Siempre se nos ha enseñado que no hay nada mejor que tener la posibilidad de elegir. Y mientras más opciones, mejor. Es que, supuestamente, cuanto más alternativas nos entrega la vida, más posibilidades tenemos de llevar una vida libre y plena.
Por ejemplo, a mí que me encanta la tecnología, me fascina la idea de pasear una y otra vez por las tiendas de TV o computación antes de decidir cuál comprar. Ahora, cuando se trata de contratar un plan médico, comprar un auto o elegir una AFP, entonces el proceso de decisión puede volverse infernal. “¡Ojalá existiera un solo tipo de chupete!” piensa uno al verse frente a un pasillo infantil lleno de chupetes de distintas formas y colores (y quizás hasta sabores). Es entonces cuando me pregunto
¿No será que a veces tener más opciones es peor?
En mi familia de origen (o “la de mis padres”) siempre se acostumbró salir a comer para las fechas importantes. Podía ser un restaurant, churrasquería o a la comida china, pero salir a comer era sinónimo de celebración. Y cada vez que salíamos, me llamaba la atención que se repetía la misma situación: cuando le ofrecían la carta a mi hermana, comenzaba su sufrimiento. Y no porque no hubiera nada que le gustara, sino porque ¡todo le gustaba! Al final “la carta” era algo así como la lista de todo lo que no iba a comer, pues solo podía elegir una de esas comidas.
Me gusta la computación, pero estoy lejos de ser un experto. Cada tanto recibo un llamado de algún pariente o amigo con la siguiente consulta: “Alfredo, tengo frente a mi este computador de tales características a tal precio ¿Está bueno? ¿Lo compro?”. La verdad es que hace años que me quedé abajo respecto a cuál es el mejor hardware y solo tengo una visión muy a grandes rasgos de si algo vale la pena o no. Muchas veces sé lo mismo que la persona que me está llamando, pero a esa persona no le basta con su conocimiento, porque se da cuenta que hay un conocimiento técnico que no tiene, lo que merma su confianza a la hora de elegir.
¿Realmente el tener tantas opciones nos facilita la vida? O siendo más drásticos ¿Nos hace más felices? Probablemente, si mi papá hubiera decretado en ese almuerzo “pollo con papas fritas para todos”, todos hubiéramos estado igualmente felices. Y si ante el llamado telefónico de mi tía comprando un PC respondo que no tengo idea, ella hubiera pensado “¡Ahora qué hago!”. Es que la posibilidad de optar viene unida a la presión de “elegir bien”. Porque ya no se trata de si disfrutaste tu almuerzo o si tu PC te sirve, además tienes que luchar con el fantasma de lo que no elegiste. Si la carne está un poco dura o los programas corren un poco lento, de inmediato surge la duda de si no existirá otro plato o computador mejor que el que elegimos.
Entonces ¿qué hacemos? ¿Elegimos no elegir? Tampoco se trata de eso. Mi punto va al hecho que una gran cantidad de opciones realmente nos hace más libres si somos capaces de liberarnos de la presión de elegir lo mejor y de los fantasmas de la duda posterior. Y las claves que propongo para ayudarnos son tres.
Finalmente, hay que estar conscientes de que toda elección es en algún grado “a ciegas”. A veces sólo necesitamos la confianza para ejecutar una decisión que ya está tomada, pero que por temor somos incapaces de llevar adelante. En esos casos simplemente hay que animarse y dar el salto, porque por mucho que analicemos las cosas nunca sabremos como resultarán realmente. Quizás la historia no termine como esperabas, pero eso no necesariamente significa que tendrá un mal final. No debemos permitir que la existencia de múltiples opciones frene nuestras decisiones, porque es equivalente a convertir en cadenas eso que supuestamente debería hacernos más libres.
¿Elegir con libertad o elegir bajo presión? Muchas veces la decisión está en nuestras manos.
Si alguien se interesa en el tema, recomiendo la siguiente charla. Es simplemente genial.