Hay calles que detestamos y hay calles que adoramos. Hay calles por las que evitamos pasar y hay calles por las que inventamos excusas para deambular. Hay calles que dan miedo y calles en las que nos sentimos seguros. Hay calles feas y hay calles bonitas. Hay calles que hacen que nuestra vida urbana sea insoportable, mientras que hay calles que nos hacen sentirnos agradecidos de la ciudad en la que vivimos, trabajamos o nos movemos.
¿Qué hace que una calle nos encante? ¿Qué hace que queramos vivir en una y alejarnos de otra? ¿La cualidad de una calle es fruto de la casualidad y de los movimientos y transformaciones espontáneos de una ciudad? Ciertamente que no. Las buenas calles y las malas calles tienen elementos concretos que las condicionan como lo uno o lo otro. Y esto no es menor, ya que las calles son el espacio público más esencial, incluso antes que las plazas. Y los espacios públicos recogen la dimensión pública de la vida, todo aquello que no pasa en la casa. Por ende, deben ser dignos, y hacer de la experiencia colectiva algo estimulante y grato.
Unas buenas calles hacen una buena ciudad, y las buenas calles son aquellas en las que pasan más cosas simultáneas, las que más vivas están, no las calles muertas y vacías. Como santiaguino, creo que tenemos mucho que mejorar en la calidad de nuestras calles. Sin embargo la solución no necesariamente está fuera de Santiago ni fuera de Chile. Tenemos algunas calles muy buenas dentro de nuestro perímetro, y sería muy útil fijarnos en ellas para aprender y replicar, y para darnos cuenta de qué cosas hay que hacer para mejorar las calles.
- En primer lugar, las calles del Centro de Santiago, específicamente los barrios Brasil y Yungay. Aquí, la lección nos la da nuestra arquitectura más tradicional, donde los edificios de fachada continua se sitúan volcados hacia las calles y dialogando con ellas. ¿Cómo lo hacen? No superan los 5 pisos de altura. Las puertas, balcones y ventanales de los principales recintos dan directamente a la calle. Muchas casas tienen locales comerciales en la planta baja, lo que genera pequeñas tiendas y almacenes de barrio que permiten el abastecimiento del vecindario en lo más básico. Y quizás lo más importante es la mixtura social, ya que históricamente aquí convivían casonas de clase media y alta, con populares pasajes y cités de casas más modestas, unidos armónicamente en la misma manzana. Todo esto genera un barrio de diálogos, donde la calle está controlada inconscientemente por los mismos vecinos y locatarios, que la vigilan sin quererlo, al estar los recintos de sus propiedades orientados hacia la calle. En una calle segura los niños pueden jugar, los vecinos pueden conversar y relacionarse. La mixtura de clases sociales y de usos (vivienda, comercio, oficinas), asegura que las calles estén pobladas a toda hora. Ya sea en la mañana cuando sale y entra la gente a sus trabajos, ya sea al mediodía, cuando los ancianos pasean, las madres van a buscar a sus niños al jardín infantil, ya sea a la hora de almuerzo, cuando las mesas de los cafés se llenan de gente, ya sea en la tarde, cuando vuelven los niños de los colegios y juegan fútbol en las calles, ya sea al anochecer, cuando cierran algunos locales pero los bares y restaurantes se encienden, y las personas retornan a sus casas, que encienden las luces y vigilan la calle. Este barrio es una maravilla a pesar de su deterioro, porque su arquitectura fue configurada para asegurar la vida de barrio de una ciudad sana. Sus calles activas reducen la delincuencia y el peligro, y generan vida comunitaria. Sin embargo la nueva arquitectura de torres de densidades descontroladas y descontextualizadas está rompiendo constantemente estas calles maravillosas que son fruto de una manera arquitectónica de hacer ciudad.
- En segundo lugar, el sector de Las Condes ubicado en el Eje Martín de Zamora, entre Tobalaba y Manquehue, entre Bilbao y Apoquindo. Es aquí el único lugar donde quedan vestigios de la antigua vida del conocido barrio El Golf. A pesar de que fue diseñado con una manera de hacer ciudad que se conoce como “Ciudad Jardín”, tendencia originaria en Inglaterra a fines del siglo XIX, donde se proponen calles anchas y arboladas, con edificios aislados separados por jardines, diametralmente opuesto en su manera de hacer ciudad al Centro de Santiago, es similarmente exitoso. La razón es que las viviendas se ubican relativamente cerca de las calles, y volcadas hacia ellas, y además muchas se organizan en pequeños pasajes, que no necesitan rejas para ser seguros, donde los vecinos tienen espacios concretos de interacción, seguros para los niños. Estos espacios no son como los actuales condominios cerrados y aislados, ya que se relacionan directamente con la calle, por medio de la vista y la apertura. El barrio tuvo en su origen una óptima convivencia social, con grandes viviendas de clase alta, y viviendas más modestas de clase media. Esta mixtura social, que no sólo alude a ingresos sino a tipos de familias, en conjunto con la inserción estratégica de esquinas comerciales, iglesias, centros educacionales, plazas, etc., permitió un barrio con calles llenas de vida, y por ende seguras. Estas características urbanas se observan igualmente en barrios de Providencia, Ñuñoa y Vitacura.
- En tercer lugar, el eje de la Avenida Providencia, entre las Torres de Tajamar y Tobalaba. Siendo una calle mucho más ruidosa y ajetreada que los casos anteriores, tiene una enorme riqueza. Su escala comercial supera con creces la escala de barrio, siendo una calle que abastece a la ciudad, y aún así conserva parte del uso residencial. Es un ejemplo de vida urbana para todo Santiago. Sus anchas veredas están repletas de cafés y restaurantes a la sombra de los árboles, las entretenidas tiendas y librerías, arrebatadas en los 90 con la proliferación de malls en las cercanías, han vuelto a renacer. Sus centros comerciales no le quitan vida a la calle como los herméticos malls, sino que la fomentan, ya que están en constante relación con ella, y la gente los cruza en sus recorridos urbanos, multiplicando posibilidades de circulación. Oficinas, tiendas, viviendas y edificios públicos de todo tipo, en una estructura urbana amable y generosa, otorgan calles llenas de vida a todas horas, llenas de interacción, llenas de civilidad.
Estos tres casos, aunque muy distintos entre sí por el tipo de vida que hay en ellos, coinciden en ser de gran calidad urbana, producto de la calidad de sus calles. La receta de lo que hay que hacer es simple: edificios que interactúen entre ellos y con la calle, que mezclen tipos de familia y tipos de programa, y veredas que sean un espacio público.
Chile necesita recuperar la cultura ciudadana de la calle y el barrio, de las relaciones vecinales y del espacio público. Si logramos ir pensando nuestra ciudad con esto en consideración, sin duda bajará la delincuencia y el encierro individualista en que vive la mayoría de nuestra población, tendremos una ciudad integradora donde se recupere algo que Santiago tuvo hasta los años 60: vida urbana de verdad.