“Buenos días señor Gomero. La Margarita le manda saludos y dice que la Rosita lo echa mucho de menos, que algún día vaya con la Hortensia a verla”.
¿Ustedes le hablan a las plantas? Yo no. Al menos no de modo habitual. Las riego, sí. Pero no les meto conversa. Como no responden, me siento tonto al preguntarles cosas. Pero a veces me sale solo y me he visto pidiéndoles la opinión sobre el clima o la actualidad nacional. Cuando le digo que la Presidenta se equivocó con la reforma educacional, mi ficus siempre calla (y el que calla, otorga).
Fuera de bromas, sin embargo, sé de quienes se toman este tema muy en serio y les hablan a sus plantas convencidos de que sus palabras les generan beneficios a los vegetales. ¿Qué hay de cierto en todo esto?
Aunque ustedes no lo crean, existen investigaciones al respecto. Indagaciones serias, respetables… y con resultados sorprendentes.
La primera la hizo en la década del ’60 el norteamericano Cleve Backster, agente de la CIA experto en interrogatorios. Una tarde de ocio –parece que no había mucho trabajo ese día- se le ocurrió conectarle el detector de mentiras a una de las plantas de la oficina. El gringo quedó plop cuando constató que si se acercaba a regarlas o les manifestaba afecto con palabras cariñosas, las plantas producían señales en el polígrafo muy similares a las que, durante los interrogatorios con personas, acompañaban a sensaciones de bienestar o satisfacción. De la misma forma, si Backster se mostraba amenazante, con una tijera en la mano o con fuego, la planta emitía señales “negativas”, parecidas al temor en los humanos.
Los experimentos más recientes, en todo caso, los hicieron en el programa “MythBusters” del Discovery Channel. ¿Qué hicieron los “Cazadores de mitos”? Construyeron 5 invernaderos iguales, pequeños, para 10 maceteros con porotos cada uno, con las mismas condiciones ambientales y de riego. La diferencia estuvo en el trato que se les dio: a los primeros se les dejó en silencio absoluto; a los segundos una mujer se encargó de hablarles de manera amorosa; al tercer grupo se les insultó permanentemente (“malditos, ustedes tienen la culpa de que yo esté tan gorda”); en el cuarto invernadero las plantitas “escucharon” Mozart ininterrumpidamente; y en al último grupo se les puso death metal.
Los resultados, nuevamente, sorprendieron. Tras varias semanas, sacaron las plantas de sus macetas y las pesaron. Las que nacieron en silencio fueron las más livianas y de peor aspecto. Las que fueron insultadas crecieron igual que las que fueron tratadas con amor. Las plantas que oyeron Mozart crecieron más que las otras… pero no más que las sometidas a rock pesado: ¡esas fueron las más grandes y cuyos porotos resultaron más sabrosos!
Los “MythBusters” entonces concluyeron que –si bien su muestra no fue del todo representativa y científicamente perfecta- el hablarles a las plantas “probablemente sí estimula su crecimiento”, pero al parecer es algo más relacionado con la “cantidad” de sonidos que reciben más que con la “calidad” o ternura de los mismos.
Finalmente, y para los que –como yo- consideren un poco absurdo conversar con el ciboulette o las sandías, es preciso añadir otro dato no menos interesante: hablar solo también hace bien. De hecho, hay quienes aseguran que el “hablarle a las plantas” es una forma camuflada e instintiva de hablarse a uno mismo. Según los expertos en lenguaje, el denominado “discurso interno” es sumamente beneficioso para ordenar nuestros pensamientos, ayudarnos a analizar problemas o, simplemente, contar mejor nuestras historias.
Según la especialista Lera Boroditsky, de la Universidad de Stanford, el lenguaje "es una de las herramientas más poderosas del pensamiento, ya que provee de categorías y marcos que nos ayudan a simplificar y estructurar experiencias complejas, de modo que sean más fáciles de manipular en nuestras cabezas".
Ustedes, ¿ya saludaron a las gardenias?, ¿copucharon con la azucena?, ¿le confesaron sus secretos a los agapantos? No sean mala onda. ¡Por último cuéntenle un chistecito a las bugambilias!