Salí del museo apestado. Por eso es que existe un tercer capítulo de esta guía, porque mi sensación al salir del Bellas Artes fue de desagrado. No lo dije en las columnas anteriores para poder hablar de eso con suficiente espacio, pero ahora lo digo: cuando salí de la exposición pensé “No sé para qué vine”. Es que existe una gran diferencia entre entender una exposición y disfrutarla. Yo creo que la entendí, logro considerable para mi nivel de ignorancia, pero claramente no la disfruté. Y es un asunto que me quedó dando vuelta un buen rato, porque ¿tiene alguna lógica ir al museo a sufrir? Es lo que traté de descubrir en la tercera parte y última etapa de esta docta aventura cultural.
Tampoco fue que saliera llorando de la sala, no es mi intención exagerar. Pero sumergirme en imágenes extrañas y sonidos distorsionados no es una experiencia divertida, al menos para mí. Y es que el montaje estaba tan bien logrado que no pude mantenerme. O sea, no sólo entendí lo que vi ¡Me involucré con lo que vi! Y eso, me imagino, es un logro para el artista (nada debe ser peor que un público indiferente ante tu obra), pero sólo es bacán si estamos pensando en los objetivos del artista y no en los del público.
“Y después se preguntan por qué la gente no va a los museos” pensaba mientras iba camino al metro, preguntándome cuántas personas estarían dispuestas a ir a ver una exposición si les digo que lo pasé mal. La pregunta me acosó un buen rato. La tentación de despotricar contra “los artistas” y su “completa desconexión con el público y sus gustos” era fuerte. Pero me puse a pensar qué pasaría si efectivamente los artistas buscaran conquistar al público fácil y se dedicaran a hacer “lo que vende”. De pronto imaginé el Bellas Artes lleno de bailarinas de programas juveniles y periodistas de farándula y me di cuenta que probablemente esa no era una perspectiva correcta, que arte no puede ser pan y circo. Porque el pan y el circo son cosas que no nos aportan nada más que placer, y me parece que el arte debe ser un aporte que va más allá de eso. Pero entonces, si el arte se vuelve un aporte para nuestra vida, tal vez sí vale la pena dedicarle tiempo, incluso si en principio no resulte placentero.
Ahí ya me empezaba a cuadrar más la cosa. Entonces ir al museo ya no sería comparable con salir a tomar un helado o a bailar. Sería más parecido a estudiar o hacer ejercicio: actividades que no siempre disfrutamos, sobre todo en los momentos de mayor esfuerzo, pero que con el tiempo se vuelven gratificantes. Porque sabemos que nos hacen bien. Ir a un museo sería como un reto, un desafío, parecido a sentarte a discutir con el artista sobre su visión del mundo y la tuya. Si el artista opinara lo mismo que nosotros sería más placentero pero menos provechoso. Mientras que enfrentarnos a algo desconocido, algo que nos disgusta o que no entendemos puede ser un aporte mucho mayor para enriquecer nuestra visión del mundo.
No sé nada de arte, pero la exposición “Inmersión” de Klaudia Kemper me pareció buenísima. Porque aunque yo lo pasé mal, llegué a mi casa feliz. Es que gracias a esta exposición pude reflexionar sobre un montón de cosas y sacar algunas conclusiones. ¿La principal? Que ir al museo puede ser muy provechoso si el montaje es bueno. No necesitas saber nada con anterioridad, pero la clave es darte el tiempo para observar y reflexionar. Supongo que esa es la gracia del museo, que incluso si te topas con una exposición que no te gusta o te parece malísima, puedes sacarle provecho. Porque lo que te ofrece es un espacio para reflexionar al respecto y eso ya tiene un valor en sí mismo. Si a eso agregamos la posibilidad de encontrarnos con obras que nos vuelen la cabeza, entonces la visita tiene una recompensa asegurada.
Mi recomendación final entonces sería que se animen a ir a una exposición, la que sea. Ojalá en un lugar de prestigio para asegurarse que se trata de un buen montaje. Porque si está bien montada, probablemente la van a entender. Y si van con disposición para observar y analizar, la van a disfrutar. Incluso si en algún momento o incluso durante toda la muestra, lo pasan un poco mal.
Fine. (Así, en francés, pa' ser refinado)