Chile ganó contra España. Pero ganó más fuera que dentro de la cancha. Dentro demostró in situ su superioridad futbolista y fuera, mucho más. Sus jugadores estaban rebosantes, alegres, esperanzados… felices. Estaban proyectados en la gente, en el estadio y fuera de él. En definitiva, en todos lados. 

España en cambio, terminó dando conferencias sin reacción anímica. Sin alma, como si nada pasara. Perdidos. Como partido de fin de semana. Como si no fuera poco esperar 4 años entre mundiales para tener que devolverse a casa tan pronto. No es la idea. Nadie va para luego irse. Nadie va con la intención de empatar. Se va y se juega para quedarse y llegar a lo más lejos. Para cumplir sueños, para lograr grandes cosas. Se entrega hasta que no quede nada más que se pueda entregar. Y por último se va ganar. Sino, ¿para qué jugamos al fútbol? 

En España el ciclo se cierra completando una era exitosa, pero donde el hambre de hacer historia, de superar barreras, de callar bocas y alcanzar el cielo ya no brilla en sus ojos, como sí ocurre en la escuadra chilena. Si miran al banco, lo ven. Si miran al entrenador, lo ven. Si miran a los hinchas, lo ven. Todos tienen eso que ellos ya tuvieron. Se escucha en el himno, se siente en la cancha y se refleja en su gente. Es ese hambre, esa sensación que empodera, el que se ve reflejado también en las personas, en las calles, casas y en todos los lugares. En el día a día. Se refleja en todos nosotros y nos hace sentir que de verdad todo es posible. Nos ayuda, de una forma u otra, a superarnos como personas, a lograr lo que nos decían que no podíamos lograr y que también, sin sentido, nos hicimos creer que no podíamos. Que era más que nosotros. Ayuda a sentirnos invencibles, que somos los mejores y nos despierta, nos levanta. Nos ayuda a escribir historia. Nos hace bien.

En las declaraciones post encuentro, el niño maravilla dijo: “creo que la mentalidad de un chileno es ganadora. Siempre tiene que ser así, desde pequeño…Yo desde pequeño siempre dije que quería ser campeón del mundo y lograr grandes cosas. Este sueño que tengo, espero que nadie me lo quite”. 

Lo que nos entrega la Selección Chilena, las palabras de Alexis, o esa persona que no conocías y que saludaste o alentó contigo, los hinchas en Brasil y a lo largo de todo Chile, todos ellos nos demuestran que de verdad sí podemos. Que sí tenemos que creernos el cuento. Que desde chicos es fundamental motivar la emoción, alentar nuestros sueños, salir a darlo todo. Ir en contra de todos y de todo, de las estadísticas, de “los que saben más” y demostrar que podemos más, no hablando, sino que haciendo. Empezar a construir nuestro camino, para que cuando nos toque en la vida jugar contra un España, Brasil, Alemania o quien sea, podamos como individuos hacer el partido de nuestra vida, gritar los goles con el alma y entregarle el cariño a toda esa gente que si creyó en nosotros y que nos sigue alentando más allá del tiempo reglamentario. A los que lloran contigo, los que se quedan sin voz y los que siguen apoyando. 

Para todos ellos y para nosotros, queremos levantar la Copa. Queremos levantar esa gran Copa, la más importante de todas: La Copa de la Vida. 

Lo único que queda es salir a darlo todo. Aprovechar de que somos titulares de nuestros propios partidos y jugar como lo hizo Chile ante España; con ese hambre que nos ilusiona a no tener miedo, que nos transforma en los más grandes y que nos recuerda que, si queremos ¡realmente podemos!