Como chocolate todos los días.
Sí, así como leen. No es una metáfora ni una exageración, es mi realidad. Puede ser un cuadradito o la mitad de una barra –dependiendo de qué tan estresante haya estado la jornada– pero, sin falta, consumo unos cuantos gramos de cacao procesado azucarado de forma diaria. Es mi droga personal, perdonando la expresión, y a pesar de que está prohibido en las mil y una dietas disponibles en Google y escritorios de nutriólogos, aquí estoy, con 52 kilos que se niegan a aumentar. “¡Cómo lo haces!”, me gritan en Facebook. Bueno, simplemente soy una convencida de que ningún alimento “engorda”, no importa qué tan calórico o grasoso sea: lo que engorda son los malos hábitos y la falta de movimiento.
Dentro de los productos malditos, el azúcar es uno de los más vapuleados. Me da hasta pena. Es lo primero que le quitan a los niños hoy en día, sobre todo frente a las preocupantes cifras de obesidad infantil; según los resultados del último Simce de Educación Física que se aplicó a alumnos de octavo básico, muestran que dicha condición en ese grupo etáreo pasó de 41% en 2011 a 44% el 2013. Y en los más pequeños es peor: en preadolescentes el porcentaje es más alto, llegando incluso al 50%, incluyendo desde los que tienen un mínimo sobrepeso hasta obesidad mórbida. Pediatras hablan en chino, los profesores dicen que no pueden hacer nada y los papás se ponen ansiosos buscando soluciones milagrosas. ¿Y los adultos, cómo van? Igual de mal: según la Encuesta Nacional de Salud 2013, cada una hora muere una persona por obesidad en Chile. Los que crean que estas tendencias van a revertirse demonizando al azúcar en nuestras vidas, que levante la mano.
A los pocos que levantaron su mano, bájenla no más. Hay un montón de investigaciones que aseguran que, en lugar de eliminar de la ingesta diaria a algunos productos sólo porque tienen “mala fama”, consultar las etiquetas de información nutricional de los alimentos envasados es mucho más efectivo en la prevención del sobrepeso. Sin importar la edad de quien quiera prevenirlo, ya que te preocupas de otros factores como el sodio o el porcentaje de proteínas. Y tampoco hay que ponerse talibán: en cuanto a calorías, por ejemplo, eso de las 2.000 diarias es un estándar bien añejo, pues también se sabe que ese número depende de un montón de factores como tu altura y masa corporal, actividad física, hasta ciertos aspectos genéticos en tu metabolismo. Por demás, el primer gran y más común error es la del perdido: no come torta en su cumpleaños pero sí ataca el bowl de las papas fritas… Sepan ya que las grasas (saturadas y trans, juntas pero no revueltas) aportan el doble de calorías que los azúcares, sin contar que éstos no son ni la mitad de nocivos para la salud. ¿Falta información, sobran mitos?
En mi cruzada por salvar la dignidad de los alimentos azucarados, me encontré con el “Libro blanco del azúcar”, escrito por médicos de la Unidad de Nutrición Clínica y Dietética del Hospital Universitario La Paz, en España. En un lenguaje muy ameno, recorren desde su origen, pasando por todos sus usos pasados y actuales, hasta sus beneficios y/o sus enfermedades asociadas, asegurando que el consumo moderado de azúcar es altamente saludable y que tiene muy mal merecido su estatus negro en las causas de obesidad y diabetes en el globo. Dicen que el azúcar se comporta como cualquier otro carbohidrato –aportando calorías por gramo– y que no existe real evidencia científica que asocie su consumo específico con el desarrollo de obesidad. ¡Yo soy la prueba de eso! (ja). A su juicio, lo que sí podemos y debemos relacionar con la obesidad son los balances energéticos desproporcionados, es decir, cuando una persona consume muchas más calorías diarias de las que gasta en ese mismo día. Y punto. Básicamente, casi cualquier alimento tiene el potencial de desbalancear tu dieta si lo consumes en exceso y no lo aparejas con una rutina de ejercicio y otros hábitos saludables (como comer a horas adecuadas y dormir bien, entre muchos factores). Echarle la culpa a un solo tipo de alimento (o a un par, no olvidemos las grasas) por la epidemia de sobrepeso en el mundo, es de un reduccionismo absurdo que únicamente contribuirá a que haya más desinformados y más gordos.
Hago yoga dos veces a la semana. No tengo auto, así que camino para todos lados. Como más verduras que cualquier otra cosa y sí, uso y abuso del chocolate. Llevo al menos ocho años en la misma rutina, y eso tiene a mi IMC (Índice de Masa Corporal) en una cifra saludable y adecuada para mi edad. ¿Soy tan sólo una excepción o más bien el ejemplo de un buen manual?
Eliminar el azúcar pero mantener el sedentarismo es más grave para nuestra salud que comer pasteles pero subir escaleras, dice el libro. Más claro, imposible. Así que la próxima vez que sea lunes y quieras empezar la dieta de moda, piensa de nuevo qué estás haciendo realmente para bajar de peso. ¿Sólo restringir alimentos? Si es así, no bajarás, y si llegaras a hacerlo, recuperarías esos kilos en tiempo récord. Una dieta prohibitiva no es una ayuda efectiva (y además algunas son peligrosas para tu cuerpo); una dieta equilibrada con de todo un poco, sumado a ejercicio regular y buenos hábitos, sí.
La responsabilidad no es del azúcar. Tampoco de la grasa. La responsabilidad es tuya.