Al entrar a un supermercado o una tienda de juguetes, no llama la atención que esté el pasillo de juegos de mujeres cargado al rosado, con tazas, muñecas, planchas y maquillaje en un lado; y en el otro pasillo, el de hombres, con autos, monstruos y figuras de peleas.
Es que en nuestra cultura, en gran medida por los medios de comunicación, la publicidad y otros factores, se ha instalado en el inconciente colectivo que las niñas juegan a ser “mamás de rosado y dueñas de casa” y los niños a “los autitos, las peleas y a la pelota”. Pero, ¿es esto un aporte para los niños o les estamos privando de un desarrollo más integral?
La discusión sobre las diferencias psicológicas que existen dependiendo del género es un tema que hasta hoy no tiene respuestas completamente resueltas. Al observar a un grupo de niños y niñas, es fácil darse cuenta que esas diferencias existen, sin embargo, es muy difícil saber hasta qué punto son producto de la educación que les damos o si efectivamente provienen de la biología.
Es cierto que existen ciertas tendencias generales entre niños y niñas, pero estas nunca son absolutas. Por ejemplo, que los niños tiendan a ser más agresivos, no quiere decir que las niñas no puedan ser agresivas. Así mismo, las diferencias nunca son individuales, sino que son un promedio. Por ejemplo, las mujeres como grupo tienen un mejor desarrollo del lenguaje y los hombres suelen presentar habilidades en el ámbito espacial, pero eso no quiere decir que un hombre sea menos “masculino” por tener un desarrollo del lenguaje precoz o una mujer menos “femenina” por tener una excelente orientación espacial.
Donde sí hay certezas de que se producen grandes diferencias entre niños de diferentes géneros, es en la educación entregada tanto por la escuela como por los padres. Muchas veces, sin ser conscientes de ello, les transmitimos costumbres que hacen diferencias erróneas sobre cómo deben comportarse los niños y las niñas.
Ejemplos de esto podemos encontrar cientos, tales como “los hombres no lloran” o “las niñitas no juegan a los autitos”. ¿Por qué un hombre va a tener menos derecho a llorar o una mujer a jugar a los autitos?
Hacernos conscientes de las diferencias con las que educamos a niñas y varones es muy importante para intentar modificar nuestras conductas y de esa manera poder entregarles a los niños una educación que favorezca un desarrollo más integral.
En general, los padres tienden a darle más libertad a los hombres que a las mujeres, restringiendo el mundo de exploración de estas últimas. Asimismo, a las niñas se les limita más la expresión de la agresividad, mientras que con los niños se les es más permisivo, trayendo como consecuencia mujeres a las que les cuesta defenderse y hombres más violentos.
Suele suceder también, que a los hombres se les exige un mejor rendimiento académico y cuando esto no se da, se le culpa a la falta de esfuerzo, mientras que a las mujeres, al no rendir, se les atribuye a la falta de talento, como si las mujeres tuvieran una capacidad intelectual inferior.
Asimismo, se espera de las niñas que asuman o ayuden en las tareas domésticas mientras que a los hombres se les exime de ellas.
Otro comportamiento común en los padres es brindar un espacio de expresión afectiva mucho mayor a las niñas que a los niños, a éstas permitiéndoles abrazar o llorar con mayor holgura, mientras que a los hombres restringiéndoles la expresión de sus emociones. A las mujeres les preguntamos más por lo que sienten mientras que a los hombres por lo que piensan.
De las mujeres se espera que sean más abiertas y comunicativas, mientras que de los niños se asume que son más reservados y no se comunican.
Es muy importante para el desarrollo integral de los niños, que como padres nos preocupemos de darle a ambos sexos la posibilidad por igual, de desarrollar su afectividad, su racionalidad y el autocontrol. En ese sentido, es importante tratar de fortalecer las áreas menos desarrolladas.
Algunas recomendaciones:
Lamentablemente estas diferencias comienzan desde muy pequeños con los juegos y juguetes que fomentamos en nuestros hijos.
A los niños se les estimula para que desarrollen los juegos de destreza física (bicicleta, pelota, habilidades deportivas), juegos de acción y bélicos (espada, pistolas, figuras de pelea), otros relacionados con el mundo exterior (aviones, cohetes, tractores) y juguetes relacionados con oficios, como herramientas y experimentos científicos. Pero por lo general se les limita a un mundo de juegos físicos y agresivos y se les priva de todo el universo de juegos más tranquilos y afectivos, tales como jugar a ser el papá o hacer tareas del hogar.
Por otra parte, a las niñas se les fomenta el juego del mundo doméstico (ollas, tazas, coche, cuna, muñeca, plancha), las manualidades (papeles, plasticina, stickers) y el mundo de la belleza (princesas, maquillaje, peluquera, manicure). Con esto, les mandamos un mensaje claro: que ellas deben quedarse “dentro del hogar” haciendo actividades más tranquilas que implican menos ejercicio y no salir a explorar el mundo. Asimismo, les transmitimos el mensaje de que lo femenino gira en torno a la belleza y no se estimula el área intelectual. De esta manera se les priva a las niñitas un desarrollo más integral donde pueden explorar otros intereses, tales como la construcción, el pensamiento científico y la actividad física.
Con lo anterior, no se está diciendo que a las niñas no haya que incentivarles el juego doméstico ni a los niños el juego físico, sino que a ambos sexos se les debe potenciar diversos tipos de juegos. Se debe lograr que las niñas jueguen también con autitos, que hagan actividad física, que puedan jugar a los piratas, que tengan acceso a juegos de ingenio, de orientación y a experimentos científicos. Por su parte, que los niños jueguen a la familia y carguen con una muñeca, que jueguen a cocinar y se sienten a hacer manualidades, que sean capaces de desarrollar la capacidad de preocuparse y cuidar a otros es fundamental en su desarrollo.
De esta manera, no limitaremos a nuestros hijos a un estereotipo de niño o niña, sino que le entregaremos la posibilidad de desarrollarse integralmente y poder desenvolverse con mayor libertad y potenciando al máximo sus reales intereses y capacidades.