Si eres un amante de la cocina (sin necesariamente ser profesional), no te puedes perder este programa. Se trasmite en Inglaterra, Australia, Estados Unidos y un puñado de países más, donde cocineros amateurs (y no tan amateurs) compiten por el título de Chef Maestro o Masterchef.
Estando en Australia, fue imposible seguir ignorando los carteles y comerciales promocionando la serie / reality / competencia de cocina más famosa y candente del país: Masterchef (fuera de chiste, lo promocionan hasta en la sopa). Como buen aficionado de la cocina, le eché una mirada y se me hizo agua la boca. Jóvenes y no tan jóvenes compitiendo por quién cocinaría el mejor plato para llevarse decenas de miles de dólares y otros premios gastronómicos.
Este programa es parte de una franquicia que se está desarrollando de forma casi viral en varios países del mundo, cada uno con su propia versión del programa original. Lo fascinante de esto es que hay dos casos en particular, Australia y Estados Unidos, donde los estilos son tan diametralmente distintos que se puede observar algo que usualmente pasa desapercibido: los buenos comentarios y críticas constructivas marcan una diferencia.
Masterchef es un programa de cocina competitiva que partió en Inglaterra (cortesía de la BBC), donde varios concursantes amateur compiten los unos contra los otros a través de distintas pruebas culinarias. En la versión británica actual hay dos jueces: un chef australiano radicado en el Reino Unido y un inglés experto en ingredientes y comida. Su misión: presentar los desafíos y pruebas para los concursantes, catar los platos y definir quién sigue en la competencia y quién no.
Sin embargo, los australianos tomaron este programa exitoso en el Reino Unido y lo convirtieron en una sensación mundial. Manteniendo el espíritu educativo, introdujeron más concursantes, más tipos de pruebas, más frecuencia de capítulos (seis días a la semana por tres meses, en vez de cinco días a la semana por dos meses de la versión inglesa actual) y una edición de imagen más dinámica y atractiva.
Una de las adiciones más notables fue que se dedica un capítulo entero a ayudar a los concursantes: una vez por semana, ya sea los jueces o un chef invitado dan una clase a los participantes que restan, donde revisan los aciertos y desaciertos que ha habido durante la competencia y cómo se podría haber hecho mejor.
Además, se presentan recetas para que el ciudadano común y silvestre pueda cocinarlas en la casa (hay una sección en la página web donde se pueden bajar un montón de recetas vistas en el programa).
En el caso de Estados Unidos, el programa actual comenzó trasmitiendo unos humildes 13 episodios en 8 semanas y el estilo es… brutal. Los más diversos concursantes se ven luchando casi desesperadamente los unos contra los otros para poder alcanzar el título de "chef maestro", bajo el duro arbitraje de los jueces que deben reducir drásticamente el número de participantes a un ganador al final.
Más que seleccionar personas, cortan cabezas. "Esta es la peor sopa que he probado en mi vida", dice el juez principal, escupiendo una sopa de cerveza y queso. Los comentarios van desde el reconocimiento a quienes lo hacen bien, a la humillación de quienes no lo lograron. No hay piedad para los más débiles.
No es fácil sacar conclusiones en términos de rating. Tanto la versión estadounidense como la australiana fueron hits en sus respectivos países y ambas llevan más de cinco temporadas. El programa norteamericano llegó a pasar los 6 millones de televidentes en su punto álgido, un hito importante en un país con una parrilla televisiva cargada de entretenimiento (de ahí posiblemente el formato del programa más apuntado al morbo y al drama "fácil").
El programa australiano también ha batido récords de sintonía en el país, pero el furor que ha desatado en otros países y en internet ha sido sorprendente hasta para los mismos presentadores. No en vano se ha convertido (sólo en Australia) en un imperio que supera los 100 millones de dólares.
Hay cantidades ingentes de foros comparando estas dos versiones en particular y, mientras que hay varias personas que disfrutan de la franquicia americana, hay una mayoría avasalladora que prefiere ya sea Masterchef Australia o la versión británica (me incluyo en este bando).
Si bien rinde entretenimiento fácil (y sin mucho seso) el ver a gente fallar, caerse o pasándolo mal (el shadenfreude o "disfrutar de la desgracia ajena" en alemán), es mucho más satisfactorio y completo el ver a personas pasando por todo el ciclo de error, aprendizaje y triunfo. Es que los jueces de la versión australiana son verdaderos mentores que apoyan el aprendizaje de los concursantes (y por consiguiente, de los televidentes).
Esto, sumado al factor de historias humanas detrás de cada participante, hace que Masterchef Australia sea una especie de reality como pocos, capaz de hacerle click a cada uno de nuestros botones gustativos: partiendo por el paladar y terminando por el lazo lúdico-afectivo. Y esto también ocurre entre los concursantes, que desarrollan un vínculo de amistad y compañerismo, llegando incluso a sacrificarse por sus compañeros, en lugar de centrarse en el conflicto.
Cabe mencionar que se han hecho distintas modalidades del programa en sí, con un Masterchef de celebridades (como las versiones VIP de los realities en nuestro país), otro con chefs profesionales, un all-stars donde participaban concursantes eliminados en temporadas anteriores y, más notablemente, una versión junior donde niños entre 8 y 12 años compiten por quién cocina mejor (y lo dejan a uno con la boca abierta al ver la habilidad con que manejan la comida).
Un programa 100% recomendable. Dato anexo: los australianos también tienen invitados especiales (para probar la comida de los participantes), entre los cuales ha llegado a aparecer hasta el Dalai Lama.