Supongamos que nos ofrecen elegir entre ver una película de hace 3 años y ver una que se estrenará en 6 meses más. Ambas en la misma TV y nos aseguran que no hemos visto ninguna. ¿Cuál elegimos? Probablemente, si no nos entregan ninguna información acerca de las películas, muchos preferiríamos la segunda. ¿Por qué? ¿Acaso que sea 3 años más nueva nos da algún indicio de que la calidad de la película sea mejor? ¿De dónde surge la intuición de que son preferibles las cosas que son más nuevas?
Como seres humanos falibles a veces tenemos comportamientos algo… irracionales. Es que cuando nuestros sentimientos e impulsos alteran nuestra percepción nos hacen tomar decisiones que, si las pensamos fríamente, no son siempre las más apropiadas. Y es así como, apoyados por un poco de marketing, podemos llegar a convencernos de que un producto que nos sigue siendo útil necesita ser reemplazado porque ya está obsoleto.O que tenemos que pagar más por un producto mejor y más nuevo que quizás satisface de la misma forma nuestras necesidades que uno más antiguo o simple. ¿Y cómo es que logra la publicidad convencernos de algo así? Apelando a dos sentimientos propios del ser humano que no tienen mucho de racional.
Probablemente todos aspiramos de una u otra forma a lo mejor, el problema es que no siempre tenemos claro qué es lo mejor. Y cuando se trata de un producto, lo lógico es esperar que la última versión lo sea: el auto del año, el último iPhone o las zapatillas con la tecnología más moderna. El problema es que podemos perdernos en esa aspiración por lo mejor si no nos preguntamos qué necesidad real satisface este nuevo producto que uno anterior no la puede satisfacer. La mejora entre un modelo de celular y el siguiente ¿justifican la diferencia de precio? Las nuevas funciones de la última versión de un software¿justifican el aumento de precio o de consumo de recursos? ¿Cuántas veces nos alegramos por adquirir un producto que ni siquiera usamos?
Aquí es donde se nos sale el Quico, ese que disfruta con tener algo que el resto no. No me refiero a disfrutar paseando en limusina frente a los pobres, pero sí a ese pequeño placer de haber visto una película antes que los demás. Ir a ver una película a la avant premiere, tener un asiento privilegiado en un concierto o comprarse un gadget antes que todos tus amigos; el hipster que tenemos dentro valora menos lo que tienen todos y disfruta alcanzando cualquier nivel de exclusividad.
Sin satanizar las actitudes descritas, mi invitación es a estar atentos a ellas por nuestro propio bien. Es que los publicistas saben dónde tirar los dardos para hacernos pisar el palito y depende de nosotros lograr mantener la cabeza fría. Porque las campañas apuntan a hacernos sentir que eso que tenemos ha quedado obsoleto, y que si no tenemos “lo último”, nos estamos perdiendo la vida, cuando muchos avances e innovaciones no significan necesariamente una mejora considerable en el desempeño de ese producto. Y el peligro no está necesariamente en defraudarnos por adquirir un producto innecesario, sino en que posiblemente, pasados algunos meses, se lanzará una nueva versión de ese producto y la sensación de que aquello que tenemos ya está viejo va a reaparecer.
Piénselo. Mire de nuevo su celular y pregúntese si realmente necesita cambiarlo o, mejor aún, búsquele sus ventajas respecto a los nuevos modelos. Y dele una oportunidad a esa película que no vio en su momento, aunque ya tenga unos añitos. Quizás descubra que su película favorita no es la que estrenará el 2014, sino que se había estrenado hace un tiempo, como la mía, que se estrenó el siglo pasado.