El primero en hacerlo fue el Harry Potter. Quedaba un puro libro por hacer película y los de Hollywood necesitaban un nuevo jacuzzi con sangre de panda, así que decidieron partir el puro libro que les quedaba en dos películas distintas. Y la rompieron los locos, no solo les alcanzó para el jacuzzi con sangre de panda, sino que también les sobró plata para mandarse a hacer una casa de oro macizo y una mochila cohete para que la nana fuera a la Vega.
Ahí todos los que estaban trabajando en películas basadas en libros famosos decidieron copiar la tonterita, y después la hicieron los de Twilight. Cruzando los dedos para que las niñitas fanáticas no maduraran y/o encontraran un pololo de verdad, los locos decidieron partir el último Crepúsculo en dos películas, y de nuevo les resultó. Nadie quería matar a su gallina de los huevos de oro, así que era perfecto que el último huevito saliera con doble yema (metáfora). Los últimos en incursionar en esta técnica del COBREMOS DOS ENTRADAS POR LO QUE DEBERÍA SER UNA PURA PELÍCULA (GUAJA) fueron los de Los Juegos del Hambre que salieron con esa aberración de Sinsajo parte 1. A mi gustó la película que más ha sufrido con esto de cortar la historia en dos, porque el resultado es el EFECTO PLOP más CUECK de la historia del cine. Esa película está justo empezando a ponerse buena cuando de pronto: “THE END, eso sería todo señores, vamos despejando la salita por favor, nos vemos el próximo año donde tendrán que pagar de nuevo una entrada para ver si ahora pasa algo bueno, y ojo que no podrán aplicar descuentos ni entradas rebajadas porque nuestro estreno tiene restricción, qué se han creído que somos cualquier película, ya, chaíto, may the odds be ever in OUR favor jajajjaja”. En serio, si la Catnip existiera en la vida real le habría puesto una flecha en el ojo a los de Hollywood, en venganza a que ellos en nuestro ojo nos pusieron ustedes saben.
De todas maneras, el peor criminal en cometer el delito del alargue por las puras es lejos Peter Jackson con su saga de El Hobbit, cuya tercera parte se estrenó esta semana.
Yo sé que el compadre hizo la trilogía de El señor de los anillos y por lo tanto siempre será un ídolo en nuestros corazones, pero qué tenías en la cabeza Peter Jackson cuando decidiste transformar un puro libro en tres películas de tres horas, loco. En serio. Antes lo más bien que adaptaste mil páginas por película, pero ahora agarraste un libro mucho más chico y ZUÁCATE, te mandaste tres películas que además tienen sus respectivas ediciones extendidas.
No tengo ningún problema con las películas largas. No soy de esos que se quejan a la salida porque tuvieron tres horas de entretención en vez de hora y media, y por la misma plata. Me gustan las películas, si son buenas que duren diecisiete horas si quieren y las voy a ir a ver de nuevo incluso. Pero con las Hobbits Peter Jackson se fue al chancho, porque no solo se sienten innecesariamente alargadas, sino que también se sienten malas no más, lo que es peor. Y no entiendo por qué, si pudo ser increíble.
Al alargar ese libro en tres películas de nueve horas cada una aproximadamente, el compadre tiene que hacer que los problemas de los personajes parezcan más grandes de lo que son, y ahí es donde todo empieza a guatear, partiendo por todo el drama central de la historia de El Hobbit, que es básicamente que unos enanos están picados con un dragón que habla porque el dragón que habla les peló las monedas de oro. Y mientras las otras películas se trataban de todo el mundo uniéndose contra los malos para salvar la Tierra Media, esta es básicamente un capítulo de Esto no tiene nombre, en que los enanos indignados van a recuperar sus monedas, y ojalá salir con algo de indemnización, o con una disculpa, mínimo.
Obviamente Peter Jackson sabe que esto no da ni para un capítulo de Esto no tiene nombre así que empieza a meter chimuchinas en la película para que uno crea que está viendo una historia mucho más importante de lo que es. Le da historias a personajes que dan lo mismo, y trata de meterle el mismo espíritu épico de la trilogía original a una historia que es mucho más simple, más piola, más chistosa y más light. Sorry Tolkiens pero es verdad. ¿Y qué sale de todo este alargue? Una elfa enamorada de un enano (da lo mismo), un montón de escenas en que personajes conocidos de las otras películas hablan de la mansaca que va a quedar (ya sabemos así que también da lo mismo), y más escenas en que personajes que no tienen nada que hacer, hablan y se pasean para que pasen los minutos.
El final de La desolación de Smaug ya era pésima señal. Se cortaba en el peor momento, con el dragón a punto de atacar una ciudad mientras todos miraban al cielo horrorizados. Lo peor es que habían establecido un montón de cosas durante la película para este gran clímax, como que el dragón tenía un punto débil, o que un puro humano tenía lo necesario para echárselo. Gastamos tanto tiempo en establecer estas cosas, que el final de la película parecía falla de proyeccionista, lo juro. Y esto era doblemente charcha viniendo de un peliculasta que había hecho una segunda parte perfecta con Las dos torres. ¿Se acuerdan de esa? Después de una batalla increíble donde pasó de todo, los personajes se aprontaban a enfrentar una nueva batalla, y el Golum confesaba que estaba llevando a los Hobbits directamente a una trampa. Cuático. Tuvimos toda la emoción de un clímax maestro, y al último minuto nos dejaron ahí la bala atravesada, listos para querer ver la película siguiente. Lo mismo aplica para esa otra película maestramente dividida en dos que es Kill Bill. ¿Alguien quedó con la sensación de que a la uno le faltaba algo? Loco, la flaca se había echado a medio Japón con su sable pulento, le dejó la cabeza descapotable a Lucy Liu y cuando uno no quería más guerra… “¿Ella sabe que su hija sigue con vida?” TATE. The End. Vimos una película completamente satisfactoria pero en el último minuto nos dejaron ahí la interrogante sorpresiva Oh My God.
El Hobbit 2 en cambio termina porque sí. Sin resolver nada, y frustrándonos en vez de calentarnos la sopa. No nos está persuadiendo de ver la tercera parte, nos está obligando. Y después de un año de dejarme con ese mal sabor, llega la tercera parte. Con todavía más mal sabor.
Díganme, Hobbits, con una mano en el corazón: ¿Sirvió de algo cortar la historia ahí? Lo que pasa con el dragón en esta tercera película es una escena de cinco minutos con suerte, donde todo el impacto está reducido por todo el año de vida que tuvimos entremedio. ¿Tenía punto débil el dragón? Eh, sí. ¿Y quién era el experto matadragones? Ah, ese compadre con bigotes. ¿Se imaginan Star Wars hubiera terminado con Luke a punto de volar la Estrella de la Muerte pero cortamos antes porque sí no más? Después el principio de El Imperio Contraataca se hubiese sentido como un trámite, como salir del cacho de lo que quedó pendiente la otra película. Sin emoción, sin tensión, sin nada.
La única respuesta posible es que necesitaban más cosas para llenar la tercera película. Y por eso parte con momentos eternos en que vemos a los humanos sufriendo las consecuencias del fuego del dragón, llorando y pidiendo frazadas, y los personajes principales se pierden y empiezan a dar cada vez más lo mismo. Lo juro, cuando empieza la “Batalla de los cinco ejércitos” NO HAY NI UN PERSONAJE AL QUE HACERLE BARRA. Los enanos están atrincherados en el castillo con las monedas y al enano líder (maestro) le da “la enfermedad del oro”, que es cuando un personaje decide volverse malo de la nada para pelear con otros personajes y hacer drama, todo para alargar una parte de la historia que da lo mismo. Los elfos llegan a pelear con los enanos y sus motivos es que el rey elfo está picado. Nada más. Los malos llegan a destruirlo todo, pero es porque son los malos y eso es lo que hacen los malos. Comparen este escenario a las batallas de la trilogía original: En La comunidad del anillo los Hobbits tenían el anillo y los malos se los querían robar. Los defendían los humanos y era todo terriblemente emocionante. En Las dos torres los humanos eran sitiados por miles de orcos horribles y eran todos víctimas de la conspiración de Saurón y del pelmazo ese que tenía al rey hipnotizado. Era todo tan injusto, que uno ahí aplaudía hasta cuando el Legolas se tiraba haciendo snowboard con su escudo por las escaleras. El Retorno del Rey ni hablar, por culpa de otro rey pelmazo volvía a quedar la grande, y la pelea era por el destino de toda la Tierra Media. Aparecían los elefantes gigantes, los dragones, los soldados fantasmas y uno se quedaba sin voz de tanto gritar Ándate Cabrito.
Las batallas de El Hobbit en cambio son todas filete pero sin emoción, porque los personajes y lo que las batallas están solucionando, dan lo mismo. No me voy a quejar tanto porque la batalla de los cinco ejércitos es increíble. Tiene unos momentos que están ahí arriba con los mejores momentos de la trilogía original. Cuando el orco principal pelea con el enano sobre hielo quebradizo es épico, los efectos especiales son increíbles, y pasan cosas para aplaudir. Pero aparece como cinco horas tarde así que no emociona ni por si acaso lo que emociona CUALQUIER batalla de las otras películas.
Como todo tiene que ser épico además, hay muchos momentos en que personajes se dicen cosas “importantes” y tienen momentos de alto nivel lacrimógeno. Momentos como el “Ustedes no se inclinan por nadie” de El retorno del rey, ustedes saben.El problema es que esos momentos aquí no se los ganaron, están porque sí, y uno no puede hacer otra cosa más que ponerse a mirar el celular.
Pero saben qué, después de pensarlo he llegado a la conclusión de que la culpa no es de Peter Jackson, ni de Tolkien, ni de Golum. La culpa es de los avariciosos de Hollywood que prefieren pensar en los millones de dólares adicionales y no en lo que es mejor para sus películas. Se nota que los pobres peliculastas hicieron lo posible para que uno se emocionara igual, y todo eso que metieron fue para que uno lo pasara igual de bien. Pero no tenían por dónde. Era una batalla perdida desde el comienzo, donde nunca iban a llegar las águilas a salvar el día.
Porque ese es el verdadero Saurón, señores. El pecado de la codicia. Cuenten las historias como tienen que contarlas, no como los hará vender más entradas y DVDs. Yo sé que es mucho pedir y que el enemigo es muy grande, pero no importa. Nada es imposible. Eso me lo enseñó Frodo. Y Massú. Pero principalmente Frodo.