Me levanté en la mañana un poco adolorido. Los abdominales, sobre todo, estaban resentidos. Fue en el baño, sin embargo, donde sentí el real impacto de mi primera sesión de Crossfit del día anterior: ¡No me podía lavar los dientes! Los músculos del brazo, simplemente, no respondían a la orden de mi cerebro… y durante varios minutos no pude acercarme el cepillo a la boca. No exagero.
Quiero contarles mi experiencia entrenando con este popular sistema de entrenamiento físico que promete mejorar tu fuerza, potencia, velocidad, coordinación, precisión, resistencia muscular y cardio-respiratoria, flexibilidad, equilibrio y agilidad. Me inscribí la semana pasada y ya llevo tres clases en Crossfit YAGAN, bajo la tutela del coach Roberto Pino.
Antes, en todo caso, debo explicarles que el Crossfit –como disciplina- surgió el año 1995 en California (Estados Unidos) . Fue creada por Greg Glassman, quien diseñó una rutina de ejercicios para mejorar el desempeño físico de los policías de la ciudad Los Ángeles y algunos miembros del ejército. Glassman, en su intento por bajar de peso y mejorar su apariencia, antes había dado lo mejor de sí haciendo gimnasia en la afamada academia YMCA. Pero el michelín de su abdomen bajo no quería desaparecer… así que inventó algo más rudo: el Crossfit.
¿En qué consiste? La idea es encadenar diferentes ejercicios de manera intensa y sin pausa. Un ejemplo: ¿cuántas series de 30 abdominales y 150 saltos a la cuerda puedes hacer en 12 minutos? Ese tipo de rutinas son las denominadas WOD (workout of the day, entrenamiento diario).
Mi primera sesión fue un lunes, un día que quedó marcado en la agenda como aquel en el que me percaté de que mi estado físico (por muy atlético que me haya sentido) es lamentable. El entrenador nos pidió trotar 400 metros, y luego dos series intensas, non-stop, de abdominales, flexiones de brazos, remo y sentadillas. Una vez que terminamos (y mi lengua llegaba al suelo), Roberto sacó la voz: “Ya chiquillos, entonces ahora vamos a comenzar”.
“¡¿Y qué fue lo que acabamos de hacer… no valió?!”. Mi pregunta-grito retumbó dentro del gimnasio. El instructor sonrió: “Eso fue sólo el calentamiento”. No llevaba ni 15 minutos de clases y ya me quería rendir.
Afortunadamente –y creo que aquí está la clave del sistema Crossfit- la motivación del grupo te logra sacar adelante. Se forma una energía colectiva muy potente, liderada por el profesor, que te permite llevar tus fuerzas a niveles que no conocías. Por algo dicen que el entrenamiento más duro no necesita tanto de músculos como de fuerza mental.
Muy importante es dejar en claro que la práctica del Crossfit requiere de la asesoría de un experto, que te oriente y no permita que la exigencia sobrepase tus reales posibilidades. Nadie quiere resultar dañado. En mi caso, por ejemplo, una leve sensación de mareo (normal en las primeras sesiones) fue la alerta para que el coach me ordenara tomar un descanso. Hidratarse permanentemente también es una de las instrucciones más recurrentes.
Mi primer WOD me dejó con la polera completamente sudada y las piernas temblorosas. Hace muchísimo tiempo que no estaba verdaderamente exhausto. O quizás nunca lo había estado. Las clases no son largas, ojo, sólo duran 50 minutos. El “secreto” está en la intensidad y la repetición. Y la gracia, a diferencia de la parafernalia de algunos gimnasios, es que se requiere de pocos implementos. En el club Yagán, por ejemplo, se respira una onda muy similar a la de la película Rocky, cuando SylvesterStallone golpeaba trozos de carne fresca colgando… ¿Máquinas para hacer deporte? No. Lo que necesitas es ñeque, puro ñeque.
Las clases, por cierto, comienzan y terminan con ejercicios de elongación.
Llevo ya tres sesiones de Crossfit y puedo decir que el sistema es muy entretenido, mi fuerza ha crecido (no aspiro a ser un “musculín”) y mi metabolismo, casi de manera inconsciente, me pide una dieta más sana. Voy a seguir practicando. Si me preguntan, sí: lo recomiendo. Siempre manteniendo paradas las antenitas y así evitar que el entrenamiento se transforme en adicción.