Mírenme. Quién te viera quién te vio. ¿No es este el mismo columnista que la semana pasada estaba despotricando contra las precuelas? ¿Cómo era la cosa? “Hollywood: No necesitamos saber de dónde vienen las cosas que nos gustan, paren de explicar tanto por favor”. Esos fueron mis reclamos, básicamente. Y ahora, una semana después, me dispongo a tipear en detalle por qué Better Call Saul, la serie pre-cuela de Breaking Bad que pueden ver en Netflix, es un regalo de los cielos.
No se enojen conmigo, sigo manteniendo lo que dije en la columna anterior. Las películas son una cosa, y otra muy distinta es la tele. Otra todavía más distinta es la tele que hace Netflix, así que por el momento consideremos a Better Call Saul como una excepción que confirma la regla, lo cual es uno de los argumentos más pelmazos que se pueden dar pero filo, yo no inventé esa frase. Además tampoco es una pre-cuela como la entiende Hollywood, si fuera así la serie se trataría de Walter White cuando niño y un día los compañeros le hacen bulin y lo agarran y le cortan el pelo dejándolo pelado, solo para que el otro descubra, mientras llora, un set de química.
Better Call Saul es otra cosa. Decide tomar a un personaje secundario de Breaking Bad, el abogado de mafiosos que se las sabe todas Saul Goodman, y contar la historia de cómo llegó a transformarse en el abogado de mafiosos que se las sabe todas. O sea, es un spin-off pre-cuela. Y está tan lejos cronológicamente de lo que pasa en Breaking Bad, que puede contar una historia completamente distinta, sin que estemos esperando los cruces con esa otra serie, que por si no lo he dicho es una de las mejores obras de ficción de todos los tiempos.
Y eso es lo mejor de Better Call Saul, que pese a estar bajo la sombra de un monstruo como Breaking Bad, igual se las arregla para ser algo completamente distinto que se para solito. Es tan distinta a lo que esperábamos, que cuando empieza la serie, el personaje ni siquiera se llama Saul Goodman. Su nombre es Jimmy McGuill, y es un abogado loser al que no le ha resultado absolutamente nada en la vida, nunca. Y la historia se trata de cómo el compadre debe tomar decisiones constantemente, siempre intentando ser un buen tipo que hace las cosas dentro de la ley, con sus valores y todo.
No voy a contar qué pasa ni voy a resumir la historia así que si no la han visto quédense tranquilos. Sí les voy a decir que la onda trágica que tiene la serie es a la vez graciosa y triste, porque ya sabemos cómo va a terminar este personaje. Ya le conocemos el carisma, y sabemos que va a llegar a ser el cómplice de una red de narcotráfico brígida, entonces sabemos que cada vez que hace algo digno o justo, estamos viendo un lado de él que va a morir sí o sí. Es cierto que el compadre no es ningún santo en la época de Better Call Saul. Este Jimmy McGuill es un fresco, sin duda. Pero ver cómo TRATA de no serlo es lo trágico, lo triste, lo gracioso y lo que yo personalmente nunca había visto en ninguna serie hasta ahora. Ver cómo empieza y cómo termina una escena como la del obrero cayéndose del letrero es el tipo de cosas que uno espera de series maestras y nunca tiene. Una escena donde la gracia está en lo que hacen los personajes, cómo toman decisiones, y cómo esas decisiones tiran la historia para otra parte, que uno no esperaba. Igual que en Breaking Bad.
Porque claro, los peliculastas se mandaron un personaje que uno nunca sabe bien cómo va a reaccionar, pero que una vez que lo hace, te da la sensación de que no podría haber reaccionado de otra manera. Está tan bien escrita la serie y sus personajes, que mientras ves los capítulos no tienes idea para dónde va la micro, y una vez que lo descubres, es todo tan natural y tan lógico, que no podría haber pasado de otra manera. Los que ven estas series me van a entender, lo sé. Son secos y por eso tienen tan buen gusto.
Toda esta maestría pulenta en los personajes es lo que transforma Better Call Saul en la mejor heredera posible de Breaking Bad. No solo hay caras y lugares conocidos, sino que estamos además en el mismo universo narrativo, ustedes me comprenden. El mismo cuidado en las escenas, en dónde ponen las cámaras, en cómo usan la música. Siempre dando vuelta las situaciones durante las escenas para llegar a un punto inesperado pero lógico y natural, que uno se cree de principio a fin y que no para de disfrutar. Ejemplo: La secuencia en el asilo de ancianos en que todos los viejitos comen jalea. Los que ya la vieron saben de lo que hablo. Es una secuencia filete, donde los colores de los vasitos de jalea explotan en la pantalla y donde uno de verdad no tiene cresta idea de lo que está viendo. Hasta que después de unos minutos se entiende, y uno dice “Tate, grande Saul Goodman”. Y es verdad: Grande.
Obviamente todo esto es obra y gracia de mister don Vince Gilligan y su equipo de peliculastas maestros. No querría ver jamás una segunda parte de Breaking Bad, me cargan esos rumores de que Walter puede volver. Y ahora me da más rabia que nunca, porque en Better Call Saul está todo. Incluyendo la sombra de Walter White, que ahora sabemos destruyó mucho más de lo que pensábamos. Ahora que conocemos más a Jimmy McGuill podemos entender que el compadre fue prácticamente otro Jesse Pinkman, que perdió todo y sin merecerlo. En un mundo justo, Better Call Saul sería tema de conversación en todas partes, y todos tendrían que estar esperando cada capítulo como gordo esperando el delivery. En ese mismo mundo justo Bob Odenkirk (Saul) y Jonathan Banks (Tatita Mike) arrasarían con todos los premios a Mejor Actor. Pero este no es un mundo justo. Y ante la injusticia, Better Call Saul.