¿A cuántos les ha pasado que no quieren ir a la plaza con sus hijos, porque saben que implicará estar persiguiéndolo para que no le pegue a otros niños? ¿O por el contrario, no van para evitar que a su hijo le tiren el pelo?
Las peleas entre niños son un tema que a todos los padres de una u otra forma les concierne, sin embargo, tenemos diferentes modos de enfrentarlo.
Primero, es importante saber que entre el año y medio y los tres años y medio, las “peleas”, ya sea tirar el pelo, un manotazo o una patada, son un medio común de interacción de los niños. Ellos están aprendiendo a relacionarse con el mundo que los rodea, principalmente con sus pares. En este tiempo pasan por una época de egocentrismo, donde descubren que tienen voluntad propia, descubren su yo y por lo tanto quieren defenderlo. Es por eso, que muchas veces, un empujón, un tirón de pelo o un manotazo, no es más que un acto de “defensa propia”.
Por lo tanto, no debemos alarmarnos si nuestro pequeño pelea en la plaza o en el jardín infantil con otros niños. Esto no quiere decir que será un “matón” cuando crezca si vemos que sabe relacionarse también jugando e interactuando positivamente con otros niños.
Pero también podemos estar al otro lado de la moneda, y ser de aquellos padres que sus niños son de carácter más pasivo, por lo tanto son quienes constantemente recibe los golpes o dejan que les quiten los juguetes. Esto también es algo común si conocemos la personalidad de nuestro hijo, lo cual tampoco debe alarmarnos si vemos que nuestro hijo se desenvuelve bien entre sus pares. Tampoco quiere decir que el día de mañana será víctima de bullying ni que no sabrá poner límites para que lo respeten. Simplemente es de personalidad más pacífica y prefiere evitar el conflicto, por lo que cede.
Sin embargo, el hecho de que sea común, no quiere decir que debamos permanecer indiferentes ante cualquiera de estas dos actitudes de nuestros hijos. En nuestro rol formador, debemos enseñarles la manera correcta de interactuar con sus pares, pidiendo algo en vez de quitando, respetando turnos, diciendo lo que nos molesta en vez de pegando, defendiendo lo propio en vez de cediendo, etc.
Pero no debemos sobre reaccionar, por una parte, para no incentivar las conductas más agresivas (los niños se darán cuenta que captan la atención de sus padres y lo repetirán porque la atención es su máxima recompensa), y por otra, para no crearles una autoimagen de que son débiles y no pueden protegerse por sí mismos.
Cuando mi hijo es el que pelea, hacerle ver que no es la manera correcta de relacionarse con sus pares ni resolver conflictos, pero intervenir solo en la medida que sea necesario, sin exagerar ni “agarrárselas” con el otro niño.
Cuando a mi hijo lo agreden, hacerle ver que no está solo, pero enseñarle a defenderse para que se sienta empoderado de que es capaz de protegerse.
Todo lo anterior sirve para la mayoría de los casos cuando los niños pequeños pelean. Sin embargo, hay ciertos casos en los que el comportamiento agresivo excede lo normal. Esto es principalmente cuando vemos que el niño no responde frente a la mediación del adulto, cuando la respuesta agresiva es la única manera que el niño tiene para interactuar con sus pares o cuando vemos que la agresión es una respuesta automática del niño y que no está mediada por ningún tipo de desencadenante. Esta son situaciones que sí deben alertarnos como padres. Es posible que el niño, por diversos motivos tenga dificultades en el control de impulsos y no agreda por “maldad” sino porque no es capaz de controlarlo. De ser así, es muy importante buscar la ayuda necesaria, porque con el paso del tiempo, el niño adquiere la fama de matón lo que daña su autoestima y porque comienza a generarse una “profecía autocumplida”, sus pares lo evitan (los padres de otros niños no quieren juntarse con él) y porque daña la relación entre los padres y el menor ya que se basa principalmente en castigos y reproches, junto con generar un fuerte desgaste de los progenitores.
Por el contrario, los padres de niños más pasivos deben preocuparse cuando, su pasividad es tal que siempre es la víctima de todos los otros niños, cuando no responde a las estrategias entregadas por los adultos o no es capaz de defenderse ante ninguna situación. Ante este tipo de casos, es importante buscar ayuda profesional, porque ese niño tal vez tenga un problema más profundo de inseguridad. De no recibir la ayuda necesaria, es posible que en la medida que crezca, lo haga con un autoimagen muy disminuida en la perciba que “merece” ser pasado a llevar, donde no es capaz de enfrentar situaciones adversas ni resolver conflictos.