Se cumplió el sábado recién pasado un aniversario más del fallecimiento de Oscar Castro Zúñiga, quizás uno de los escritores más destacados de la primera mitad del siglo XX en Chile, y que aquí, en la capital de la Región de O’Higgins, lo recordamos con especial cariño, en especial quienes bien conocemos la obra de un escritor que como pocos vivieron las transformaciones sociales que ocurrieron a principios del siglo XX. Su corta vida le permitió ser testigo privilegiado de las contradicciones del Chile de esos tiempos. Pocos como Oscar Castro Zúñiga pudieron retratar fielmente lo que ocurría en Rancagua en esos años, marcado por el apogeo y bonanza del cobre, el poder infatigable, dogmático y puritano que desde Sewell, la Braden Cooper Company gobernaba la vida de esos años, la llegada de quienes después del comienzo de la decadencia del salitre y la gran depresión viajaban desde el norte a buscar suerte en estas tierras, la dura pobreza, la bohemia, el clasismo –del cual él vivió y enfrentó en carne propia en su juventud e infancia- y las tensiones sociales y políticas del Chile de esos años.
Oscar Castro Zúñiga abrió un camino en la literatura chilena. Sin esa pasión por la que retrató a estas tierras no habríamos tenido hoy a un Hernán Rivera Letelier, un Oscar Hahn, un Pedro Lemebel y a muchos autores conocidos y otros que anónimamente crecimos leyendo su literatura. El legado de Oscar Castro no puede traducirse simplemente en su breve carrera literaria. Fue profesor en el que hoy es el Liceo Oscar Castro Zúñiga, y su legado se hace sentir en quienes como yo pasamos y fuimos formados en las aulas de esta escuela pública las que él se dedicó intensamente como profesor de literatura, aulas en las que pudo mostrar a sus estudiantes la intensa y fascinante lírica de Walt Whitman, su devoción por Emerson, su admiración por Federico García Lorca, cuya trágica muerte, producto de la infame guerra civil española motivo a escribir su Responso por García Lorca, en homenaje al poeta granadino, y al mismo tiempo, su muy especial admiración a los grandes de la lírica nacional de aquellos días.
El primero de noviembre, y mientras se escuchaba por los parlantes a Joan Manuel Serrat cantar de lo humano y lo divino, otros recordaban y honraban a sus familias y varios le pedían deseos de buena paz y prosperidad a Tito Lastarria, un joven estudiante del Liceo Oscar Castro Zúñiga y futuro profesor le dedicaba unos versos a don Oscar. Escuchamos aquí con devoto silencio aquellos versos. No es casual que hoy honramos con cariño. Ha elegido ser docente, tal como Oscar Castro, pensando en un futuro mejor del cual para nadie es indiferente. Decisión valiente en días de confusión e incertidumbre. Decisión valiente en tiempos en que la creatividad y la sabiduría están subvaloradas y en el país todavía –aunque con cada vez menos fuerza- se privilegia el camino fácil, unos breves minutos de fama y el ganar a toda costa sin importar el daño causado. Decisión valiente en días de reformas intensas y ansiedad por la justicia. Ha elegido la docencia no sólo en honor a nuestro gran poeta, sino que también a abrir nuevos caminos.
Mientras aquí todavía no hay consenso ni acuerdo de cómo será nuestra universidad regional ni de cómo será nuestra educación pública para las próximas generaciones, los valientes poetas y poetisas anónimamente estamos escribiendo este camino del cual Oscar Castro, Walt Whitman, Gabriela Mistral, Federico García Lorca y tantos otros creadores nos han abierto. Nosotros, poetas y poetisas, poetisas y poetas, unidos, creemos en la imaginación como el motor del futuro. Hoy no sólo reivindicamos la memoria y el legado de un escritor que como pocos retrató un momento de la historia de Chile, sino que también en su honor estamos tejiendo ese camino que siempre soñó desde el momento en que a través de la literatura, hizo despertar a aquellos estudiantes que más allá de todo está la imaginación, y que la belleza, y sólo a través de ella nos hará libres.