder y nula precisión, tan peligrosas para el delincuente como para la víctima. Solo una minoría de las armas en el mercado negro son armas de alto estándar, compradas por organizaciones criminales fuertes a vendedores de países ricos. En resumen, la enorme mayoría de las armas en manos de delincuentes las hemos puesto ahí, literalmente, nosotros mismos.
Por eso, cerrando la llave al comercio legal y retirando las armas ya en posesión de civiles, se rompe toda la cadena de abastecimiento de la delincuencia. Y si lo hacemos coordinadamente, entre varios países, no solo frenaremos el comercio interno de armas, sino también el tráfico internacional.
Incluso si todavía se podrán seguir creando armas hechizas, revendiendo las armas ya en poder del hampa e importando, con muchas dificultades, armamento desde otros países más permisivos, el costo de estas armas será sencillamente prohibitivo para el delincuente común. Pasarán a ser un objeto “de lujo” en el mundo del hampa, sólo para los más sofisticados delincuentes, sólo para los “trabajos” grandes. El resto, el delincuente común, deberá “trabajar” con otras herramientas menos efectivas, para alivio de todos.
Además, si eres de los que se siente “seguro” con un arma en tu hogar, lamento informarte que sólo en un mínimo de los casos la víctima logra utilizar su arma para defenderse de un asalto. El delincuente cuenta con el factor sorpresa y habitualmente entra cuando la casa está vacía o en el momento en que menos propenso eres de sorprenderlo. E incluso aquellas víctimas que logran extraer el arma, habitualmente sólo empeoran la situación, convirtiendo lo que pudo ser un mero asalto, en un tiroteo de consecuencias insospechadas. Por algo el primer consejo que dan todas las fuerzas policiales del mundo, es no resistirse nunca a un asalto.
Y para peor, como ya está más que probado, un arma en la casa es un peligro mucho mayor que cualquier seguridad que pueda proveer: niños que las toman para jugar y terminan matando a sus hermanos o padres, maridos violentos o celosos que abren fuego contra su mujer (países con alta proporción de armas de fuego tienden a tener mayores tasas de femicidio), suicidios, accidentes cargándolas, descargándolas o limpiándolas, fallas en su uso, son algunas de las miles de formas en que tu supuesta “seguridad” termina volviéndose en contra tuya. Mira esta escalofriante campaña contra la tenencia de armas de fuego y ve si aún te animas a tener una.
Para peor, piensa que lo que es seguridad para ti, es una amenaza para el resto. Y viceversa. Tu vecino tiene un arma para su “seguridad” y un día tienes un conflicto con él porque tiene la radio muy fuerte o se puso a taladrar a las 3 de la mañana. La cosa escala, empiezan los insultos, las amenazas y, de pronto, aparece un arma de fuego. ¿Te sientes seguro ahora? O quizás el arma la tenías tú y en un momento de furia, disparas. Y pasas los próximos 20 años en la cárcel. ¿Buena movida?
No existen razones racionales para seguir permitiendo a civiles tener armas de fuego, estas se basan exclusivamente en nociones emocionales, de miedo, de falsa sensación de seguridad, de deseo de poder. La evidencia científica es contundente, la tenencia de armas de fuego sólo aumenta el riesgo de muerte y accidentes para quienes las poseen, sin importar el tipo, calibre, cantidad ni modo de almacenamiento de las mismas.
Los invito a imaginar por un minuto cómo sería nuestro continente si se liberara de su estigma de violencia, si dejáramos de asociar a las favelas de Brasil con niños armados, a México con matanzas; a Colombia con guerrilla; a Venezuela, El Salvador y Honduras con delincuencia.
Los invito a imaginar lo potente que sería que, por una vez, todas (o la mayoría) de las naciones latinoamericanas trabajáramos unidas y tomáramos la valiente decisión, juntos, de plantarle cara a la violencia y desterrar para siempre a la principal herramienta de destrucción social que hemos permitido introducirse en nuestros países.
Porque estamos cansados de tener miedo, porque estamos cansados que las balaceras sean algo normal, porque estamos cansados de tener que enterrar niños, estudiantes, trabajadores, madres y padres, escribamos a nuestras autoridades para pedirles que escuchen esta petición y se animen a crear un frente unido, independiente del color político o de la nación que representen. Armemos un frente común y cambiemos la historia, seamos el primer continente que le dijo no a las armas.
Si vives en Chile, en los siguientes links encontrarás los correos de nuestros diputados y senadores.