*Esta nota fue originalmente publicada en 2014.
Tengo un amigo que las odia, y no está solo, hay que decirlo. El otro día me dijo: “Yo dejo que mi hija chica vea cualquier cosa en la tele. Mientras no vea películas con las malditas princesas Disney que le contaminen la cabeza, todo bien”. Y miró al horizonte con la expresión del padre sabio que ha escogido bien. Y me dejó pensando, porque hasta entonces no se me había ocurrido que las princesas Disney podían ser algo malo. La dura.
Igual si uno la piensa a la rápida, los argumentos contra las princesas Disney sobran. Uno, son un pésimo ejemplo para las niñas porque qué es eso de nacer con privilegios en un castillo con todo el mundo pendiente de ti. Dos, ¿qué es toda esa dependencia al príncipe? Mujeres del mundo, deben aprender a vivir lejos de la sombra de los hombres, no necesitan a ningún gil para ser felices y estas princesas enamoradas esperando al príncipe que las despierte/libere/rescate son un pésimo ejemplo, etc.
Tres, Disney es una corporación malvada que usa huesos de gatito recién nacido para hacer juguetes en fábricas que emplean niños esclavos del tercer mundo que están obligados a sacrificar pandas en rituales satánicos, y nadie quiere que una corporación malvada se entrometa en sus vidas limpias de capitalismo allá en la montaña donde viven con todos los hippies desconectados del sistema. ¿Y qué es eso de andar cantando por cualquier cosa? Así no vamos a llegar a ninguna parte, humanidad.
Pero saben qué, después de mucho pensarlo, he llegado a la conclusión de que todas esas cosas son bien injustas, porque las princesas Disney son algo bueno. Aunque se enojen los padres que no quieren gastar plata en disfraces de Elsa, y todos los que compartieron ese YouTube de la niñita que odiaba las princesas.
Vamos por partes. Estoy de acuerdo con que es mal ejemplo para cualquier niñita estar esperando al príncipe azul para que las salve/libere/rescate. Pero alegar contra eso es olvidarse de esa parte de la infancia en que uno soñaba con enamorarse de alguien bacán e imposible, que solo existía en el mundo de fantasía que uno se arma cuando es chico.
No me vengan con cosas, esa lectura de que las princesas “no hacen nada por ellas mismas porque están esperando a su príncipe azul” es lo que ven los ojos contaminados de los adultos cuyas vidas ya fueron pateadas en el trasero por la realidad (metáfora). Cuando uno es péndex no piensa así, y le gusta la idea de enamorarse de alguien increíble que no existe pero que podría aparecer de un momento a otro. Ya sea un príncipe azul a caballo, o una chiquilla hermosa que te entienda como realmente eres.
Es un sentimiento que yo creo todos tienen alguna vez en su vida, y el “príncipe azul” es metáfora de eso, y nada más. Yo me acuerdo que soñaba con conocer alguna comadre hermosa preferentemente actriz de Hollywood que se enamorara de mí y le gustaran las películas y me alegrara la vida solo por aparecer en ella. Sí, no me avergüenza admitirlo y habría odiado que alguien me reventara la burbuja diciéndome que pensar eso era sexista, irreal, inmaduro y que yo debería ser más activo y preocuparme de mí antes de esperar que alguien me arreglara la vida. Todo eso es cierto, pero ¿no puede uno disfrutar de esa fantasía cuando es péndex?
Y bueno ya, aunque nos pongamos pesados y digamos que no, que es una fantasía nociva que nos va a traer problemas en la vida adulta, ¿se han puesto a pensar cuántas princesas Disney DE VERDAD tienen ese estereotipo? Según yo son tres: Blancanieves, La Cenicienta y la Bella Durmiente. Las canciones que cantan las comadres son lo peor. “Mi príncipe vendrá” (Blancanieves), “Soñar es desear” (Cecinicienta) y “Eres tú mi príncipe azul que yo soñé” (Durmiente).
Puras comadres que miran por la ventana suspirando mientras esperan a sus príncipes. Es demasiado machista y anticuado el concepto, dirán ustedes. Y tendrán razón porque esas películas son de 1937, 1950 y 1959, respectivamente. En otras palabras son dinosaurios de la cinematografía mundial, y según mi profe de Historia, en Chile las mujeres pudieron votar recién en 1952. En otras palabras, qué culpa tienen esas princesas de haber nacido en contextos tan poco progre. Atroz.
Las demás princesas Disney son completamente distintas. Si miran sus respectivas películas con atención se van a dar cuenta de que todas tienen personalidades muy fuertes y hacen cosas que ya se las quisieran películas protagonizadas por varones no princesos.
Son aperradas, paradas en las hilachas, inteligentes y rebeldes en sus respectivos contextos, y usualmente les salvan la vida a sus príncipes (Pocahontas), sus familias (Bella, Elsa), e incluso sus pueblos (Mulán, Mérida). Es cierto que Ariel de La Sirenita deja todo por irse detrás del príncipe Eric, pero si se acuerdan bien lo que ella más quería era conocer el mundo de los humanos, no el mundo de los príncipes.
La loca coleccionaba cachureos de la tierra desde mucho antes de conocer al Eric, y lo que soñaba era caminar con los ¿cómo se llaman? Pies. Quería saber lo que era el fuego y lo que era quemar, quería bailar, y también quería compartir sus neusemapós (tenía veinte). Y aunque quisiera dejarlo todo por ir detrás de su príncipe, ¿por qué no puede? ¿Los hombres no más tienen ese derecho?
A propósito, no escuché a nadie alegar cuando Jack Skellington le cantaba al mundo de la Navidad, o cuando Simba cantaba que quería ser rey, o cuando Hipo le daba la espalda al mundo vikingo por ir tras sus propios intereses. Ariel quiere dejar de ser sirena, y todos alegan que es una princesa machista que no sabe pensar por sí misma. ¿Quién es el sexista ahora?
Y ya que estamos hablando de mirar las cosas para un solo lado, ¿por qué no alegan contra los príncipes en las películas para niñitos? Ahí está Simba, idolatrado por todos. Apuesto que a nadie le molestaría que a su hijo le guste Simba, y le comprarían el peluche y le cantarían Hakuna Matata. Pero el compadre es un príncipe (no muy distinto a sus colegas princesas) Disney: Es de la realeza, le hacen la media fiesta cuando nace, se cree el hoyo del queque hasta que le matan al papá (spoiler [snif]), se enamora de la comadre que era su prometida desde niño, y su gran triunfo es que recupera el trono después de que lo convence un fantasma. ¿Y les preocupa el mal ejemplo de las princesas? Salten.
Es más, no solo en las películas para niños hay príncipes que aceptamos y amamos sin ningún reparo sexista. Al igual que El Rey León, esa peliculita famosa El Padrino se trata también de un príncipe (Michael Corleone) que termina asumiendo el rol de su papá, rol que alguna vez no quiso y del cual se alejó a propósito. No canta ninguna canción al respecto y no es amigo de ningún jabalí peorro, aunque Clemenza podría ser. Pero las similitudes están. ¿Y qué me dicen de Thor? ¿O el príncipe Adam, He-Man? ¿Hamlet? ¿Drácula? ¿Aragorn? ¿Batman? ¿Superman? Todos príncipes. Y los pailoncitos siguen comprándose juguetitos y nadie alega.
Pero volvamos a las princesas. La Jazmín de Aladino es otro ejemplo. El protagonista es Aladino y el loco la lleva y todo lo que quieran, pero la princesa Jazmín es lejos el personaje más inteligente y ejemplar de esa película. La comadre está chata de ser princesa, quiere conocer el mundo (ideal) del pueblo (es una “common people”), no quiere casarse con ningún príncipe latero, tiene un tigre de mascota (maestra) y hace todo lo que quiere. ¿Y Bella de La Bella y la Bestia?
La comadre parte la historia con una canción en que nos cuenta que está chata de la vida en su pueblo fomeque, le gusta leer, tiene un papá inventor que nadie respeta pero a la comadre le importa una raja lo que dicen de ella y rechaza a Gastón, el minoco papito zorrón pelmazo del pueblo que se la jotea.
Cuando finalmente llega al castillo de la Bestia lo hace por salvar al papá, y es tan parada en las hilachas que es capaz de echarle la foca al compadre que todos temen. Y más encima, aunque es la más grosa y la más linda del pueblo, se enamora del Bestia peluda fea porque es capaz de ver su belleza interior. ¿Qué tiene de pasiva, de mal ejemplo, de patriarcado? Nada. “¡Ay pero no ve la belleza interior, se enamora del loco porque tiene plata y al final resulta ser hermoso así que no vale, eso no pasa en la vida real!”. Obvio que no, nadie dijo que esto era la vida real, ¿les gustaría más que el compadre se hubiese quedado feo, que no tuviese castillo, que su amor no fuera Síndrome de Estocolmo? Bueno entonces su problema no es con las princesas Disney, es con el cuento La Bella y la Bestia. Sorry.
Sigamos, ¿qué princesas nos quedan?: Pocahontas, Mulán, Tiana. Estas comadres también tienen todas personalidades fuertes y son aperradas y aguerridas y rebeldes, y más encima son de otras razas, por lo que ayudan a muchas niñitas del mundo que no son caucásicas a tener sus heroínas princesas de cuentos de hadas. No me acuerdo mucho de Pocahontas porque me aburrió caleta, pero la loca tenía la media volada ecológica y hablaba con los árboles y los animales, y le salvaba la vida al gringo fome porque era incorrecto matar. Mulán se iba contra todo el machismo de su pueblo e iba a la guerra disfrazada de hombre y terminaba salvando a todo China. Y Tiana de La Princesa y el Sapo odiaba particularmente la figura de la “princesa” que no hacía nada en su castillo, y la llevaba todo el rato.
Y en un mundo donde todos alegan porque faltan modelos femeninos fuertes para las niñitas en la cultura plop, llega a ser chistoso que aleguen contra las princesas Disney, que vienen haciendo precisamente eso hace décadas. Pónganse de acuerdo.
Finalmente, no fui muy fan ni de Enredados ni de Brave ni de Frozen, pero cuando mi guagua crezca no voy a tener ningún problema con que vea estas películas, si quiere. Las tres enseñan que las niñitas pueden tener sus propias aventuras, sus propios dramas y ser a la vez heroínas de acción. No está mal soñar que se es la más bonita, que se es heroica o que nuestro padre termina aceptando nuestros sueños ridículos. Si los niñitos pueden, las niñitas también. Da lo mismo que sean princesas o no.
Y finalmente, sí. A mi hija también le voy a comprar los disfraces. Al menos la versión pirateli de Meiggs. Tampoco nos vamos a volver locos.